Capítulo III

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Capítulo III

Abrió los ojos. Sabía que había soñado con Andy, pero no recordaba qué, apenas tenía idea de cómo había logrado dormirse. Puso un pie en el suelo, luego el otro, y se quedó mirando la nada durante algunos segundos. El cierre de la puerta se dio la vuelta, alguien estaba entrando, ella se mantenía expectante, con el corazón adoptando cada vez más pálpitos. La puerta se abrió y entonces Lydis apareció en la habitación a través de ella.

—¿Mamá?

—Buenos días querida. Quería verificar que estuvieses despierta, tal vez salgamos antes así que revisa lo que empacaste.

—¿No iré a clases hoy?

—No, ya llamé a la escuela.
Ella salió mientras que Magui se quedó pensando. De repente sintió unas urgentes ganas de mirar hacia la izquierda y al hacerlo, vio a Andy de pie junto a ella.

—Falta poco.  —dijo mientras la miraba de una forma penetrante que le corroía el cerebro.

—¿Por qué me haces esto?— gritó Magui sollozando. —¿Quién eres tú?

—Dile que fue mi culpa, hablaré con ella y desapareceré, pero si no lo haces, te molestaré por el resto de tu vida. — anunció el muchacho con voz apenas entendible.

—Eres solo una aparición. —dijo ella intentando simular una risa —¡No puedes hacerme daño!

—Tienes razón, no puedo modificarte ni un solo cabello; pero tu mente puede llegar a ser más frágil de lo que te imaginas.

—Mi mente podrá secarse porque sin dudas estoy loca;—murmulló entre dientes la joven —pero no lograrás nada con eso, no existes.

—Bien, buenas noches, Magui, te desearía dulces sueños, pero no creo que puedas dormir.
Una hoja de papel se voló del escritorio y Magui se fijó en ella, para cuando devolvió los ojos a la izquierda, Andy ya no estaba. «Ni siquiera es de noche» pensó.
Se encontraba atemorizada, aunque no sentía el mismo terror de la primera vez. Es increíble como las palabras que dices son capaces de darte fuerzas a ti mismo. Aún así, ella no aceptaba nada de eso, quería defallecer, irse lejos, despertar y descubrir que un sueño lo desfiguró todo pero que ya nada la atormenta. Las cosas se volvieron raras de repente aunque ella es normal. ¿Cómo es eso posible? Nada podía hacer, solo llorar.

—Magui, ¿Te encuentras mal? — dijo Bayolette asomando el lazo de su negro cabello por la puerta trasera.

Magui sintió que Bayolette no le creería, o que ni siquiera escucharía sus palabras, como su madre, así que decidió no contarle y de esa forma no dejarla dudando acerca de sus facultades mentales.

—No, descuida. —respondió Magui secando sus lágrimas.

—Ayer me dejaste intrigada con lo del grito pero me llamaron y tuve que irme.

—No es nada, histerias mías. Sabrás que me voy de casa. —comentó casualmente intentando cambiar de tema.

—¿Qué? Claro que no tenía ni idea. ¿Cuándo te vas? —preguntó exaltada Bayolette, era obvio que no estaba enterada.

—Hoy a mediodía, quizás antes. Mi madre llamó hoy al coche de la mudanza.

—¿Hoy? ¡Menuda rapidez! No me lo esperaba.
—Yo tampoco… yo tampoco. —dijo Magui observando el patio trasero con pesar a través de la acristalada puerta. No quería irse a su perdición.

—Aun no me lo creo, ¡Qué será de mí! ¿A dónde y a quién podré recurrir ahora?— dijo la joven agachando los párpados.

Magui no había pensado en eso. ¡Pobre Bayolette!

—Espera aquí un momento. —Le dijo y fue rumbo a la estrecha habitación que compartían su madre y su abuela, las cuales estaban ocupadas empacando todo en cajas.

—Mamá, ¿Qué pasará con esta casa?  —Le preguntó al notar que pusieron su atención en ella.

—Pues, estuve pensando en venderla — dijo poniéndose un mechón de pelo detrás de la oreja con inseguridad. — pero no lo tengo claro aún, no creo que nos den mucho por ella, así que tal vez sea mejor que la conservemos.

—En mi opinión deberías deshacerte de esta pocilga, Lydis.- recomendó la señora.

—He dicho que no lo sé aun mamá, no empieces. —le respondió Lydis doblando una sábana.

Magui salió de nuevo rumbo a la habitación, escuchó que su madre le preguntaba algo como "¿Has recogido todo ya?" pero estaba lejos para responderle.

—Mi madre ha dicho que no ha decidido qué hará con la casa así que creo que puedes venir cada vez que quieras.—le dijo a Bayolette apenas entró de nuevo en su cuarto, empezando después a recoger unos libros y hojas que reposaban desordenadas sobre el escritorio.

—Pero no estarás aquí…

—Da igual, quédate con la llave. De todas formas no voy a estar tan lejos, incluso puedo ver tu casa desde mi ventana, según dice mamá.

—¿Vendrás de visita? —preguntó Bayolette poco convencida de verle a menudo.

—Claro…eso espero.

—De acuerdo, nos vemos. —la chica de los lazos, quien no gozaba fama de ser muy efusiva, le dedicó un tímido movimiento de la mano y se marchó.

Terminó Magui de meter las cosas en cajas y esperó que su madre viniese a avisarle para irse. Miró las paredes vacías, pensó en su futuro; su vida iba a cambiar.

Voces en la SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora