Capítulo XIX

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Ni el día en que fue capturado y convertido en esclavo fue tan doloroso como el día que enterró a Agoney.

—Raoul, nos marchamos —anunció Syra. 

El nombrado asintió con la cabeza sin mirar a la joven, que se retiró en silencio para dejarle despedirse. 

—Espero que te guste el lugar que elegí —murmuró al viento que era el único que podía escucharle. Acarició con las puntas de sus dedos la madera de la cruz clavada en la tierra—. Siento haber roto la promesa de protegerte. Nunca me perdonare.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar el primer beso que habían compartido, pero no el único. No sabe el número de besos que le dio en los labios, mientras sollozaba y le suplicaba que volviera con él. Syra tuvo que apartarle a la fuerza del cuerpo muerto de Agoney. 

—Te quiero, Ago, creo que vas a ser el dueño de mi corazón, mientras tenga vida.

El germano despertó violentamente con el nombre de Agoney en los labios. 

—Raoul, tranquilo, estabas soñando —le tranquilizó Syra. 

—Syra —susurró su nombre—. ¿Ago?

—Sigue respirando —respondió con una pequeña sonrisa. Cinco días desde que Agoney había sido herido y los primeros augurios de su muerte empezaron a desvanecerse ayer cuando su fiebre desapareció—. Naia tiene esperanzas.

—Lo sé —se mordió el labio. Naia se lo había dicho anoche cuando le cambió los vendajes y a pesar de que deseaba aferrarse a esa esperanza, que Agoney no volviera a despertar desde la mañana que le besó le preocupaba.

—Va a sobrevivir, Raoul. Confía en él.

Le sonrió a la pelirroja antes de levantarse del lecho para visitar al sirio. Naia le esperaba en la puerta de la habitación con gesto cansado por pasar toda la noche cuidando de Agoney. 

—Buenos días. 

—Buenos días, ¿cómo está?

—No tiene fiebre y duerme tranquilo.

—Descansa Naia, yo le cuido. 

—Avísame si algo cambia. 

—No te preocupes —dijo Raoul, tomando a la chica por la cintura y besando su cabeza.

El ambiente fresco y puro de la habitación había reemplazado al aire febril. Se acercó al lecho y se sentó en la silla que él y las chicas llevaban ocupando por turnos esos cincos días. Siempre con miedo de alejarse y que el pequeño abandonara este mundo en soledad. 

—Hola, Ago —susurró, cogiendo la mano del menor entre las suyas. 

Esbozó una sonrisa cuando miró el rostro del sirio. El blanco fantasmal de su piel había dado paso al suave rosado. Su frente ya no estaba perlada de sudor y su gesto no reflejaba dolor. Su respiración era profunda y regular.

>>Ya es hora de despertar, ¿no? Pequeño dormilón —dijo con una pequeña sonrisa—. He pensado mucho en estos días, ¿sabes? Creo que me enamoré de ti mucho tiempo antes de ser consciente de ello. Me atrapaste con el fuego que llevas dentro. Por eso, le pedí a Agrón que te perdonara la vida y me dejará entrenarte. Me envolviste en tu calor poco a poco y ahora no puedes dejarme porque te necesito para no morir de frío.

Se levantó para coger la tina de agua limpia y fresca que Naia siempre dejaba sobre la mesa. Humedeció un paño y lo escurrió para no mojar la cama. Dio pequeños toquecitos con la tela sobre los labios de Agoney parece evitar que se agrietasen por estar demasiados secos. Delineó con las yemas la suave piel de las comisuras y deseó volver a probarlos. Pero, no lo haría. Se prometió que si había un segundo beso sería con Agoney consciente. No queria que el menor volviese de la muerte para descubrir que se había aprovechado de su cuerpo como si fuera su puto dominé.

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