7 de julio

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Desperté con un mensaje de Amanda:

Buenos días preciosa me urge verte hoy. Necesitamos hablar. Por cierto lamento haberme ausentado. Debía resolver conflictos internos, de verdad lo siento ¿Te parece si lo recompenso hoy a las 6pm en mi casa?

Seré honesta, no quiero encontrarme con ella. Hay tanto que pensar. Es necesario afrontar cualquier cosa. Decido ir, sin dejar a un lado el asunto de Ulises. Podría seguir con mi relación con Amanda y a la vez estar con Ulises, no, no es lo correcto.

Durante el camino a casa de Amanda practico mis palabras. Debo terminar éste embrollo, no quiero más hastío en mi vida y tampoco le deseo un mal a mi compañera. No entiendo cómo he llegado a éste punto. Amanda la chica con quien disfruté mi cuarentena y, a su vez hizo del suceso algo más llevadero. Mi verdadera amiga, a quien le conté sobre mis amores fallidos y me cobijo, la mujer quien me abrió la puerta de sus saberes y me presentó a sus amistades ¿qué estaba haciendo ahora? Me sentí la peor persona del mundo. Como cereza a éste martirio recordé nuestra primera cita como novias. He de mencionar Amanda jamás fue una romántica, recuerdo haber ido a limpiar el río San Pedro. Vaya cita tan estupenda. Desde las ocho de la mañana, hasta medio día nos dedicamos a mejorar el aspecto del riachuelo, nunca le confesé a Amanda lo consideraba algo banal, el siguiente fin estaría igual de sucio. Más allá de hacer un bien comunitario deberíamos hacer consciencia sobre depositar la basura en su lugar y bastante, muchísima más cultura del reciclado. De no ser por Amanda desconocería dónde queda el centro de acopio en la ciudad.

Por qué a mí remordimiento de conciencia. No cabe duda, Amanda aportó bastante a la relación. Deja de pensar tanto concéntrate... ella estará mejor sin ti.

Tocó la puerta y saludo a su madre. Nunca fue una mujer de muchas palabras. Se alegraba por mi visita. Siempre. No más. Me indicó dónde estaba su hija y pasé. No deseaba verla. De verdad. No lo soportaría. Me abrazó apenas pasé a su cuarto. Me besó y cerró la puerta.

- ¡Por fin llegaste!

- Sí, heme aquí. – balbuceé.

- Ariel, estos días, bueno quisiera pedirte perdón, tú sabes. Tenía una sorpresa, Ulises me ayudaría y no lo hizo, entonces yo y tú. Nosotras, el baile.

Una de las cualidades de Amanda siempre fue la serenidad y el porte. Desconocía a la mujer frente a mí.

- A lo que voy. – expresó luego de hondar en trivialidades. – renté una limo para nuestro baile.

No te culpo Amanda, me tengo merecidísimo sentirme fatalmente mal.

- Y no es todo. – exclamó. – hice una reservación en un hotel. Con desayuno.

Me reservé los comentarios. La expresión de su rostro ¿cómo deshacer tanta ilusión?

- ¿No tienes más qué decir? – comenté.

Pude haberle dicho la verdad. Mi forma de responder la destrozó por completo. No habría mucha diferencia entre uno u otro.

- No. – bajó el rostro.

- Amanda. – tomé aire. – disculpa por mis modales. Será mejor que me vaya.

m¿Qué más podría decirle? Fui cobarde. No pude ser capaz de afrontarlo. Después de los detalles ¿cómo terminar? Quizá podría seguir con la mentira pasado el baile. Debería. Antes de irme Amanda me cuestionó.

- Nos veremos en la graduación.

- Sí. –respondí tajantemente.

Huí de cualquier responsabilidad, de ser real y honesta. De mi novia. No voltee o besé al despedirme. Sería un acto hipócrita. No podía comportarme peor. 

Entre las vías del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora