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Baby One More Time de Britney Spears era, sin duda alguna, el tipo de canción perfecta que a Mikey le encantaba colocar de fondo mientras se preparaba para salir a alguna fiesta. Tal como aquella noche.

La música se escuchaba lo suficientemente fuerte para que atravesara cada una de aquellas viejas paredes, cuya humedad era camuflada por posters de bandas o películas que Mikey amaba. Su habitación era muy pequeña, pero aún así él encontraba espacio para moverse al ritmo de aquella canción sin lastimarse con algún mueble en el intento. Mientras bailaba con sensualidad frente un espejo de cuerpo completo, se iba vistiendo con las prendas que había seleccionado instantes antes de ducharse.

—My loneliness is killing me —cantó a la par de la canción, sin detener los movimientos que su cuerpo hacía ante la completa dominación de la música, al mismo tiempo que terminaba de abrocharse aquella camisa blanca cuya tela se transparentaba —. I must confess, i still believe...

—I still believe —su acompañante hizo el coro poniendo su voz exageradamente aguda, lo que causó una singular risa en Mikey.

Haruchiyo, quien se encontraba acostado boca arriba sobre la cama del pelirubio, también se rió para luego inclinarse con el fin de pasarle a su mejor amigo el porro que entre su dedo pulgar e índice se situaba.

—Give me a sign —continuó cantando el pelirubio con verdadera pasión, mientras estiraba su brazo con delicadeza y de este modo adueñarse por uno efímero instante del porro—. Hit me, baby, one more time.

El característico olor a marihuana se extendía en el espacio, abriéndose paso en el ambiente, sin dejar disimular el acto ilegal que aquellos adolescentes se encontraban ejecutando. Camuflando las feromonas que ambos omegas desprendían.

Mikey le dio una pitada, mirándose al espejo, admirando cada parte de su provocativo cuerpo. Expulsó el humo restante de su boca hacia el espejo, dándole una nueva calada al cigarrillo de marihuana, y sin más se lo devolvió a su dueño, quien lo recibió gustoso.

—¿Qué dirá tu daddy cuando se entere que estuviste drogándote? —preguntó Mikey derramando cierta diversión con su tono de voz, entretanto se arreglaba sus mechones de cabello que le caian hacia su frente mientras se veia frente al espejo—. ¿No te lo había prohibido?

El peliblanco rió con gracia y el humo huyó de entre sus labios.

—Oh, Mikey, tú no entiendes. Lo hago a propósito, así me castiga —expresó el aludido con serenidad, manteniendo una grata sonrisa en su semblante y procedió a trasladar nuevamente el cigarro a sus labios—. Tengo planeado llamarlo en la madrugada, todo ebrio y drogado, así se enoja y va a buscarme a la fiesta para reprenderme. Oh, sí —gimió con exageración arqueando su espalda sobre la cama, para luego echarse a reír.

Ante eso, Mikey sólo pudo hacer no una, sino dos cosas: rodear sus ojos con disentimiento y negar con la cabeza. Respiró hondo, haciendo a un lado la total incomprensión ante aquel asunto. ¿Cómo podía gustarle que lo castigaran? O aún peor, ¿cómo podía gustarle que un alfa mayor que él lo dominara de aquella manera?

Cada quién con sus gustos, susurró la consciencia de Mikey, y éste decidió concordar con la misma. Después de todo, él no era quién para juzgar a los demás. En realidad, nadie debería ser quién para hacerlo.

A diferencia de su mejor amigo, él era un omega que le encantaba su independencia. Amaba ser un chico libre, sin ataduras de ningún tipo, sin nada que le impidiera hacer todo aquello que le diera la gana. Mikey no necesitaba a nadie que estuviese ahí controlándolo, ni mucho menos a alguien que lo reprendiera por hacer lo que quisiese.

Si bien hacía poco había cumplido su mayoría de edad, su madre sustituta era una jodida perra que si no se encontraba estafando a gente en bares alejados de la zona, se encontraba en albergues transitorios con hombres que ni ella conocía. Muy poco tiempo pasaba en la pequeña y desastrosa casa que tenían, y Mikey se lo agradecía.

En algún tiempo, aquella infértil mujer había sido una beta digna de mantener bajo su custodia a un desamparado niño. Tenía un trabajo respetable, una casa admirable y un esposo maravilloso. Sí, tenía. Pero todo aquello sólo era un recuerdo del pasado. Un pasado muy alejado. Un pasado que Mikey prefería no recordar.

—¿Y por qué se te ocurre rebelarte recién ahora? —indagó el omega de cabellos rubios—. Digo, llevas semanas sin drogarte y sin venir a las fiestas.

—Es que estoy resentido con él, Mikey. Hoy Kazutora tiene una gran fiesta familiar —hizo una pausa con el fin de darle una nueva y generosa pitada al cigarro—, sé de sobra que jamás me habría invitado porque le avergüenza nuestra relación, pero me dolió saber que llevará en mi reemplazo a una omega bonita para presumir y enorgullecer a su maldita familia. Y me cansé de ser el omega sumiso que él quiere. Además, no tienes idea de cuánto extrañaba drogarme y salir contigo. La abstinencia es... uff...

—Es un idiota, Haru, ¿cuántas veces te lo he dicho?

El peliblanco suspiró y volvió a inclinarse distraídamente sobre la cama, acercándole lo que quedaba del porro a su mejor amigo, pero al advertir que el menor ni siquiera se volteaba, alzó la vista y notó que este se estaba colocando brillo labial frente al espejo. Se inclinó un poco más y, sonriendo juguetonamente, le plantó una nalgada con la mano disponible.

Mikey se sobresaltó y su brillo labial terminó en su mejilla.

— ¡Hay, imbécil! —exclamó el susodicho aturdido, y con cierto desespero intentó quitarse el recorrido erróneo que hizo su labial sobre su pálida piel, mientras escuchaba la sonora carcajada que su amigo soltaba.

— ¿Y yo cuántas veces te he dicho que a ti no te hace falta tanto arreglo para verte deslumbrante? —Cuestionó Haru cuando al fin pudo calmar su risa, alcanzándole el porro una vez más—. Si ya de por sí eres una completa lindura que todo alfa querría.

—Ese es el punto —señaló Mikey habiendo terminado con el asunto del labial, volteándose para mirarlo de frente—. No quiero verme como una lindura, quiero verme como una zorra que tiene el poder —aclaró tomando con delicadeza el cigarro, llevándoselo a la boca con una inevitable sensualidad que habría vuelto loco a cualquiera... A cualquiera menos al omega frente a sus ojos, quien sólo se carcajeó.

El sonido de un claxon resonó desde la distancia anunciándole a aquel par de adolescentes que ya era hora de marcharse.

Mikey se apresuró a darse sus últimos toques, acomodándose rápidamente aquel skinny jean negro que se encontraba agujereado en la zona de sus muslos, piernas e inclusive en la parte baja de sus glúteos, dejando a la vista generosas fracciones de su pálida piel. Apagó la música y tomo su pequeño bolsito donde allí llevaba todo lo que necesitaba para sobrevivir a una gran noche. Pero antes de irse, fue a la desastrosa cocina por un vaso de agua con el único propósito de ingerir su pastilla anticonceptiva.

Adoraba las pastillas como método de protección, mas no los supresores. Él no tomaba supresores para disminuir su olor, porque de ese modo atraía a sus presas. Ambos omegas abandonaron la casa con prisa, adentrándose ahora en el vehículo que aguardaba en frente.

— ¿Cómo les va, zorritos? —saludó Muto, quien era un beta, sonriendo con diversión mientras contemplaba el modo en el que sus amigos se acomodaban. Haruchiyo se situó en el asiento del acompañante, mientas que Mikey atrás.

—Muy bien, Muto, gracias —contestó el peliblanco con un dejo de burla en su voz, acto seguido se inclinó hacia él, plantándole un inocente beso en la comisura de sus labios—. Con tu permiso —añadió segundos después, quitando de uno de sus bolsillos del pantalón un sobrecito de hierba con el fin de hacer un nuevo porro.

—No sé qué ha sido eso pero... ¡No! ¡Aquí no, Haru! —se adelantó a quejarse el de ojos negros, alterado, quitándole de repente aquel sobre y, sin titubear, lo arrojó por la ventana abierta del auto.— ¡Muto! —exclamaron al unísono Haru y Mikey, reprendiéndolo.

—En mi auto no, queridos —estableció el rubio negando con la cabeza para luego poner en marcha el vehículo al instante. Sin tener intenciones de tocar el tema de aquel inesperado beso que recibió del omega, asunto que lo dejó medianamente turbado.

— ¡Espera! ¡Déjame bajar! ¡Detén el auto!... ¡No!... ¡La droga! —Lloriqueó Mikey con el rostro pegado al cristal de la ventana, viendo cómo se alejaban de aquel sobrecito que había quedado desamparado en medio de la calle—. ¡Volveré por ti, bebé!

Y Haru sólo se limitó a reírse a carcajadas por la chistosa reacción de su amigo, sin siquiera preocuparse, pues tenía más. Mucho más. Lo suficiente como para hacer de aquella fiesta la mejor o, quizás, sólo quizás, la peor.

𝗌𝗎𝖻𝗅𝗂𝗆𝖾 𝖽𝗈𝗆𝗂𝗇𝖺𝖼𝗂ó𝗇 ; 𝘁𝗮𝗸𝗲𝗺𝗮𝗶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora