Volví corriendo hacia la casa de Alejandro, cogí mis cosas y me planté delante de la comisaria.
Les conté a los policías reunidos en aquella sala todo lo ocurrido.
Investigamos durante dos años y al final encontraron al asesino.
Yo procuré no recordar mucho lo ocurrido, pero todavía hoy en día cuando llega la hora en la que aquel asqueroso cerdo mató a Alejandro, me pongo a llorar desconsoladamente.