Capítulo IV

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Se detuvo frente a la casa y la observó. Tenía dos plantas y estaba revestida de ladrillo en la fachada. Una nube se arremolinaba sobre sus tejas y en su mediano jardín crecía un enorme árbol de flores rojas.
Allí, de pie frente a la puerta cerrada, Andy la miraba fijamente. Extendió su mano como pidiendo que ella la estrechase y entonces Lydis llamó a Magui.

—Anda, pasa y ve llevando las cajas con tu nombre al cuarto del segundo piso, la última puerta.

Magui tomó una de las cajas y se dirigió a la entrada principal. Andy ya no estaba allí. Se quedó durante unos cortos segundos inerte frente a la puerta algo corroída, estaba asustada y casi tenía la certeza de que él le esperaba dentro. Gracias a algún pensamiento fugaz que le cruzó por la mente logró armarse de valor y entrar.
Accedió a una sala mucho más espaciosa que la que tenían antes. Allí había una chimenea de ladrillos y lo único que se movía eran las cortinas blancas que ondeaban en las ventanas. El sitio estaba obscuro y sucio, además de que Magui pudo reconocer el olor a madera de pino, que probablemente venía del marco de las ventanas. Al costado había una puerta abierta por donde se apreciaba el enchape de la cocina, junto a ella había otra, pero esa sí que estaba cerrada, debía de ser el cuarto de su madre y abuela, esquinada estaba una puerta por cuyos detalles de vidrio se veían las hojas de un árbol, ese era el patio trasero, y un poco más allá, esquinadas, se levantaban las escaleras que conducían al piso superior.
Las subió dejando la marca de sus zapatos en la capa de polvo que se acumulaba sobre el suelo. Arriba estaba más obscuro aún, había un pasillo con dos puertas a la izquierda y en la pared que se plantaba al final de él, estaba cerrada una ventana. Detrás de la primera puerta estaba el baño, y en la segunda debía estar su cuarto.

Al entrar todas las ventanas estaban abiertas de par en par, dejando pasar el fuerte viento que reinaba en la intemperie, allí en el centro estaba colocada su cama, dio unos pasos y puso la caja sobre el escritorio. Se asomó a la ventana y reposó la cabeza en el marco, su madre había mentido, no se veía su antigua casa, solo podía divisar desde allí una pequeña porción de la casa de Bayolette.

—¿Quién eres? —dijo una voz femenina completamente desconocida a su espalda. Se dio la vuelta y vio a una joven muchacha con el cabello revuelto y piel borrosa. Supo desde su subconsciente que ella era la chica de la que hablaba Andy.
Magui tenía demasiado miedo como para responder. Salió del cuarto y bajó hasta el jardín suspirando cansada.

—Magui, vamos a buscar lo que queda, quédate con la abuela.—-le dijo su madre apenas verla.

La abuela le puso la mano en el hombro a Magui y entró en casa alisando su blanco cabello. Pero ella se quedó allí un momento, y se sentó en un banquillo de pintura desgastada que había junto a la cerca.
A su orilla apareció Andy, y por algún motivo se alegró de verle a él y no a la extraña chica.
—¿Por qué no das una vuelta por tu nueva casa?— dijo.

—¿Qué más te da? Estarás ahí de todas formas.

—Puedes estar tranquila, no puedo entrar a la casa, hay algo que me repele de ella.

—¿Por qué me cuentas eso? Se supone que debes asustarme.

—No debo asustarte, solo obligarte a ayudarme, para eso no necesito entrar, porque no te quedarás ahí por siempre. Y aunque lo hagas, tu mente volará mientras duermas, y yo estaré ahí.

—No entiendo muy bien que quieres…—Se tragó sus palabras, ya que cuando volvió a mirar, no estaba. Era de esperarse.

Entró a la casa nuevamente. Sentada sobre el piso estaba la chica, mirándole.

—Has entrado sin permiso ¿Quién eres?—dijo ella levantando la vista.

—S…Soy Magui y viviré aquí —anunció simulando seguridad.

—Oh, así que tendré compañía. ¡Qué bien!  —respondió la chica sonriendo — Me llamo Madelin.

A Magui esa chica no le gustaba, pero se mostró simpática, así que no había problemas.

—Disculpa…-Dijo Magui- ¿Por qué no vas a un lugar más tranquilo…no sé, ¿el patio trasero quizás? Estaría más cómoda, a veces me sorprendes.
—No necesitas estar cómoda  —replicó Madelin con cierta sonrisilla extraña — ésta es mi casa.

A Magui se le enfriaron los huesos y decidió dejarla sola, así que subió a su cuarto deprisa tirando la puerta.

—Tal vez debas irte. —esa voz otra vez…

—¡No iré a ningún lado, ahora este es mi cuarto, déjame, por favor!- gritó Magui dándole un manotazo que en realidad no tocó nada.
Había desaparecido, se había ido de una vez. Magui respiraba agitada. Salió del cuarto y de la sala, llegó al jardín y vio a Andy junto a su madre.

—¡Mamá! —Lydis tenía a Andy justo al lado pero claro, no lo veía.

—Magui ¿Qué pasa? ¿A dónde vas?

—Voy a la casa vieja.

—¿A qué? Hay mucho por hacer aquí.

—Volveré enseguida.

No dejó tiempo a su madre de una palabra más. Necesitaba hablar con alguien vivo que la comprenda, alguien como Bayolette. No demoró mucho tiempo en llegar, allí todo se escuchaba silencioso y sereno, incluso la casa de arriba. Le resultó extraño ver la casa tan vacía, lo único que había eran las blancas cortinas y el ya pequeño bulto de cajas que se acumulaban junto a la puerta.

Escuchó pasos bajando las escaleras que iban desde la casa de arriba hasta la calle. Se asomó a la puerta y vio a los padres de Bayolette vestidos de luto bajando cada peldaño con pesar. Parecían ir a un entierro o algo así, tal vez algún familiar había fallecido. Tras ellos iba Bayolette, pero con su ropa habitual y el cabello recogido en un lazo rojo. Sería mejor no llamarla para agobiarle con sus asuntos, así que esperó a que se perdieran en la acera y volvió a su residencia.

Voces en la SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora