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El corazón de Mikey latía a gran velocidad. Intentaba volver a comunicarse con Takemichi, mientras aguardaba sentado en el porche de su casa a que sucediera algo, sin embargo, nada pasaba y el alfa no contestaba.

Todavía seguía sin comprender qué era lo que había ocurrido o cómo era que habían llegado a esa situación. Todo era tan confuso.

Y los nervios le carcomían por dentro al pensar en que Takemichi llegaría en cualquier momento creyendo que, quizás, el corría peligro. Cuando, en realidad, el único tipo de peligro que corría era el de atraparse una gripe por estar afuera de su casa en pleno invierno, esperándolo. O al menos, eso aseguraba Mikey.

El omega no tenía ni la menor idea de las razones de Takemichi.

De pronto, el silencio sepulcral del desastroso barrio se vio afectado por el sonido de un par de motores rugiendo. Mikey se paralizó, y en cuestión de segundos el rastro de neumáticos quedó grabado en el asfalto por las bruscas maniobras de aquellos vehículos al frenar.

Mikey quiso reírse, porque habían armado semejante escena totalmente en vano, mas no lo hizo. No ansiaba que los tipos pensaran que había sido una broma de él y que lo acabaran fusilando por querer hacerse el chistoso.

Así que se mantuvo serio, y sólo se puso de pie cuando diviso a Takemichi bajarse de uno de los autos. Llevaba puesto uno de sus típicos trajes, los cuales anunciaban con gracia a que clase social pertenecía. El alfa comenzó a acercarse a él al tiempo que observaba con precisión a su alrededor, tal vez buscando la pieza que faltaba para entender por qué Mikey estaba suelto allí, en vez de estar maniatado y amordazado en contra de su voluntad.

—No hacía falta todo esto, Takemichi. No es lo que, por alguna razón, creíste —le aclaró Mikey desde las escaleras de su porche.

El alfa lo escuchó, pero no pareció del todo convencido, pues continuó indagando con la mirada el sitio, e hizo una señal con una de sus manos para que sus hombres bajaran de los vehículos.

— ¿Hay alguien adentro? —preguntó.

—Mi mamá. Pero escúchame, no hay nadie que me quiera hacer daño, ni nada por el estilo. No sé porque has armado todo esto —comunicó nervioso mientras observaba a los matones de Takemichi acercarse.

— ¿Por qué habrías llamado entonces? —cuestionó el alfa, parándose frente a él, mirándolo con especial atención. Le tomó las muñecas despacio para examinarlas, advirtiendo que no había rastros de magulladuras en ellas.

Mikey se quedó sin aliento cuando Takemichi se aproximó aún más hacia a él, olfateándolo. Su pulso volvió a descontrolarse, y sin poder evitarlo aspiró profundo, absorbiendo el encantador aroma del alfa por instinto. Él sabía que Takemichi tan sólo lo había olisqueado para detectar el olor de algún otro alfa impregnado en su piel, y por primera vez en su vida Mikey agradecía no haberse acercado a ningún otro en tanto tiempo.

Se sorprendió al percibir lo demacrado que se veía. Su piel lucia mucho más pálida de lo que era, los huesos de sus pómulos se remarcaban mucho más, sus ojeras violáceas resaltaban de un modo nada atractivo y la vida que creyó haber encontrado dentro de sus ojos azules pareció haberse extinguido. Ya no era un azul potente vibrante, era un azul apagado, gastado, marchito. Ese no era el Takemichi que él había conocido.

—No tiene sentido —repuso el aludido frunciendo el ceño—. No... no entiendo.

—Si me dejaras explicarte... Yo tampoco entiendo esto, ¿por qué creíste que alguien me había obligado?

—Entonces, ¿nadie te obligó?

—No, y no comprendo por qué alguien me obligaría, eso no tiene sentido...

𝗌𝗎𝖻𝗅𝗂𝗆𝖾 𝖽𝗈𝗆𝗂𝗇𝖺𝖼𝗂ó𝗇 ; 𝘁𝗮𝗸𝗲𝗺𝗮𝗶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora