HAUNTED TOWN #2

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                                                                     EL SUEÑO
              Nooooooooo, se desnucó el grito en mis labios. Abrí los ojos cuanto mis párpados lo permitieron, intentando tomar consciencia de la realidad.  Estaba sudorosa y agitada. Me incorporé quedando sentada en la cama y esperé.

               Esperar ¿qué? Os preguntaréis. No seáis impacientes. Sencillamente, esperar. Esperaremos expectantes.

              Entre tanto los movimientos agitados de mi pecho se hicieron más suaves, según la respiración se iba normalizando. Mientras esperaba, con las pupilas clavadas en la ventana, los recuerdos de la pesadilla sufrida erizaban mi piel. En el silencio de la mañana grisácea, que había amanecido, unos golpecillos se escucharon en el pequeño cristal. Mi corazón trotó, cuál corcel desbocado, al ver al pajarito que estaba posado en una de las ramas de la enredadera.

                  La planta majestuosa trepaba por la pared oeste de la cabaña, cubriendo gran parte de la madera. El minúsculo ave, era mecido por el viento moderado que sacudía la madreselva. Con el pico empujaba el marco de madera y también hurgaba en la manivela. Me recosté nuevamente para tener mayor visibilidad de la secuencia. Con la cabeza en la almohada podía ver parte del cielo nublado, mitad de la enredadera, con sus hojas verde oscuro y las flores blancas y por último,  al animalillo, que destacaba por sus vivos colores.

El pájaro logró abrir la ventana con maestría y se adentró en la habitación. Como si no fuese la primera vez que lo hacía. Dio dos vueltas sobrevolando el techo y después bajó hasta la almohada, posándose en ella. Tal y como lo acababa de soñar.

                 Se acabó la espera. Esto era, precisamente, lo que  necesitaba comprobar.

                 Si mi día comenzaba exactamente como había  empezado en el sueño. Ello significaba, que el resto de la jornada también se iba a repetir. Suspiré compungida al intuir que tendría que soportar la desesperada vivencia, por duplicado.

                Os relataré lo que me sucederá,  en el primer día, en mi paraíso particular.

El avecilla contemplará mi rostro, con su peculiar movimiento de cabeza, dará unos saltitos sobre la mullida almohada y abriendo sus alas saldrá del dormitorio con la misma habilidad que entró. Poco tiempo después, con desgana saldré de la cama. Me vestiré con unos pantalones azul cobalto, de talle alto y un suéter ceñido de hilo blanco.

               Abriré del todo la hoja de la ventana para ventilar la habitación y aspiraré la humedad que me traerá el aire. Haré la cama, dirigiéndome después a la cocina. Tomaré una pieza de fruta y unas galletas de lo poco que quedará de las provisiones del viaje.
                   Cuando esté terminando con el aseo bucodental un claxon sonará en la puerta de la cabaña.

Presurosa me secaré los labios y abriré la puerta para ver de qué se trata. Una furgoneta blanca con un letrero en los laterales, donde leeré <vendedor ambulante> estará estacionada en la entrada. Al verme aparecer un hombre,de mediana edad, saltará del vehículo y me preguntará si me  pone lo de siempre. Yo quedaré boquiabierta sin saber qué responder. Y continuaré embobada al comprobar como el vendedor abrirá las puertas del mercado sobre ruedas y comenzará a echar, en bolsas de papel, mis manzanas preferidas, fresas, maíz y todas las verduras y legumbres que consumo a diario. El pan de centeno, los frutos secos: de mi marca favorita, leche semidesnatada, aceite de girasol, vino tinto. En definitiva, todo lo que suelo comprar semanalmente, en las mismas cantidades y de las mismas marcas. Cuando el hombre haya terminado me preguntará que si pagaré con el móvil.

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