Capítulo VIII

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Los pies descalzos se le dañaban contra el pavimento al arrastrarse, mientras que su cerebro un poco dormido continuaba su propio viaje…

Había una chica, su rostro pálido contrastaba con los enrojecidos ojos, producto del llanto desenfrenado. Miraba cada foto con pesar, intentando culpar a alguien por lo que le estaba pasando. Los recuerdos se acumulaban en su cabeza y pensaba que, en ese momento debían de estarle despidiendo en el cementerio. Ya no pudo aguantar la presión que ejercía el dolor y su siempre frágil corazón, dejó de latir sin más…

Magui llegó al cementerio y a pesar de sus nublados ojos definió las dos figuras que allí le esperaban.

—Andy, Madelin.— dijo.

—Lo has hecho Magui.— dijo Madelin.— finalmente lo sé todo, en realidad nadie era culpable, fui egoísta y una tonta.

—Te lo agradezco —dijo luego Andy, que tomaba a Madelin de la mano.— es hora de que tú también puedas estar en paz.

Magui sintió una mano sobre su hombro y al darse la vuelta, estaba Bayolette, con sus lazos de siempre; mirándola. Magui sintió pesar su mente otra vez…

Una niña, sumida en su profunda tristeza, todo ese mes esperaba abrazando sus rodillas sobre su cama, que entrasen ellos, le dieran un beso y le dijeran que todo estaba bien; pero solo escuchaba sus voces discutir más allá de esa puerta cerrada, como espectros de vacío, no podía soportarlo, la abrió, fue hasta el baño y amarró a su cuello las cortinas hasta perder el aire completamente…

Magui volvió a ese lugar donde su amiga le sonreía, y recordando lo visto segundos antes, entendió todo. Bayolette estaba muerta, iba a comenzar a llorar, pero un nuevo mareo rondó su cabeza, y nuevas imágenes aparecieron.

Ella siempre había sido una niña solitaria, cuyos ojos parecían entristecidos a cada momento, entonces conoció a aquella niña en primaria, y desde entonces estuvieron juntas siempre siendo amigas inseparables. Se sintió feliz sabiendo que no estaba sola, y sus días se iluminaron; pero teniendo quince años, su amiga murió. Su madre no sabía cómo decirle, no quería que su hija volviera a ser aquella triste niña, así que le dijo que fue de viaje un tiempo, pero la amiga volvió a ella, sin que nadie, salvo la joven Magui, notara su presencia.

—Gracias por acompañarme, Bayolette.— dijo Magui con dolor.

Bayolette caminó y se colocó junto a Andy, los tres la miraron sin ningún gesto, cerraron los ojos, y desaparecieron.
Magui observó a través del lugar en el que estaban, y vio algo que no recordó haber visto la otra vez: sus lápidas, las tres, juntas.
«Madelin M. Johnson Becker (1982-1999) » « Andy Stallman Bowles (1980-1999) » «Bayolette Stallman Bowles (1984-1999) »
Un chico murió de asma, su querida novia, no pudo aguantar la agonía que le provocaba su ausencia, ella siempre había tenido problemas en el corazón y sufrió un ataque cardíaco, el chico vio a su novia morir, y se quedó junto a ella, arrepentido al notar que ella estaba enojada por haberla dejado sola, la hermanita del chico, también lo extrañaba y no quería ver a sus padres discutir y culparse por lo ocurrido, y se suicidó, pero su alma se ancló para acompañar a su solitaria amiga.

Ya Magui lo entendía todo, las visiones, el rostro de su madre diciéndole que su única amiga se había ido de viaje, era eso lo que no sabía y que podía dejarla en la Tierra, pero ahora estaba claro y ya esas almas eran libres. Se alegró por ellos, y comprendió que ahora, realmente, estaba sola.
Caminó despacio en la noche, pensando, y se detuvo en la entrada del hospital.

—¿Fugas en la noche?- Le dijo alguien cuya presencia acababa de notar, un muchacho que estaba sentado fuera, de cabello largo y enredado vestido de paciente, con un cigarrillo sostenido entre sus dedos.—Hola, me llamo Héctor.

Magui palideció

Voces en la SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora