El corazón es uno de los órganos más vitales que tenemos, es del tamaño de nuestro puño y a la gente le gusta atribuirle cualidades sentimentales, afectivas y románticas. Tiene como principal función enviar sangre a todo el cuerpo, por lo que es correcto decir que el corazón es una bomba. Al menos el mío lo es.
Con cada latido estoy más cerca de la oscuridad absoluta y eso me asusta. Me preocupo mucho por asegurarme de que esa bomba aterradora y necesaria dentro de mí siga funcionando. Me gusta acostarme en el frío suelo de mi habitación, cerrar los ojos y concentrarme en contar mis latidos, al inicio me era muy difícil sentirlos, pero con el tiempo se vuelve cada vez más fácil, es cuestión de poner una mano sobre mi pecho y prestar mucha atención.
Entonces los siento, delicados y pacíficos aleteos constantes.
Uno, dos... Tres, cuatro...
Me gusta pensar que siempre estarán ahí.
Contar esos latidos se ha vuelto adictivo y tranquilizador, me recuerdan que la vida es hermosa, corta y delicada a partes iguales.
El primer indicio de que esa letal bomba explotaría se dio un día cualquiera y fue algo muy insignificante. Subí con tranquilidad todas las escaleras que me separaban de mi última clase del día, me senté en el primer pupitre libre que vi. Todo era normal hasta que de repente estuve muy agitada, me sentía como si hubiera corrido todo ese tramo de escaleras cuando claramente no fue así. Lo que en ese momento se me vino a la mente fue que mi condición física era pésima y que tendría que entrar pronto a algún equipo deportivo para cambiar eso.
Justo así fue como decidí formar parte del equipo de volleyball, una decisión acertada pero terriblemente agotadora. Todas esas flexiones, carreras y ejercicios siempre parecían imposibles de vencer o, al menos, de terminar. Los entrenamientos duraban poco menos de dos horas y yo a los veinte minutos ya estaba exhausta, me temblaban las extremidades y mi cabeza empezaba a palpitar de una forma desagradable, pero al parecer era la única a la que le ocurría esto, los demás se veían tranquilos y hasta algo cómodos. Después de varios meses yo seguía determinada a mejorar mi condición física.
Las señales de que algo no marchaba bien continuaron apareciendo meses después. Diciembre vino con unas merecidas aunque cortas vacaciones de invierno, era el momento perfecto para visitar un parque de diversiones con juegos mecánicos y comida deliciosa. Todo iba muy bien hasta que mi mejor amigo encontró una atracción que prometía estar llena de adrenalina, así que decidimos probarla. Era un enorme armatoste metálico con forma de cilindro y una curiosa dona que lo rodeaba. Nos sentamos en dicha dona, abrochamos nuestros cinturones y, después de unos cuantos minutos de nerviosismo, el mecanismo del juego se activó, lentamente nuestros asientos ascendían emitiendo crujidos robóticos y de repente, sin previo aviso, nos vimos envueltos entre gritos y la poderosa fuerza de gravedad, precipitándonos rápidamente hacia el asfalto blanquecino.
En ese momento yo no pude hacer nada que no fuera gritar y apretar mis puños con toda mi fuerza. Entonces, cuando todo se detuvo, mi corazón iba excesivamente rápido, mi respiración se quedó atorada en mi garganta, el mundo giraba a mi alrededor, mis manos estaban sudadas y mi cabeza dolía tanto que temí que fuera a explotar.
Cuando terminó ese episodio de taquicardia me sentí mucho mejor y el parque de diversiones ya no me resultó una idea tan atractiva, así que volví a mi casa dispuesta a disfrutar entre libros del resto de mis vacaciones. Ese periodo inter-escolar leí mucho. Novelas, relatos, cuentos, ensayos y poesía, que giraban en torno a un tema en especial: el amor, ese estado químico tan maravilloso que todos esos textos atribuían al corazón. Esa bomba de sangre hecha de músculos no podía ser la causa del amor, de eso estaba segura, o al menos eso creía.
Combinar mis vacaciones y mis lecturas románticas no ha sido, ni de lejos, la mejor idea que he tenido. Tener tanto tiempo de ocio, una mente inquieta y curiosa y un tema fascinante al cual darle demasiadas vueltas no es una buena combinación. Así que dentro de mí, muy a mi pesar, empezó a crecer un profundo anhelo de experimentar el amor, un amor pasional, duradero e inquebrantable.
Ese anhelo también trajo consigo serias dudas: ¿Mi corazón verdaderamente funciona? ¿Yo soy capaz de amar? ¿Realmente se ama con el corazón?
Las respuestas a esas interrogantes llegaron, tardaron bastante, pero llegaron.
La primera pregunta tuvo una respuesta cruel. No, mi corazón no funcionaba bien, la bomba de mi vida estaba averiada y no tardaría en volar todo en pedazos, llevándome con ella. Yo tenía una cardiopatía conocida como CIV o, en términos médicos, comunicación interventricular. Eso era un pequeño agujero que hace que la sangre oxigenada y la sangre sin oxígeno se combinen de vez en cuando.
La respuesta a mi segunda pregunta fue dulce. Sí, a pesar de mi averiado corazón también puedo amar. Me di cuenta un día en el que mi mejor amigo y yo teníamos que terminar un proyecto, nos quedamos en su casa y al terminarlo ya casi había amanecido, teníamos tan solo un par de horas para dormir, así que nos acostamos en la alfombra de su sala. Yo puse mi oreja sobre su pecho y el sentir sus latidos fue algo tan tranquilizador, no solo era la prueba de que yo no estaba sola, también evidenciaba que él se encontraba vivo. Sus brazos me rodeaban y alcanzaba a sentir su suave y cálido aliento sobre mi cabeza. El amor no tiene nada que ver con eso de "mariposas en el estómago", para mí fue una gran sonrisa en mi cara y unas ganas incontenibles de detener el tiempo y vivir en ese momento por siempre.
Ese fue, es y será mi recuerdo favorito, porque estaba tan embelesada con su corazón que no me preocupé por el mío y ni siquiera me di cuenta cuando, paulatinamente, se detuvo.
Fue algo tan delicado como una exhalación. No hubo una oscuridad nebulosa que se abalanzara sobre mí, solo ocurrió.
La última pregunta fue respondida entonces y esa respuesta representó un gran alivio. No, el corazón no es el encargado de amar. Lo sé porque el mío ya no está latiendo y sin embargo yo estaba ahí, entre sus brazos, amando a ese chico maravilloso con todo mi ser.
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El contexto es la vida en sí
Short StoryUna colección de cuentos (que iré subiendo semanalmente), habrá cuentos cortos y cuentos mucho más largos. Trato temas como el amor, el miedo y la nostalgia.