Confía en mi

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Estaba mareada, muy mareada de hecho. Y me sentía realmente fatigada, tanto que nada más llegar a la sala de espera, tuve que tomar asiento.

Eran las 9:30 de la mañana del miércoles y ya me habían sacado sangre, por segunda vez en una semana, y me habían metido dentro de una cámara de no sé qué para escanear todo mi cuerpo mientras un líquido fluorescente recorría mis venas y arterias, después de habérmelo bebido en ayunas.

Era un asco. Lo juro, jamás tuve un despertar tan desagradable e imprevisto como el del miércoles 15 de mayo. Y ni siquiera entendía por qué tenía que estar allí, en vez de durmiendo plácidamente en mi hogar.

Pero es lo que sucede cuando estás enferma y surgen imprevistos que me obligan a estar prácticamente disponible para todo lo que necesiten de mí. Aunque para ser honesta, lo hice porque fue ella quien me llamó aquella mañana, a eso de las 7. Si hubiera sido el doctor Jackson, juro que no habría acudido con tanta rapidez a su llamada.

Por supuesto, estoy hablando de daniela. ¿Quién si no? Es por ella por la que aún tengo fuerzas para continuar con esta locura de escribir mi cuaderno de bitácoras de éste trance que me está tocando vivir, al fin y al cabo, ella es la estrella polar de mi historia.

Lo último que recuerdo del martes noche, fue mantener una breve conversación con Alex acerca de la tremenda estupidez que había cometido al invitar a daniela a pasar el fin de semana con nosotras, en un viaje imaginario que inventé en el mismo momento en el que se lo propuse. Después leí el mensaje en el que daniela me avisaba que había llegado a su hogar sana y salva, y me agradecía por la cena y el "buen rato" que pasamos juntas.

Después de eso me dormí, y a eso de las 7 de la mañana mi teléfono volvió a sonar para despertarme con un mensaje de ella.

Tuve que llamarla para asegurarme que era lo que me pedía. No era más que una cita urgente para volver a realizarme unas pruebas lo antes posible. Lo divertido es que me dijo que no me preocupase, que no tenía motivos para ello. Como si eso fuera posible.

Y allí estaba. Sin desayunar, con el malestar de los nervios lógicos por no entender qué diablos pasaba y tras haberme sometido a aquellas pruebas. ¿Cómo no iba a necesitar ayuda? Por supuesto que la necesitaba, pero esa vez y a diferencia de todas las citas anteriores, ella si estaba allí.

Daniela si me acompañó a todas y cada una de las pruebas, incluso estuvo presente cuando Joane, mi querida enfermera a la que voy a agradecer el resto de mi vida que aquel día estuviese trabajando, fuese quien me extrajo la sangre sin provocar una catástrofe en mi brazo. Daniela no me dejó sola en ningún momento, solo en ese instante en el que llegamos a las puertas de su consulta, parecía tener que hacerlo.

Había olvidado las llaves de esta en su taquilla, o eso me dijo.

- ¿Te puedes quedar sola unos minutos o llamo a Joane para que te acompañe? -me dijo casi de rodillas frente a mí, mientras yo trataba de tomar todo el aire posible para recuperarme. Le asentí sin hablar. - ¿Segura? -Insistió, y por cómo me miraba y el cariño que mostraba, llegué incluso a pensar en mentirle y decirle que no, que no me abandonase bajo ningún concepto. Era complicado rechazar algo así, pero no era justo, ni para ella ni para mí.

Me encontraba mal, pero no lo suficiente como para tener que estar atendida continuamente o preocuparla más de lo debido. Solo necesitaba un respiro, y algo de azúcar en mi sangre. Nada más.

-Estoy bien, tranquila. Te espero aquí. -Le dije. Me miró unos segundos dubitativa, me regaló una caricia al apartarme el pelo de la cara, y me pidió que me quedase allí, sentada y que, si me sentía mal, simplemente gritase.

Demasiado exagerada, pero daniela estaban realmente preocupada por mí. Y cariñosa. Mucho más de lo que podría esperar sabiendo que apenas había podido dormir unas pocas horas, y arrastraba una leve resaca por culpa de mi insistencia la noche anterior.

EN TUS MANOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora