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El té frío pasa por mi tráquea, bajando a mi estómago. Su sabor se queda en mi lengua y saco ésta de mi boca para humedecer mis labios.

Golpeo con sincronía la mesa de cerámica, con mis uñas largas, finas y llenas de barniz escarlata. Me quito los lentes de sol, mi visión se hace más clara. Guardo estos en mi bolso, y me levanto del asiento. Salgo de mi escondite en la esquina de la cafetería, y miro hacia adelante.



La escena perfecta.

Emprendo mi caminata elaborada y practicada perfectamente, con éxito; me pongo recta y muevo las caderas provocativa e inocente-mente. Algunos chicos que están sentados al rededor, me miran, unos me lanzan sonrisas coquetas y guiños, pero hay uno que sólo observa mis acciones con el ceño fruncido, atento a ellas.



He estado persiguiéndolo por varios días, estudiando sus movimientos, cuáles son los lugares que frecuenta, a qué hora sale y con quién. Normalmente George pondría a Abraham a investigar eso por mí, pero tomo en serio mi trabajo y prefiero hacerlo y verlo por mí misma. Es mejor técnica.



Mi víctima, está recargado en la pared junto al gran ventanal que está a metros de la puerta de entrada. Junto a un cuadro estilo vintage, tomando un capuccino de caramelo con doble crema y sus manos en los bolsillos de sus pantalones. Abandona esa pose, poniéndose erguido y persiguiendo con la mirada a una rubia que va de aquí a allá, de su mesa al mostrador. Paga su cuenta y toma su cartera violeta con tachas rojas. —Qué horrible combinación, pienso—, da un último vistazo a su mesa, verificando que nada se le olvide y emprende su marcha hacia la puerta de vidrio. El gatito de ojos verdes no pierde el tiempo, y antes de que la rubia salga por la puerta, la detiene, tomándola suavemente por el antebrazo y con una sonrisa coqueta, empieza a hablarle.

Agudizo lo más que puedo mi oído, escuchando como ella le dice qué tiene prisa, que su madre la necesita en casa y va tarde. Él contesta que es rápido, que quiere su número telefónico para llamarla, para algún día salir a ir por un helado. La rubia, se sonroja y trata de ocultarlo con su melena. Falla, Harry le dice cosas bonitas sobre su sonrojamiento haciendo que sonría como boba.

Hora de la acción.

Atrás de ellos, están los baños. La excusa perfecta.

Sigo mi caminata hacia ellos, "mirando al suelo" , cuando estoy a punto de pasar de largo al gatito, choco con su fornido hombro, accidentalmente. Finjo sorpresa, soltando un chillido, llevo mis manos a mi boca, tapándola y mis ojos abiertos.

Él dirige su vista a su playera color rojo viejo con algún logotipo de una extraña banda, manchada con un poco de café descremado que tomé de las mesas abandonadas. Sé que respira con parsimonia, tratando de no molestarse. La rubia sólo mira la escena con los ojos abiertos.

—¡Oh, Dios mío!, ¡Dios!, lo siento muchísimo. De verdad — exclamo con la voz más chirriante y de zorra mojigata que pueda imitar. Muerdo mi labio con nerviosismo fingido, pero qué sé que eso les atrae a los chicos. Pongo mi mano en su abdomen firme y empiezo a tallar de arriba a abajo, queriendo quitar la mancha. Tomo una servilleta y empiezo a limpiar mi accidentalmente desastre, con la preocupación pintada en mi rostro — ¡De verdad, lo siento! He arruinado tu playera, joder. Lo recompensaré, lo juro.

Levanto mi vista a su mirada. Sus ojos han obscurecido varios tonos y sus labios están hechos una línea recta.

La rubia murmura un "lo siento" y sale disparada por la puerta, haciendo tocar la campana.

Toma mi muñeca, pero no la quita donde está situada. Me mira por unos segundos y una flamante sonrisa ilumina su rostro.

—No te preocupes, cariño. No es una de mis favoritas. — Retira mi mano, no sin antes darle una suave y discreta caricia.

Karma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora