Prólogo

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Era la última vez que iría al hospital.

Aún si ese fuese un día normal, tan cualquiera y ordinario como otros, esa sería la última vez que Taehyung se atrevería a caminar por los largos y blancos pasillos del hospital que, en algún punto, desde que su madre tuvo aquel accidente, conocía a la perfección, como si fueran éstos las delgadas y finas líneas dibujadas en las palmas de sus manos. Aún si era esa ocasión tan común, sería la última de tantas en la que se le vería rondar por tales lados, pues, más allá de lo que ahora sostiene entre sus dedos, no hay nada que lo haga querer quedarse.

No hay una sola razón para quedarse y querer aferrarse.

No existe nada.

Ahora que su madre murió no queda nada; y tal y como está consciente de esto, es que ha decidido que esa será su última vez visitando ese frío y deprimente lugar. Será ésta su despedida definitiva, un profundo y melancólico adiós al único espacio en el planeta que tuvo la intención de ayudarlo, de mantener un tiempo más con vida a la mujer que le enseñó por primera vez, antes de irse de forma decisiva, el dolor de la espina de la soledad que se quedará clavada en lo más recóndito de su ser, en alguna de las tantas partes de su pérdida alma.

Porque ahora que finalmente se ha quedado solo, no sabe qué es lo que debe hacer.

Y como no lo sabe es que se encuentra allí, sosteniendo el último ramo de flores violetas que preparó para su madre con la inocente intención de dejarlas en su habitación pese a que ahora es probable que esté completamente vacía: la camilla con blancas sábanas sin su menuda figura debajo de ellas y la almohada que antes usaba sin ninguna arruga gracias a que su cabeza ya no está sobre ella.

Taehyung ahora está allí, caminando con desánimo entre los extensos y desesperanzadores pasillos del inmenso hospital que conoce bien y a su vez desprecia con cierto toque de confuso cariño.

Simplemente, a sus veintiún años, está allí, dirigiéndose a la que fue días atrás la silenciosa habitación de su madre, ese pequeño espacio que le hacía tener la esperanza de que ella pronto despertaría, que por fin abriría sus bellos ojos de pigmentos marrones para verle sonriente y decirle con su dulce y armoniosa voz: “estoy bien, Taehyungie. No te preocupes, aún no estoy lista para dejarte solo”

Él sólo está allí, a esa helada y grisácea hora del día, queriendo dejar atrás ese intenso y amargo dolor, deseando poder entrar en esa habitación para ver por última vez el rostro de la mujer que se suponía semanas atrás solo dormía.

Taehyung sólo está caminando por el hospital mientras carga un ramo de flores que son para su querida madre, teniendo en su mente la ligera ilusión de poder encontrarla allí, en su acogedora y fría habitación.

Sólo está allí, frente a la puerta número treinta y nueve, ansiando en el interior ver a alguien dentro de las paredes de ese lugar. Pues si la llegase a ver vacía, sin nadie en ella, se sentirá más solo de lo que ahora podría estarse sintiendo desde que ella falleció.

— ¡Ah, por fin, alguien vino a verme!

Está allí, luego de abrir la puerta, de pie, petrificado, viendo cómo alguien más está recostado sobre la camilla que alguna vez fue de ella.

— ¡Vaya, y hasta me trajiste flores!

Taehyung solamente está allí, viendo a ese otro chico que ahora le sonríe con emoción y picardía a pesar de que una gasa y un par de curitas cubren su pequeño y pálido rostro lleno de moretones.

Flowers for Yoongi |YoonTae|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora