Coches de guerra

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Un brisa mañanera acariciaba suavemente mi cara. En la playa todo era paz y tranquilidad, lógicamente a las seis de la mañana no había ni un alma y estaba yo solo caminando al borde de la costa.

El agua, fría, como de costumbre. Hasta la tarde no se templaría un poco, y aún así seguiría fría.

Me acerqué un poco más a la orilla.

Miré fijamente al suelo, a la arena que pisaban mis pies. El agua se retiró repentinamente unos pocos metros.

Se formó una ola, no muy grande.

El agua salada empapó mis pies y me salpicó todo el cuerpo, granitos diminutos de arena se fijaron en mi ropa.

Lentamente me retiré de vuelta a mi apartamento. Se suponía que estaba de vacaciones pero eso era hace un mes, mi padre vendría a recogerme para volver a casa, pero me da que no va a venir. Como sea, aquí estoy agusto.

De camino sentí como algo me seguía o se estaba acercando.

Una fuerte presión se abalanzó hacia mí y me tiró a la arena, presionando mi cara y todo mi cuerpo, convencido de fusionarlos con la costa.

Poco podía moverme, mis extremidades estaban completamente inmovilizadas.

Conseguí girar un poco la cabeza para ver qué era eso tan pesado que tenía encima.
Un... ¿Coche? ¿Por qué tenía un coche encima? ¿Un coche en medio de la playa?

Cada vez me costaba más respirar, la presión aumentó de golpe.

Otro coche.

Si seguía así, en cuestión de segundos perdería el conocimiento.

Otro coche.

Este último ejerció mayor presión en mi cabeza, efectivamente perdí el conocimiento. Me esforzaba por seguir respirando pero ya no podía. Mis huesos se iban rompiendo, una costilla tras otra. Y me di cuenta.

Finalmente morí.

La guerra había empezado.

Momentos y SegundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora