Capítulo XVII

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—Syra, ¿cómo supiste que estabas enamorada de Naia? —preguntó Agoney con las rodillas encogidas contra su pecho. Los dos eran los encargados de la guardia esa noche, así que estaban a salvo de oídos y miradas indiscretas.

—No sé, solo lo sabes. Un día te das cuenta de que solo te imaginas el futuro a su lado y piensas en todo lo que anhelas hacer con ella.

—¿Qué quieres hacer con Naia?

—Besarla, sería capaz de robar el arpa al dios Apolo para probar los labios de Naia una vez —dijo, soltando una risa unos segundos después—. Parezco una loca, ¿verdad?

—No pienso que lo seas.

—Gracias —rió—. Quisiera hacer mucho más con Naia. Pasear por el bosque de la mano, regalarle flores, bañarnos en el lago y yacer sobre la orilla, tener una familia…

—¿Por qué quieres yacer con Naia? —murmuró Agoney con el labio tembloroso y los ojos aguados—. ¿Cómo puedes desear algo que te provocó tanto dolor en el pasado?

—Ago, cariño —le llamó con dulzura, apoyando su mano sobre el brazo del chico—. A nosotros nos violaron y eso nada tiene que ver con yacer con alguien que amas por propia voluntad. Compartir lecho con otra persona no duele.

—¿Puede no doler? —tartamudeó la pregunta.

—No debe doler, Ago. Y si duele es que alguien está haciendo algo mal.

—Si no duele, desear estar con alguien, ¿está bien? 

La inseguridad y la fragilidad que veía en los ojos del pequeño le conmovieron, así que le abrazó contra su pecho. 

—Ago, hacer el amor es el acto más puro y bonito que puede existir entre dos personas que se entregan el uno al otro. Desear tener algo así nunca puede ser malo.

—Vale —murmuró en el pecho de la chica. 

—¿A qué le tienes miedo? 

—A nada.

—Raoul me ha contado que huiste del entrenamiento esta mañana, aunque está seguro que huiste de él —explicó Syra—. Está preocupado por si ha cruzado algún límite contigo que te haya dolido o asustado. Me pidió que me asegurara de que estabas bien.

—Que idiota. 

Raoul era incapaz de hacerle daño, casi parecía un poder otorgado por los dioses. La verdad es que cada acto del germano le hacía quererle más. 

—Ago, ¿qué sucede? ¿Raoul ha hecho algo...?

—Le deseo.

—¿Qué?

—Me marché del entrenamiento porque no podía concentrarme en la espada. Solo podía pensar en lo que el cuerpo de Raoul provoca en mí y en lo excitado que estaba.

—¿Quieres que hablemos de ello?

—Quiero lo mismo con Raoul que tú con Naia. 

Lo confesó con los ojos llorosos y la voz convertida en un frágil susurro, pero era incapaz de cerrar los ojos ante sus sentimientos. 

—¿Le amas?

Un pequeño asentimiento fue la única respuesta que pudo dar, porque verbalizarlo aún le daba demasiado miedo.

—No puedes decírselo, Syra, no quiero que lo sepa —suplicó en pánico. 

—No voy a decírselo, Ago —susurró, cogiendo sus manos.

—Gratitud.

—Respetaré tus deseos, pero recuerda que ser valiente para unirte a nosotros te hizo libre. Quizá tengas que ser valiente otra vez para ser feliz. 

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