Una piruleta

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Me miraba y se reía, y yo me enfadaba aún más de lo que ya lo estaba con ella, pero eso no le importaba en absoluto. Sabía que mi malestar con ella no iba a durar eternamente, de hecho, lo que iba a hacer eternamente era agradecerle que provocase lo que provocó.


Pero eso aún no lo sabía.

El lunes 13 de mayo después de cuatro días casi sin hablarle y haberle dejado las cosas claras, Alex volvía a mi lado, volvía a ser mi compañera como siempre. Pero esa vez por un motivo de fuerza mayor.

Tenía una cita en el hospital a las 8 de la mañana, y en el mensaje que recibí de daniela el día anterior había una indicación clara; debía ir acompañada, puesto que para las pruebas que me iban a realizar era recomendable no abandonar el hospital en solitario. La verdad es que no tenía ni idea de si era algo habitual por el tipo de pruebas, o porque Daniela habían empezado a temer por mí y mi estado de salud tras mis crisis de ansiedad. No quise romper esa norma, y a falta de mis padres en la ciudad y de mi representante, que estaba de viaje, nadie más excepto ella podía acompañarme en aquel día. La única que sabía de mi enfermedad, y que, con tal de redimir sus meteduras de pata, no puso impedimento alguno en acompañarme aquella mañana. Aunque yo sospechaba que iba a aprovechar la ocasión para liberarse también de la culpa que debía sentir.

También es cierto que si llego a saber que todo lo que iba a hacer era burlarse de mí, probablemente le habría pedido al mismísimo taxista que nos llevó que ocupase su lugar y fuese mi acompañante.

Me habían vuelto a hacer pruebas respiratorias, de visión, de fuerza, me habían hecho orinar en un vaso y, por último, una masacre en mis brazos para sacarme sangre. Y todo ello sin desayunar, y soportando las bromas pesadas de mi querida amiga. Por suerte, daniela no estuvo presente en ninguna de las pruebas, y aunque era algo que me molestaba bastante, aquel día lo agradecí por varios motivos. El principal de ellos, el que estaba a punto de suceder cuando aguardábamos en la sala de espera a que me atendiese.

Me preocupaba muchísimo un encuentro entre ambas, porque no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar daniela al encontrarse con Alex, y tampoco estaba totalmente convencida de que Alex no fuese a volver a fastidiarlo todo. Otro de los motivos por los que prefería no tener demasiado contacto con daniela aquel día, era por mi estado anímico.

Estaba triste, decaída, eufórica, enfadada, divertida, sarcástica, dulce, arisca…Me resultaba imposible enumerar la cantidad de emociones opuestas que había empezado a sufrir a lo largo del fin de semana, y en ese día en concreto, siendo plenamente consciente de ello por cómo me avisó Daniela. Era el maldito desequilibrio hormonal. Llegué incluso a sentir que estaba mucho más cariñosa de lo habitual, y no en el sentido puro y delicado de la palabra, sino todo lo contrario. Había una expresión que solía usar Alex para describir ese estado cuando buscaba tener relaciones; Me subo por las paredes, cielo. Solía decirme, y esa sentencia me venía como anillo al dedo. La única diferencia entre ella y yo es que yo estaba en un punto de negación absoluta a satisfacer esa necesidad aun teniendo la posibilidad de hacerlo. Y eso me frustraba aún más, y lograba sacar lo peor de mí.

Evitar estar demasiado tiempo con daniela era probablemente lo mejor que me podía suceder hasta lograr controlar mi estado emocional.

Lo que no esperaba bajo ningún concepto es que las cosas fuesen a suceder como sucedieron.

—Quieres dejar de aprisionarte en el brazo. Te vas a hacer daño de verdad—me dijo tras comprobar por milésima vez la hora en su reloj— Oye, ¿tienes idea de cuánto tiempo más vamos a estar aquí? No sé si vamos a llegar a tiempo a mi cita.

—No lo sé, y te pido por favor que no me metas prisa. Me dijiste que tenías la mañana libre, si no habría buscado a otra persona para que me acompañase.

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