Capítulo XVI

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Los días previos a una batalla contra los romanos el campamento rebosaba de movimiento y bullicio. Los comandantes trazaban estrategias en la tienda de Agrón, los reclutas más inexpertos entrenaban durante varias horas bajo el sol y los herreros afilaban las espadas. Él, aprovechaba la ausencia de Raoul, para preparar brebajes y ungüentos para los posibles heridos en la lucha. 

Las noches antes de la batalla eran diferentes. El ruido y el alboroto cesaban con la puesta de sol y el silencio se apoderaba del campamento. Eran momentos de reflexiones con uno mismo ante la posible muerte, de confesiones a otros bajo el refugio de la oscuridad de la noche y con el temor de no poder pronunciarlas tras la batalla.

Agoney esperó, sentado en el único lecho que hay en su tienda porque para qué tener dos si duerme con Raoul desde que intentaron violarlo hace tres semanas. Tres semanas desde la primera vez que sintió la necesidad de besar a otra persona y no a una cualquiera sino a su mejor amigo. Últimamente, sentía que esa palabra se ha quedado pequeña para definir lo que Raoul es para él. 

Gracias al avistamiento de una facción del ejército romano, la misma a la que piensa emboscar mañana, no había tenido un momento de paz para que su mente le avasalle a preguntas y dudas con el germano como protagonista. No ha reflexionado sobre ello, pero sabe que algo está cambiando en su relación con Raoul. Lo percibe en el hormigueo de su piel cuando el mayor le toca. Raoul nunca ha huido de su contacto, pero sí ha tratado de limitarlo, por si pudiera rechazarlo dado su pasado. Ahora, las caricias y los roces son por puro placer. Lo nota también en la necesidad de estar todo el tiempo con el germano, en el vuelco de su estómago cuando se despierta entre sus brazos y en cómo se le hincha el pecho cuando Raoul le sonríe como ahora mismo…

—Hola, ¿qué tal tu día? —preguntó el mayor al entrar por la puerta, arrastrando las palabras al hablar. 

—Naia no me ha dejado descansar ni un segundo, pero sospecho que tu día ha sido más agotador —rió cuando Raoul se dejó caer sobre la cama.

—Si vuelvo a escuchar una palabra sobre estrategia militar voy a gritar. 

—¿Agrón?

—Tresh, el maldito galo es insoportable. 

—¿Por qué?

—Cree que soy como él.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Sabes que los galos siguen a Tresh más que a Agrón —el menor asintió—. Pues ahora el galo teme que los nuevos reclutas solo me sigan a mi por ser todos germanos. Creo que duda de mi lealtad a Agrón.

—Dudar de tu lealtad es un insulto. 

—Y además estúpido.

—¿Qué piensa Agrón?

—Creo que está de mi parte, pero no ha opinado sobre ello —murmuró—. Puto galo de mierda jodiendo como siempre.

—Necesitas relajarte y dejar de pensar o no descansaras para la batalla de mañana.

—Dime cómo.

—Túmbate —ordenó, tenía una idea. Raoul le miró como si tuviera dos cabezas y hablará de vacas volando—. Túmbate —repitió con una risa, golpeando el hombro del mayor.

Raoul obedeció y se tumbó bocabajo sobre el lecho, sintiendo un peso sobre su baja espalda a los pocos segundos. 

—Ago.

—Calla, cierra los ojos y relájate.

Agoney recorrió con sus dedos la espalda tensa y dolorida de Raoul, apretando con las yemas sobre las zonas endurecidas para aliviar el dolor en los músculos. Raoul gimió de puro gusto, provocando la sonrisa del menor hasta que notó algo.

Tenía a un hombre bajo su cuerpo, gimiendo por los movimientos de sus manos y no tenía miedo.

—Ago —murmuró su nombre casi dormido—. Túmbate conmigo.

Se inclinó sobre el cuerpo ajeno hasta sentir su calor y besó el punto justo bajo su oreja donde la mejilla se unía con el cuello. 

—Buenas noches —susurró, acurrucándose contra su cuerpo.

La batalla fue bastante cruda y sangrienta con demasiados soldados para ser solo una facción de exploración a no ser que temieran encontrarse con ellos. Y eso solo podía significar que el gobierno de la República Romana empezaba a tomar en serio a la rebelión. 

Agoney recibió un pequeño rasguño en el brazo, pero hubiera sido mucho peor si no fuera porque Raoul tenía siempre un ojo sobre él. 

Y para evitar que algo así pudiera volver a pasar acordaron que el día siguiente entrenarían desde la salida del sol.

—Agarra la espada con fuerza, Ago. 

Agoney apretó los ojos con fuerza e inspiró hondo en un intento de concentrarse.

La piel desnuda del pecho de Raoul irradiaba un calor que sentía abrazarle por la espalda. 

Concéntrate en la espada.

Los dedos del mayor se deslizaron por su brazo provocando un cosquilleo a su paso. 

>>Agoney —le llamó cuando sus dedos siguieron flojos sobre el arma—. ¿Todo bien?

Calor, hacía mucho calor.

El moreno asintió porque ni bajo tortura confesaría que la razón de su distracción era el propio Raoul y el hecho de que todos sus sentidos orbitaran a su alrededor, cual satelites a su planeta. ¿Qué cojones le pasaba? ¿Y por qué no podía detenerlo? 

Joder, agarra la puta espada, suplicó su mente. 

La respiración cálida de Raoul se coló entre sus mechones y erizó la piel de su cuello, estremeciéndole de pies a cabeza.

La espada, hostias, no pienses en nada más. 

Raoul debió sentir la tensión de su cuerpo porque apretó el agarre sobre sus muñecas. Creyo escuchar algo sobre relajar la postura, pero honestamente no era capaz de sentir nada más que el calor de los suaves dedos que parecían tener el poder de calentar su piel hasta prender un incendio en su estómago y encender sus mejillas. 

¿Por qué me haces esto?, se preguntó a sí mismo. 

Era frustrante, tenía veintidós años y no conocía su propio cuerpo. Las reacciones que experimentaba por primera vez y a las que era incapaz de poner nombre. El viento llevó el olor de Raoul hasta su nariz, tierra mojada mezclado con cenizas, que hablaba de peligro y Agoney se sorprendió deseando aspirar ese olor más cerca.

—¿Podemos parar? —pidió con la voz estrangulada. 

—Agoney, ¿qué... —intentó preguntar, soltando las muñecas del menor, pero Agoney huyó.

Apretó los ojos para evitar que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas, mientras corría a través de los pasillos de la villa. Un gemido se escapó de sus labios apretados, apenas podía respirar. 

Era la primera vez que se sentía así de excitado, ni las manos de su dominé habían logrado lo que Raoul con un roce. Y no lo entendía.

Rezó para no encontrar a nadie en el camino. No podía controlar su cuerpo y se odio. Le hacía sentir tan débil, acurrucado tras una pared intentando calmar su respiración y obligar a su corazón a latir con normalidad.

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