── 𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 › 0 0 1

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—Regis.

Él no deseaba nada de ella. Ni siquiera entendía su razón para ir a verla aquella vez, se supone esas cosas se han terminado hace mucho tiempo.

—Regis, espera. ¡Espera!— Lucyphella tomó la capa azul que él ostentaba como parte de tu uniforme.

No hace mucho el Emperador falleció y tampoco hace mucho un nuevo asumió la corona; su lugar como Gran Duque finalmente está asegurado. Ahora rinde a la corona como un guardián real. Eso lo deja en las completas manos de la familia real; asique no, la razón por la que él había obedecido a la princesa Lucyphella no carecía de razonamiento.

—Su alteza real, entienda que tengo asuntos más importantes que esté por realizar— intentaba huir de ella. Trataba de todas las formas posibles de alejarse o de alejarla, todas eran inútiles.

—Tan solo te imploro unos segundos— su mirada, aquella que alguna vez hizo que el corazón de Regis brincara, ahora estaba vacía pero ese extraño brillo no desaparecía aún. Allí estaba, brillando con poca fuerza, pero estaba allí —Unos segundos, nada más— su débil sonrisa, su pálido rostro y las bolsas de sus ojos... ella sufrió demasiado y la culpa lo hiere pero no lo mata —Sé que cuando lo conozcas vas a reconciderar tu matrimonio.

—¿Cuándo lo conozca?— Lucy (su apodo más común dentro del palacio por sus amigos cercanos) seguió al Duque Floyen de la mano. Los pasillos eran angostos a su alrededor, eso era porque se hallaba entre muros. Reconoció el lugar, jamás olvidaría aquel pasillo oscuro que los guiaba hacía una habitación; tan solo un pequeño espacio que era secreto, poseedor de una pequeña ventana, por donde los rayos del sol de la tarde ingresaban, de una sola cama y de unos hermosos muebles. Algo nuevo se hallaba dentro de esté que erizó la piel del Duque.

—Acércate— pidió la princesa.
Regis se acercó con lentitud. La cuna se mecia con delicadeza por las manos de su ex amante y una hermosa melodia se oía por causa del canto de ella —¿No es hermoso?

Su voz parecía haberlo abandonado. Su pecho subía y bajaba a causa de la presión que estaba teniendo aquella vez. Las paredes de esa habitación jamás se le habían parecido tan apretadas como ahora.

—¿Qué significa esto?— Lucyphella miró al hombre de cabello plateado con sorpresa. Pensó que él entendería rápido la situación. Que el niño que tenía delante suyo era su hijo ¿pero esa clase de expresión qué significaba? —¿Por qué tienes a esté niño aquí?

—Regis— intentó tomar su mano pero él se alejó, lo hizo con brusquedad sin las intenciones de haber golpeado la mano de la princesa en el proceso —Regis, no te vayas— suplicó intentando tenerlo una vez más en sus brazos. El Duque se rehusaba a recibir un abrazo de la princesa pero temia que empujarla la lastimara más de lo que ella ya esta —No nos abandones, a mi y a Adri. No nos dejes.

"Adri" era su propio segundo nombre. El que su madre eligió para él y el que ahora su primogénito obtiene.

—¿Acaso es tan difícil que entiendas?— había logrado evitar que él huyera, que aún prevaleciera dentro de esa habitación. Lucyphella tomó al niño de la cuna y se acercó hasta Regis junto a él —¡Es tu hijo!— confesó finalmente teniendo el llanto del niño en el ambiente —¡Él es tu hijo!, ¡Mío y tuyo!. Nació de mi vientre y tú fuiste quien lo depósito— se negaba a aceptarlo. Negaba a ese niño —No apartes la mirada. Tienes que verlo, tienes que apreciarlo. Adri es igual de hermoso que tú.

—¡Suficiente!— su gritó incrementó el llanto del pequeño príncipe eh hizo que el corazón de la princesa terminará por hacerse pedazos. No fue la reacción que ella habría esperado, no sucedió lo que ella había soñado —No puedes hacerme esto— alejó a la mujer y al niño de su cercanía —¿Por qué arruinaste nuestras vidas dando a luz a ese niño?

Su partida solo dejó un cuerpo sin alma ahora.
La princesa cayó de rodillas al suelo, el llanto de su bebé era lo único que podía oírse en aquella habitación.

Regis los había abandonado.

—Es una pena— esa voz hizo que su cuerpo temblara —Tenía las esperanzas de que él se redimiera y tuviera lástima de ti. Veo que ni su amante ni su bastado le interesa.

—Vete de aquí— miró a su hermano con rabia. Los brillantes ojos carmesí del emperador mostraban desprecio hacía la mujer tendida sobre el suelo.

La niña de oro se ve tan miserable— su risa y el llanto se mezclaron. Hacían a la cabeza de Lucyphella una tortura —Ni siquiera le importas. Te han abandonado, han abandonado al pequeño bastado de igual.

—¡Dije que te fueras!— el lugar tembló ante su grito.
El Emperador, quien temió que todo a su alrededor se derrumbara encima suyo, cumplió con lo deseado por su hermana y abandonó el lugar.

El niño no se callaba. Ni siquiera ella hacía el más mínimo esfuerzo por calmarlo, sus deseos eran el solo morir. Se sentía como una mujer ingenua, sus esperanzas en volver a tener a ese hombre la cegaron y volvieron en un muñeco, un muñeco que solo había servido para la distracción de los hombres.

Dejó al niño sobre el suelo.

—Nada sirvió— sus ojos finalmente se habían apagado, el brillo desapareció por completo —Ni siquiera tú— ahora es cuando el pesar se unía junto con la lástima. ¿Qué sería de ella y de él? no habían logrado cumplir las espectativas de su hermano, no eran útiles, eran una carga que no servía para nada —Ni siquiera yo. No somos nada, Adri. Nada sin Regis.

Extendió ambas manos hasta tomar el cuello del bebé por completo. Acabaría con él, acabaría con ella y con el infierno en el que Regis los había dejado. Era la opción más factible, la mejor de todas.

—Ni siquiera pudiste ser cargado por los brazos de tu padre una sola vez— sollozaba tomando firme eh iniciando a apretar lentamente —Lo siento tanto. Lo siento tanto...

Cada vez apretaba más fuerte, más y más. El llanto no paraba pero poco a poco iba haciendo más débil.

—¡Princesa!— alguien la detuvo en el momento justo en el que por poco la vida del niño se esfumaba.
La dama de honor de Lucyphella logró detener las acciones erróneas de ella. Cargó al niño entre sus brazos y ayudó a recuperar el aire perdido —¡¿Qué estaba haciendo?!, ¡Es su hijo, iba a matarlo!

—Él nos abandonó— a los ojos de esa campecina la princesa, que alguna vez fue una de las damas más grandes del Imperio, se veía tan deploraba y lamentable —De nada sirve seguir con vida si resulta que será un infierno.

Un infierno o no a ella no le importaba. Helena mantendría vivo al Príncipe Adri, sea como sea, porque ese era su deber.

𝐏𝐑𝐈𝐍𝐂𝐄 𝐅𝐋𝐎𝐘𝐄𝐍 . ¡Father, I don't want to get married!✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora