Aquel día

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"¿Lo recuerdas, Levi? ¿Recuerdas aquel día?"

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Aquel día, las campanas anunciaron su llegada un poco más tarde de lo esperado.

Había sido una jornada infernal. Demasiadas bajas. Demasiados compañeros caídos. Ni siquiera Erwin Smith fue capaz de levantar la mirada del suelo, mientras, a su alrededor, el bullicio desaprobador e implacable de los ciudadanos crecía hasta casi volverse insoportable.

"Otra vez llegan menos de la mitad."

"No deberían malgastar nuestros impuestos de esta manera."

"¡Así solo conseguimos cebar a los titanes gratis!"

Levi caminaba detrás del pelotón, en estricto silencio, evitando los ojos de aquellos que, todavía con esperanza, buscaban a sus familiares y conocidos entre los supervivientes. Su rostro todavía estaba manchado de sangre de los suyos, su escuadrón, a los que no había podido salvar.

Ofreced vuestros corazones.

De eso se trataba, ¿no?

Cuando un soldado ofrecía su corazón, su destino estaba prácticamente sellado. Eran muy pocos los que lograban regresar con vida. Por supuesto, cada uno de los exploradores era consciente del peligro más allá de los muros, y Levi Ackerman no era una excepción; comprendía perfectamente qué significaba ofrecer la vida por la causa.

Y, aun a pesar de ello, su corazón se encogía con cada pérdida.

"¡Capitán Levi!", gritó una mujer, entre la muchedumbre. "No sabe lo mucho que lo admira mi hija. Todas las semanas me escribe cartas contándome lo fuerte que es y lo segura que se siente a su lado."

Levi entrecerró los ojos. Sintió un dolor punzante en el pecho, casi como si mil agujas estuvieran atravesándole la piel al mismo tiempo.

"No importa las veces que fracasen. ¡Nosotros siempre tendremos fe en usted, el soldado más fuerte de la humanidad!"

Por un instante, pensó en contárselo.

Pensó en decirle a aquella mujer que, a pesar de ser el soldado más fuerte de la humanidad, había perdido a su hija de la peor manera posible: había sido descuartizada por un titán anormal hacía tan solo unas horas, y ni siquiera habían podido recuperar una parte reconocible de su cadáver.

Al final, la cobardía le pudo.

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A su llegada, nadie dio las buenas noches. El comandante Erwin se retiró directamente a su cuarto, y Levi hizo lo mismo, fantaseando con su deseado baño.

Ni siquiera aguardó a que el agua estuviese mínimamente templada; sin pensárselo dos veces, se sumergió por completo en el depósito frío y, casi con rabia, comenzó a frotarse el rostro para quitarse los restos de sangre de sus compañeros. ¿Desde cuándo aquello se había convertido en un ritual? Repitió el proceso un par de veces más, a pesar de no ser del todo necesario. Una vez seguro de estar completamente limpio, salió del agua y se anudó una toalla a la cintura.

Después de cada expedición, conciliar el sueño era casi una tarea imposible. Todos tenían demasiada adrenalina encima, y cada uno intentaba echarla fuera de la mejor manera posible. Algunos paseaban en medio de la noche, buscando que la inmensidad del cielo estrellado los ayudase a olvidar; los más responsables aprovechaban para revisar meticulosamente su equipo tridimensional...

Otros intentaban ahogar su dolor en el alcohol. Aquella noche, Levi escogió esta última opción.

A decir verdad, nunca había sido demasiado fan del vino. Siempre había preferido el té en todas y cada una de sus formas – aunque su favorito era el negro, ese que Erwin solía traerle de sus viajes a la capital. Sin embargo, Levi sabía que ni siquiera su querido té sería capaz de evadir su mente después del infierno vivido.

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⏰ Última actualización: Aug 06, 2022 ⏰

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A Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora