HAUNTED TOWN #12

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LA INVESTIGACIÓN
No puedo cerrar los ojos, aún sintiéndome incapaz de soportar la visión del impacto.  Creo que voy a sufrir un infarto. No puedo respirar y tengo una gran presión en el pecho. Sigo cayendo. A pesar de estar cada vez más cerca del fondo del acantilado, continúo cayendo.

Mi mente, frenética, recorre mi corta vida. Mis errores. Mis amores. La imagen de Ava se fija en mi cerebro y comprendo, en estos instantes, que es ella la persona que más he querido y aún quiero.

El ser que más ha llenado mi existencia, junto a mi madre. Las imágenes de ambas se clavan en mi corazón y recuerdo los días que compartimos juntas como la mejor época de mi vida.

La piel de mis mejillas rozan la espuma del mar. Mis pupilas desvelan todos y cada uno de los poros de las rocas. Aprieto las mandíbulas cuando voy a impactar contra la dureza de las piedras. Me es imposible describir las emociones que me asaltan, al saber que es mi último segundo de vida. O tal vez sí. Serenidad. Sosiego. Dejo la lucha diaria. Me entrego a la quietud. Un bienestar me acoge. Me acuna. Me dejo mimar. Ahora sí cierro mis ojos totalmente.

              La sacudida me sobrecoge. Mi cabeza y  extremidades  se estremecen. No comprendo lo que ha sucedido. El cuerpo no me duele. Mi mente sigue pensando. Ignorante, abro los ojos y descubro que estoy con los píes clavados en el borde del acantilado.

              No hay viento. No he caído al vacío. Estoy viva. Rápidamente doy varios pasos hacía tras y pongo unos cuantos metros de distancia entre el precipicio y yo.

               Me dejo caer al suelo clavando las rodillas en la hierba. Alargo el brazo para alcanzar la rebeca y me la coloco, cruzando los brazos por mi cintura. Estoy temblorosa.

               Tengo emociones encontradas. Por un lado, la espeluznante experiencia de mirar de frente a  la muerte. Por otro, el bienestar que me ha transmitido despedirme de la vida.

Vuelvo a cerrar los ojos. Me quedo así un largo rato. El temblor va desapareciendo paulatinamente. La repetitiva sonata del mar, junto a la brisa salada son la amalgama perfecta para relajar mi espíritu.

Emito un profundo suspiro y abro los ojos, me sorprendo al ver que el sol se marchó y está oscureciendo. Lentamente me incorporo. Echo a andar. Al llegar a la cabaña está completamente oscuro. Tengo que encender la linterna del móvil para introducir la llave en la cerradura.

Me voy directa a la ducha y dejo que el agua caliente resbale por mi piel. Me embadurno con aceite de Rosa Mosqueta. El aroma se cuela en mi nariz y la suavidad de mi piel, me reconforta.

Después de secarme y vestirme con el pijama azul de terciopelo me meto en la cama dispuesta a descansar para, mañana, levantarme muy temprano.

Son las ocho. Ya me he levantado y he desayunado un buen plato de queso, beicon y huevos fritos. Tenía bastante hambre ya que la pasada noche me acosté sin cenar.

Llevo unos pantalones chinos negros, botines de suela plana y un suéter naranja de cuello a la caja. Una americana, también negra, porque la mañana está fresquita y una mochila de piel. En la que he metido bolígrafos y una libreta donde anotar.

Ando hasta la parada del autobús, que según la web pasa a las ocho y cuarto. Llega con gran puntualidad. Subo y me acomodo en un asiento. Viajan bastantes personas. Supongo que van al pueblo a trabajar.

Me olvido de ellos. Me abstraigo mirando por la ventana. Observo a los niños de camino al colegio.

               No hay diversión, correntillas, empujones. Actos normales a estas edades, en su necesidad de jugar. Caminan por la vereda en fila, con paso monótono. Cabizbajos, no se giran a mirar el autobús a nuestro paso. Avanzan, simplemente  hasta llegar a su destino.

HAUNTED TOWN.  #PV2024        #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora