Oscuridad azul

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Siento un vacío doloroso y punzante en el pecho que se hace cada vez más grande y se extiende en mi interior.

Estoy imposiblemente exhausta y horriblemente triste. Un peso abrumador lo inunda todo.

Deseo dormir por un par de años y despertar cuando este dolor constante sea soportable.

No sé en dónde estoy, ni cómo he llegado aquí. Pero necesito salir.

Me pica la garganta y mi voz parece no estar ahí.

Mi visión está nublada y todo es una oscuridad tan densa que ni siquiera puedo ver dónde estoy sentada.

Mi conciencia hace amago de salir de mi cabeza un par de veces, pero no lo logra.

El mundo me parece un lugar profundamente desolador e inhóspito.

Del piso emana un frío incorpóreo, sigiloso y vivo que recorre mis extremidades con rapidez y va atravesando mis huesos uno a uno, como si mi piel no estuviera en su sitio habitual.

Intento pararme y todos mis músculos, acartonados, se quejan a la vez.

Tras varios intentos, una vez de pie, comienzo a avanzar por lo que me parece una eternidad pero solo encuentro vacío y soledad.

Me cuesta trabajo respirar, el aire a mi alrededor es casi sólido y en mis pulmones solo hay vaho intentando huir de mi cuerpo.

Mi mente está embotada, no logró procesar ningún sonido en concreto, todo es como un barbullo lejano y molesto.

Mi voz aún se niega a aparecer y yo camino y camino en un sendero interminable hasta que me golpeo las rodillas con un objeto duro e inamovible.

Acerco mis manos con lentitud para descubrir que es una banca áspera y helada, al abarcar toda su extensión me topo con una pared.

Empiezo a recorrer el muro con las manos pensando en saltarlo, pero ni parándome en la banca logro llegar al borde, es mucho más alto que yo.

Como ya no puedo caminar hacia adelante, entonces giro. Los dedos de mi mano derecha, aún en contacto con la gélida pared, me orientan.

Alcanzo a distinguir un par de borrones azules, lejanos y luminosos flotando en el lóbrego paraje. Se acelera el latido de mi corazón y con él, mis pasos.

Las escasas luces me han guiado en dirección a lo que en la distancia parece un cúmulo de estatuas.

Camino un par de metros más para salvar la distancia que nos separa y lo que me encuentro no son esculturas sino personas, centenares y centenares de personas, sentadas en la banca, separadas unas de otras. La luz tenue y azul proviene de un aparato pequeño entre sus manos y si se han dado cuenta de mi presencia no lo demuestran.

Mi primer instinto es preguntarles dónde estamos, pero no me oyen. Son personas que existen, se mueven de vez en cuando y respiran, pero no están vivas. No están presentes, se encuentran en algún tipo de trance o ensoñación, porque no están aquí.

¿Cómo es posible sentirse tan solo en un planeta con 7 mil millones de habitantes?

A lo largo de mi vida he escuchado muchas formas de describir la soledad: un estómago sin mariposas, unos ojos sin emoción, una sonrisa vacía, entre muchas otras. Ninguna de esas definiciones le hace justicia a la verdadera esencia de la soledad.

La soledad es una densa y pesada oscuridad azul.

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