El sueño más largo...

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Hoy el amanecer se sintió como el silencio absoluto justo antes de una ovación de pie: lo mejor estaba por llegar. La noche fue demasiado larga y el sueño era muy abstracto e interminable.

Creí que nunca abriría mis ojos de nuevo pero, con alivio, compruebo que sigo siendo yo, que estoy bien, que he despertado otra vez. En realidad siempre despierto.

Aún en la cama me muevo un poco: me crujen los huesos, los nudillos me duelen y mis rodillas se quejan. Me incorporo lentamente, con cuidado. Los años pesan en mis hombros.

Una vez se disipan los estragos de la somnolencia me doy cuenta de que el aire huele a asertividad, a determinación y a aventuras. Hoy me siento decidida.

La cápsula verde me espera, en la mesita junto a mi cama, entre el vaso de agua y mi dentadura inerte.

—Hoy es el día, Dem —. Mi voz me suena extraña, llena de experiencia.

—Yo estaba a punto de decirte lo mismo —. Sin duda es hoy. La decisión está tomada.

Agarro la cápsula, que en la palma de mi mano se ve diminuta. No recuerdo mis primeras horas de vida pero ahora sostengo las últimas 24 entre mis temblorosos dedos.

Reúno toda la valentía que me ha faltado durante los últimos veinte años y me trago la efímera lozanía jovial junto con toda el agua de mi vaso. De nuevo me salté la adultez. Pasé de la vejez a la juventud en un parpadeo.

24

Me siento increíble, como si toda la fuerza del universo estuviera contenida en mi pecho. Mi corazón bombea energía nuclear a todo mi sistema. Hace tanto que no me sentía así...

La ropa que uso ahora se siente ajena. Mi vestido favorito se asoma desde el closet, esperando por mí. Verlo me trae tantos recuerdos... Antes de que el tiempo fuera verdaderamente tiempo éramos compañeros inseparables. Usarlo de nuevo me hace sentir diminuta y nerviosa.

La persona que veo en el espejo estaba enterrada en mi memoria y hoy apenas puedo reconocerme en esa imagen tan vívida.

Al darme la vuelta veo a Dem. De no ser por las fotografías habría olvidado su joven rostro hace mucho tiempo, cambiamos tanto que es casi imposible que seamos los mismos.

Mis manos vuelan a sus mejillas, a su cabello y terminan por entrelazarse tras su cuello. Sus brazos me rodean y me inunda la certeza de que bastaría con pasar así las horas que nos quedan. Todo me parece un sueño idílico: volvemos a ser fuertes y ligeros, a estar realmente vivos.

He pensado tanto en todo lo que quiero hacer hoy que podría recitar de memoria una interminable lista. Las opciones son tan vastas que resultan sobrecogedoras.

—¿Por dónde empezamos, Lily? —Dem susurra contra mis labios.

—Sorpréndeme.

23

Al salir de nuestra casa las calles son distintas: hay demasiados colores y mucha gente sin importar dónde mire. Caminamos de la mano, a pasos tranquilos, hasta llegar al local de comida. Pedimos pizza y refrescos.

Es casi un déjà vu: comemos, platicamos y somos tan felices que estamos a nada de empezar a flotar. Es la versión de Dem más relajada que he visto y, como siempre que estoy con él, el tiempo vuela sin que me dé cuenta. Hay tantas cosas por decir y tan pocas palabras...

Después de un ataque inesperado de risas burbujeantes saca un papel de uno de los bolsillos de sus jeans y me lo ofrece. La hoja llena de bocetos hace arder mis dedos en cuanto la toco, él ve mi expresión y suelta una risita.

El contexto es la vida en síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora