La brisa portaba consigo la fragancia de la primavera. En la ciudad de Amial, las flores habían florecido hacía unas semanas. Los campos estaban plagados de tulipanes y, en el interior de la propia ciudad, pasadas las gigantescas murallas de piedra, los muros de los edificios estaban plagados de margaritas que se afanaban por las cornisas hasta llegar a los tejados. La templada luz del sol rebotaba contra las paredes en una caprichosa danza de colores que se desprendían de la vegetación.
Por las calles caminaba una gran familia de numerosos hermanos. Jasón y Juliana eran los padres, personas que ahora vestían ropas sencillas, igual que su estilo de vida, pero que tenían un porte que, si bien no era condescendiente, irradiaba una esplendorosa dignidad.
Marte era el hermano pequeño y era, además, el único con una cabellera dorada. Sus otros tres hermanos tenían el pelo negro como Juliana o castaño como Jasón. Sin embargo, Jasón siempre le decía que él también era rubio de pequeño. Jasón era la clase de hombre de proporciones gigantescas y músculos desarrollados por años en el Ejército Real de Amial, por lo que, cómo suele pasar con hombres así, era difícil imaginarlo de otra forma.
El crío paseaba con una inmensa sonrisa de oreja a oreja, sin nada que la provocase en concreto, una sonrisa que no tenía que tener justificación, una sonrisa tan hermosa y radiante que parecía necesitar existir solo para irradiar belleza en el mundo. Sus ojos saltaban como ranitas, corriendo frenéticamente de una flor a otra, oteando cada calle que cruzaban como si tras cada esquina fuese a encontrar algún espectacular hallazgo. Para él, el mundo era una espiral de preguntas sin respuesta, algo que le fascinaba. Si había tantas preguntas sin responder, eso suponía que había un mundo entero por descubrir,... tanto por aprender.
El resto de sus hermanos caminaban de forma mucho mas tranquila y educada, casi como hijos de grandes nobles. Pero todos sentían una inmensa alegría al ver al pequeño Marte corretear de lado a lado, trayendo siempre consigo un nuevo e insignificante hallazgo.
A medida que se acercaban a la plaza principal, las calles comenzaron a volverse más y más concurridas. Los puestos del mercado, que empezaban en cada una de las ramificaciones de la plaza, rebosaban vida y actividad. Los padres hablaban despreocupadamente, con la felicidad típica de quien está libre de grandes preocupaciones.
Justo cuando la calle se ensanchaba para dar paso a la plaza donde se celebraba la feria, un soldado apareció cargando a toda velocidad, gritando a pleno pulmón para abrirse paso. Los gritos y la presencia del jinete llegaron de sopetón, ocultos tras el tumulto que se extendía frente a la familia. Sin apenas tiempo para reaccionar, Jasón rodeó a sus cuatro hijos con sus inmensos brazos y los apartó. Juliana no hubo de ser asistida, algo que de hecho apreciaba, puesto que, para la pareja, era señal del inmenso respeto que sentía Jasón por su mujer. Era perfectamente capaz, no solo de valerse y defenderse por sí misma, si no también de hacer lo mismo por los suyos, incluido por su inmenso marido.
Juliana siempre había sido una formidable parlamentaria, sus aptitudes diplomáticas le habían servido numerosos logros en los días como militar en los que conoció a Jasón. Pero su habilidad no se limitaba al habla, si no también al ámbito físico.
Los cinco quedaron abatidos, petrificados, por unos instantes. Se reunieron lentamente. Pero el menor de los hermanos ya se encontraba a segundos de olvidar lo sucedido y volver a perderse entre las maravillas de las calles.
En un momento dado, mientras reanudaban la marcha y el estado de ánimo que los había precedido, el niño pegó un brinco monumental, sorpresivo cuanto menos, que provocó un leve sobresalto en sus padres. El niño se soltó de sus manos y salió disparado, perdiéndose entre la multitud. Por unos eternos segundos, el niño desapareció. Los padres quedaron quietos, por un momento, como cervatillos sorprendidos por un viajero solitario. Tras los primeros, largos segundos sus corazones dieron un vuelco. Comenzaban a dar el primer paso apresurado hacia la muchedumbre cuanto apareció el niño entre las piernas de los viandantes.
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El Avatar de la Ira
FantasyZorro es un gtaruhe que vive en el Archipiélago Nómada. Su vida es tranquila pero ansía escapar de su pequeña jaula, obsesionado por la libertad que cree que solo la aventura y el descubrimiento pueden otorgarle. Un día aparece una flota aliada del...