Comienzos

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¿El mar siempre ha sido así de profundo o solo nos quieren hacer pensar eso a aquellos que no lo conocemos? Mi cabeza siempre ha estado rodeada de incertidumbre en cuanto al mar y su belleza se refiere. Muchas personas lo describen como algo maravilloso, yo por mi parte no dejo de fascinarme cada que puedo observarlo, aun así, la duda solo hace que mi curiosidad crezca y mi frustración sea más grande. Los pequeños detalles en azul de mi vestido siempre desvían mi imaginación al mar, logrando distraerme de la imagen en el gran espejo del vestidor que refleja a una chica de baja estatura, piel clara y ojos cafés que solo trata de sobrevivir a un día más sin dar indicio de que se está destrozando por dentro.

Camino fuera del gran armario y me acerco al balcón. La maravillosa brisa se cala sobre mis brazos descubiertos. Ya estamos a mediados del otoño y aunque el clima no ha cambiado demasiado las últimas semanas todavía se percibe el aroma a verano, ese en el que permanecí encerrada como siempre en mi torre de marfil.

Tengo que admitir que la vida aquí en California no es mala, los primeros años de mi vida en New York fueron cambiados de pronto cuando mi padre decidió establecer una sucursal aquí, y desde entonces, he intentado acostumbrarme pero con cada año que pasa la agonía y las ganas de querer algo distinto es mayor. No me quejo de mis padres, ni de mi vida. A pesar de la infinidad de reglas que conforman mi crianza, sé que me aman y que solo quieren lo mejor para mí. Sin embargo, no puedo evitar desear más de lo que una familia millonaria puede darme. Yo no quiero ser parte de un legado intachable que se esfuerza en hacernos ver como seres perfectos. Esa denominación que para muchos es inalcanzable para mis padres no lo es y eso se ha convertido en un calvario.

La apariencia puede ocultar muchas cosas, la tristeza, el dolor, la ira, el miedo, el desagrado y lo más importante según mi madre, la inseguridad. Esa que a través de mis años he estado obligada a ocultar.

―Señorita Stone ¿está lista? ―unos golpes en la puerta me distraen de mi laguna mental mientras doy un ligero respiro.

―Sí, bajo en un minuto ―anuncio tomando mi mochila y acercándome a la puerta.

Salgo de mi habitación esperando que mi vestido y las sandalias planas sean suficientes para mi día de hoy.

Camino con prisa recordando que mi madre odia la impuntualidad y me quejo al percibir la rebeldía del vestido. Ya casi llego al jardín, y éste no deja de subirse sobre mis muslos. No creo que eso le haga mucha gracia a mi madre, por lo que me veo obligada a disimular mi incomodidad en cuanto llego al comedor exterior.

―Buenos días ―contengo la respiración, me quedo estática sobre mis piernas esperando que diga algo.

―Buenos días ―la mujer de cabello color chocolate y mirada profunda me escanea mientras revuelve con una cuchara su taza de café―.Me gusta, aunque es demasiado corto, ¿crees que sea apropiado?

Subo los dos escalones que separan el jardín de la mesa circular de vidrio.

―He engordado un poco mamá, no es mi culpa ―me justifico sentándome.

―¿Si no es tuya de quién es? Lo mejor sería que te cambiaras pero es demasiado tarde ―respiro de alivio―. Claro que el comer en pequeñas porciones también ayudaría a tu contextura.

Me remuevo incomoda. Eso definitivamente no está en mis planes. La bulimia que pasé hace unos años parece no importarle a la mujer junto a mí, pero yo no lo olvido y no quiero volver a pasar por lo mismo.

―¿Cómo dormiste? ―intento desviar la conversación en tanto doy el primer sorbo a mi zumo de manzana.

―El descanso te da belleza natural, siempre logro dormir bien. Tú en cambio no te ves muy concentrada. Es tu primer día de clases en la universidad, deberías de estar más alegre ―se detiene esperando que dos empleados dejen nuestro desayuno sobre la mesa. Cuando estos se van vuelve a hablar―. Era lo que querías ¿no?

Siente y déjate llevarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora