En su ciudad las personas eran frías y distantes. Todas miraban desde unos ojos penetrantes que te hacían dudar de ti mismo. No había víctimas o agresores; todos eran iguales desde los estudiantes hasta los veteranos y jubilados, se fijaban en sí olvidando su alrededor, no querían comprender la justicia siempre y cuando ellos no estuviesen involucrados.
Así era incluso en los suburbios por los cuales vivía Magui; tan apretados, que era casi imposible saber cuándo llegaba un nuevo vecino al barrio.
Llegó a la casa poco espaciosa adornada al frente por florecillas de colores y se acercó a la abuela que observaba pacíficamente, los tupidos edificios de dos plantas que se abrían paso en el exterior de la ventana, cuyas finas cortinas volaban al son de las turbulencias.—Abuela, ¿Y mamá?
—No está en casa.
—¿Y dónde está?
—No lo sé.
Decidió no interrumpir la quietud que floraba en su tarde y se dirigió a su habitación donde Bayolette reposaba sobre la cama. Magui siempre tuvo problemas para relacionarse con las personas, y Bayolette fue su única amiga. Ella tenía su misma edad y vivía en el piso de arriba. Sus padres discutían a menudo, así que un día Magui le dio la llave de su cuarto, entonces cuando los gritos de sus padres se hiciesen insoportables, Bayolette saltaba los escasos metros que había desde su balcón hasta el pequeño patio trasero de Magui y abría la puerta con la llave. Al principio no, pero ya casi se la encontraba todos los días.
—Cada vez llegas más temprano, ¿Es que no tienes nada que hacer en esa escuela—dijo Bayolette.
—Te regreso la pregunta, no importa lo temprano que vuelva, siempre estás aquí. ¿Te estás fugando de clase?
—Qué más da. Ya mis padres ignoran las quejas mías de la escuela. Solo les preocupa tener estúpidas disputas a cada momento.
—Deberías dejar de pensar en ellos y hacerlo por ti, para que consigas un buen trabajo y no tengas necesidad de casarte y hacer pasar a tus hijos lo mismo que tú.
Bayolette se quedó callada un momento y estalló en risas después.
—¿De dónde sacas que no quiero casarme? No tiene por qué ser igual. Si sigues con esos pensamientos terminarás como casi todos en esta ciudad: sola.
—No digas que no te lo advertí.
—Descuida no lo haré. —afirmó— Bueno, se escucha calma allá arriba, me vuelvo.
Se levantó de la cama y salió por la puerta que daba a la sala, ya que subir de nuevo por el balcón sería imposible sin una escalera.
Magui se recostó un momento en la cama pensando si debía dormir o darse una ducha primero, y en alguno de sus pensamientos, se quedó dormida.—¿Qué estás haciendo? ¿Magui? ¡Magui!
—Qué.
—¿Qué haces ahí, parada como un zombie?
—¿Mamá?—preguntó confundida— ¿Qué hago yo en la sala?
—Ni idea pero me pones de los nervios ahí con esa cara.
—Creo que me quedé dormida.
—Ya veo, por eso te digo que cierres la puerta antes de acostarte. Ve a darte un baño, la comida ya casi está.
Caminó despacio hasta su obscura habitación. Pero al prender las luces pudo jurar ver algo que desapareció inmediatamente, le dio un estallo en el estómago, y justo cuando se estaba calmando, apareció.
—Hola.
Un muchacho que debía tener unos dicinueve o veinte años la miraba serio. El corazón de Magui se apresuró en latir y su pecho le dolía con cada bocanada de aire que aspiraba. Agilizó sus movimientos para volver a la sala, pero al darse la vuelta lo encontró allí, y podía jurar que todo tenía un contraste distinto con su presencia.
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Voces en la Soledad
Mystery / ThrillerTodo parecía sugerir que la vida de Magui nunca iba a cambiar. Tenía una vida sencilla con su madre y abuela en una ciudad intrincada y poco famosa. Pero la insensibilidad del día a día se transformó en tensión cuando conoció a Andy, y luego cosas d...