Latidos

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POV Derek

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POV Derek

El sudor cae por mi espalda causado por los constantes rayos de sol y por el continuo trabajo en la obra. Dejo a un lado mis herramientas y decido tomar un breve descanso.

Echo un vistazo por los alrededores y mis ojos caen inconscientemente en una linda camarera en la cafetería de enfrente. Los latidos de mi corazón denotan su presencia y mis mejillas se vuelven calientes. Su cabello color cobre está recogido en una coleta alta que acentúa sus lindas facciones, una hermosa sonrisa decora su cara y provoca en mi sentimientos que nunca había experimentado.

Eda.

Ese es su nombre. La chica dulce de los pancakes.

El movimiento a mi alrededor logra sacarme de mi estado de aturdimiento, decido ponerme otra vez a trabajar, pero su sonrisa permanece en mi mente todo el tiempo.

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Siento la fría brisa otoñal contra mi cuerpo a medida que voy andando por la calle, mis manos refugiadas en mis bolsillos y el constante repiqueo de mis zapatos. Siento mi teléfono vibrar, por lo que me detengo y observo con pesadez la llamada entrante. 

Mi padre.

-Hola papá.

-Derek, solo quería informarte de que todavía tienes algunas de tus cosas en mi casa. En estos instantes de mi vida, su frialdad no me sorprende, desde la muerte de mi madre parece que es lo único que transmite.

-Lo sé, te dije no tardaría en recogerlo. He estado muy ocupado en el trabajo y sabes que sigo arreglando mi apartamento.

-No tardes en recogerlo. El pitido que indica el final de la llamada sí que llega a sorprenderme. Paso mi mano por mi pelo, un tic que lleva presente en mi vida demasiado tiempo. 

Con un suspiro decido retomar mi camino hacía mi hogar, suponiendo que se puede llamar así. Este consiste en un apartamento en un barrio relativamente bueno, se puede considerar moderno gracias a los diferentes arreglos que he estado llevando a cabo después del trabajo. Pero, por muy nuevos que sean los muebles o cuan brillante sea el fregadero, se siente frío y vacío. La falta de vida en él me entristece y me confirma todos los días de que no es un hogar, no es mi hogar. Por lo menos, no todavía.

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Dejo mis llaves en el mueble de la entrada y cuelgo mi chaqueta en el perchero, me encamino a la cocina con ansias de un poco de cafeína. Siento el calor de la bebida calentando mi cuerpo y permitiéndome sentirme más a gusto. 

Poco después, voy a darme una ducha y de esa forma quitarme todo resto de una dura jornada laboral. Enciendo el agua y me desvisto, el vapor poco a poco se va apoderando del baño, bloqueando mi reflejo en el espejo y apresurándome a entrar en la tibia lluvia. 

Siento mis músculos relajarse y mis emociones intensificarse, mi mente vuela de un lugar a otro, recordando tanto buenos como malos recuerdos. Inconscientemente vuelvo a pensar en mi padre, aquel que debería apoyarme, consolarme en mi malos momentos y amarme cada segundo de vida, pero lo perdí todo con el fallecimiento de mi amada madre. Sé que era el amor de su vida, pero..... ¿yo no soy nada para él?

 Desde que tengo 10 años lo único que he deseado, en cada cumpleaños, en cada estrella fugaz e incluso cada día antes de dormir, ha sido que mi padre volviera, que me abrazara y me dijera que todo iba a estar bien.

Que me quería y que siempre estaría conmigo.

Pero supongo que era demasiado pedir. Ni siquiera, al seguir sus pasos y apuntarme en el ejército logró que mostrará un poco de orgullo, ni una mirada orgullosa, nada.

Suspiro al sentir las lágrimas deslizarse por mis húmedas mejillas y mezclarse con la lluvia artificial de mi baño. Las limpio con rabia, cansado de, en el fondo, seguir teniendo esperanzas. 

Esperanzas de una caricia, de un apretón en el hombro o de una simple mirada.

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La noche está estrellada, las luces de la calle iluminan mi sala de estar haciéndose paso por mi balcón. Apoyo los pies en mi mesa de centro y enciendo la televisión, decidido a relajarme un rato. Un documental sobre las ballenas llama inmediatamente mi atención, recordándome al tierno niño que conocí el otro día, Oliver. Una sonrisa aparece en mi rostro al volver a recordar la chispa en sus ojos al hablar sobre estos maravillosos mamíferos. De igual forma, Eda viene a mi mente. 

Debería....¿debería pedirle su teléfono?

De repente, el canto de una ballena procedente del documental inunda mis oídos, vuelvo a sonreír y me sorprendo, por cuántas veces ha aparecido de forma inconsciente este gesto en estos días, todo gracias a ellos.

Lo he decidido, lo haré.

Le pediré su número de teléfono.


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