13º CUENTO. El caballero.

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«El corazón del hombre es un laberinto, cuyos ventisqueros son muy difíciles de descubrir»

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«El corazón del hombre es un laberinto, cuyos ventisqueros son muy difíciles de descubrir».

Eloísa

(1092-1164).

Inglaterra normanda, año 1097.

Guillermo de Ledes aspiró hondo el olor a brasas mientras analizaba la espada bendecida por el obispo. Daba la impresión de que alguna hechicera hubiera rociado el filo con un filtro de amor, pues ejercía un poder hipnótico sobre sus sentidos. No le clavaba la vista porque lamentara regalarla o porque dudase de la decisión de rescatar a su prometida, Matilde, de las garras del cruel John de Colchester acompañado tan solo por siete de sus más valientes amigos: nadie ignoraba que con ellos se sentía invencible desde siempre. Más concretamente, desde que habían compartido la primera experiencia iniciática de matar un oso en Normandía.

     Sin embargo, esta vez superarían cualquier desafío anterior. Muy dentro de sí comprendía que la hazaña que pronto iniciarían sería digna de inmortalizarse por los juglares y por los trovadores para hacer las delicias de las cortes durante milenios: ocho caballeros combatiendo contra un ejército enemigo en tierra inhóspita. Observó el mango, adornado con un par de esmeraldas y con dos espinas de la corona de Jesús, que le habían costado el rescate de un rey, y su instinto le susurró que vencerían.

—Empecemos —le pidió Bernard, acercándose a la chimenea del salón frente a la que él se hallaba de pie—. Estoy listo y limpio, vuestras criadas me bañaron ayer tal como les ordenasteis. —Esbozó una sonrisa lobuna en tanto recordaba el sensual momento—. Estoy limpio de cuerpo y de espíritu, se ha borrado de mí todo pecado. Además, he pasado la noche en la iglesia rogándole a Dios que me conceda la fuerza necesaria para afrontar la dura tarea que nos hemos impuesto. Y he ido a la misa de la mañana.

—Seréis un excelente caballero, no tengo la menor duda —y, recalcando las palabras, agregó—: Debisteis permitirme que os armara mucho antes.

     Bernard se había conformado con ser su escudero durante años porque no podía pagar las monturas de guerra y la celebración acostumbrada y se negaba a aceptar que se la costease. Recién ahora se lo permitía porque necesitaba ser uno de los ocho guerreros que combatirían hasta la muerte defendiendo los honorables principios de la caballería.

—Mi única ambición es serviros —pronunció, humilde, bajando la cabeza.

—Y lo continuaréis haciendo desde un sitial más elevado. —Guillermo le colocó la mano sobre el hombro—. La túnica roja con la que os enfundáis me señala que estáis dispuesto a dar vuestra sangre por Dios y por mí. Vuestras calzas negras os recuerdan que sois un simple mortal y que debéis ser valeroso, pero al mismo tiempo prudente. Y el cinturón blanco simboliza vuestra castidad.

—Me temo que esto último no lo cumpliré, mi carne es débil. Si no me creéis preguntádselo a vuestras sirvientas. —Y, pese a la dignidad de la ceremonia, ambos lanzaron una carcajada—. No pienso renunciar a una de las principales ventajas, que las damiselas se me echen en los brazos sin ningún esfuerzo. No tengo intención de convertirme en un monje.

ARENAS DEL TIEMPO. Cuentos y microrrelatos del género histórico.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora