Capítulo 5: Horas Frías.

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Las murallas grises, de piedra y metal, de la ciudad se cernían sobre los habitantes de Amial. Como una jaula con la puerta abierta. Puede que se pudiese salir de su interior, pero con ello no acababa el encarcelamiento.

Desde Amial, pocos sitios había para huir. Las ciudades del Reino de Amial habían sido tomadas días después de que cayese la capital. Ahora, el Ejército del Nuevo Mundo dominaba lo que antaño hubiere sido la mayor potencia militar y cultural del Viejo Continente.

Sol y Marte habían desistido, aquella mañana, de vender invención alguna en el Mercado Umbrío. No querían jugársela dos días seguidos, de seguro si se encontraban con el mismo hombre tan pronto, Marte no se iría, en esta ocasión, con una simple mejilla hinchada.

Por desgracia en aquella pútrida ciudad no había tiempo para el descanso. No si se quería sobrevivir al menos, cosa que no todos querían. Nadie los culpaba.

Así pues, Marte decidió que, aquella mañana, para aprovechar el tiempo, procurarían robar lo que pudiesen. Esto era mucho más peligroso que recolectar chatarra y construir algún cacharro pero, en ocasiones, podía resultar mucho más provechoso.

Por mucho que se jugasen la vida realizando estas tareas, Marte tenía un gran talento para la prestidigitación. Aunque él no lo supiera, le venía de familia.

Sol en cambio, encontraba esta tarea mucho más conflictiva que su hermano. Por lo general se sentía fatal llevando a cabo acciones que pudiesen perjudicar a otros y, además, era bastante patosa. En esta clase de cuestiones, aunque Marte no encontraba placer alguno en perjudicar al prójimo, conocía la realidad de aquella ciudad y se sentía responsable del bienestar de su hermana. En parte por eso también consentía a su hermana con el lujo de la inocencia y el idealismo, era la única que conservaba sesgos de nada similar en aquella ciudad... además le aterrorizaba dónde podía acabar si Sol no le recordaba constantemente qué estaba bien y qué no.

Así pues, Marte se situó en una esquina y fingió que jugaba con su hermana a una macabra versión de las canicas típica de Amial. En aquella ciudad, como no había dinero para canicas de cristal perfectamente esféricas, se jugaba con cristales rotos, generalmente de botellas de vino. Se lanzaba primero un cristal de considerable tamaño con fuerza, para clavarlo en el suelo y, el primero que lograse clavarlo, cosa poco difícil por la cantidad de barro de las calles, comenzaba el juego. El objetivo era lanzar lo más cerca posible el resto de pequeños cristales.

Percibir las sutiles pistas que revelaban quiénes constituían víctimas provechosas era complicado. En Amial y más en los bajos fondos, todos parecían igual de miserables. Sin embargo, no todos lo eran. Al menos no económicamente. Cuánto mayor era la ruina de unos, mayor era la riqueza de aquellos que sabían aprovecharse de la situación. Chulos, matones, líderes de pequeñas mafias y, los peores, los "Gordos". Los Gordos eran individuos de formidables proporciones que, a cambio de dinero, vendían protección para sus clientes. No obstante, de no recibir su cobro semanal, la protección que brindaban a sus clientes se volvía en sus contras.

Sol era la que se encargaba de poner el mayor espectáculo. Sobre todo a nivel emocional. No le suponía gran esfuerzo puesto que, aunque era consciente de que todo era un teatro, le era sencillo dejarse llevar por el juego y fingir reacciones reales. De modo que, cada vez que perdía una jugada ponía morritos y, cuando ganaba, daba saltos de alegría. No obstante, ninguno de sus gestos llamaba la atención de ningún adulto, que se encontraban enfrascados en sus quehaceres y además tenían práctica ignorando a los niños. Simplemente constituía una buena forma de hacer del chanchullo algo creíble. Así compensaba la falta de expresividad en el rostro de su hermano, que solo estaba familiarizado con poner cara de pocos amigos.

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