Mi dia

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Son las 9 de la mañana del jueves 30 de mayo. Estoy en mi cocina, con un café humeante y varias tostadas que deben servirme para aliviar mi malestar y darme la fuerza necesaria para empezar el día, pero no me voy a quejar de absolutamente nada y mucho menos de mi enfermedad.


Puedo decir con total consciencia de que hoy es el día más feliz de mi vida, bueno, ayer también lo fue. Es por eso por lo que estoy aquí, bolígrafo en mano y con mi diario, dispuesta a escribir absolutamente todo antes de que mi memoria empiece a olvidar detalles de lo que he vivido.

No me lo perdonaría jamás si eso llegase a suceder, ya vivo traumatizada por saber que una vez ella me besó, y ni siquiera soy capaz de recordar un segundo de ese beso. No, no estoy dispuesta a que eso vuelva a sucederme. Lo que viví ayer va a permanecer para siempre en mi memoria, de una forma y otra, me da igual, pero va a estar ahí para siempre. Como tampoco me quiero adelantar a los acontecimientos y dejar que todo lo que siento ahora mismo no me deje continuar con el orden establecido, así que como acostumbro, voy a empezar a contar desde el principio, desde el momento exacto en el que tomé la mejor decisión de mi vida.

Una llamada de teléfono, solo necesité eso para dar rienda suelta a mi imaginación. El martes nada más llegar a mi casa, después de acudir al hospital con Alex, me dediqué única y exclusivamente a leer las páginas que llevaba escrita de éste diario, con la única intención de saber si había sido capaz de plasmar todo lo que había vivido y sentido hasta entonces y anotar los últimos acontecimientos. Ese beso que fui capaz de darle a Daniela en su propia consulta me mantuvo despierta hasta altas horas de la madrugada, y no solo a mí, también a Alex. No lo escribí en ese capítulo del diario, pero Alex esa noche durmió aquí, a mi lado, y no porque ella quisiera sino porque la obligué.

Tal y como esperábamos, la doctora Benson le confirmó que el diagnostico era gripe, aunque no demasiado virulenta. Solo necesitaba descansar y el típico tratamiento que suele dar en estos casos, pero no estoy acostumbrada a verla enfermar a menudo, de hecho, creo que es la primera vez que realmente la veo mal. Fue por eso por lo que tomé la decisión de que pasa aquí la noche, en mi casa. Así al menos nos podíamos cuidar la una a la otra. No puso mucha resistencia, entre que realmente se siente mal y que yo tenía cosas importantes que contarle, pues ni siquiera se lo pensó.

Las cosas importantes por supuesto, no eran otras más que explicarle de verdad como vivimos el fin de semana en la casita del rio Hudson, esa vez si omitirle detalle alguno, y además confesarle lo que había sido capaz de hacer en la consulta ese mismo día. Creo que estuvimos hasta la de la madrugada hablando, tratando de sacar conclusiones acerca de la actitud de Daniela, porque evidentemente, de mí ya pocas dudas teníamos.

Y fue en esa conversación cuando recordé que había algo pendiente que tal vez podía usar a mi favor; la dichosa apuesta. Una apuesta que incluso Daniela me dio como vencedora, y que yo ya casi había olvidado por completo. Se unieron tres factores reveladores para que yo tomase la decisión que tomé el miércoles por la mañana; el primero, que Daniela me había invitado a que hablásemos con más calma fuera del hospital, y mi intención era la de hacerlo antes de la cena que había planeado Jason y a la que Alex por supuesto, había aceptado ir, incluso estando enferma. El segundo factor era precisamente tener a mi amiga al lado convenciéndome que había llegado el momento de sacar a relucir mis encantos, y lanzarme de tal manera que Daniela lograse aclarar sus dudas. El tercer factor era ese, el de la apuesta. El premio era una cita, una cita de verdad, y no me iba a quedar con las ganas de al menos intentarlo.

En ello me puse nada más despertar el miércoles por la mañana. La llamé para citarla en un lugar que previamente había planeado con Alex, que no perdió detalle alguno de toda mi estrategia mientras usaba mi cocina como un buffet para desayunar. Y para nuestra sorpresa, Daniela aceptó quedar conmigo justamente para aquella misma tarde. Había caído otra bendición del mismísimo cielo, ya que según me contó tenía jornada de guardia y a última hora una compañera le pidió el cambio de turno, por lo que podía acudir sin problemas a nuestra cita. Eso sí, ella no sabía que una cita, simplemente que íbamos a hablar. Preferí darle las explicaciones una vez la tuviera delante. Y eso hice.

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