Segunda parte

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No le había vuelto a ver desde que se presentó en Malfoy Manor para darle el pésame por la muerte de Astoria y ciertamente, aquel era el último lugar del mundo donde hubiera imaginado que estaría.

Aquel año, Minerva McGonagall les había pedido que asistieran al baile de Navidad porque Hogwarts celebraría entre sus muros una vez más el Torneo de los Tres Magos.

Debido a que el año en el que estalló la guerra el torneo fue cancelado por motivos obvios, no pudo celebrarse de nuevo hasta 1999 en el Instituto Durmstrang y no fue hasta el año 2007 que le había vuelto a tocar el turno a Hogwarts. Pero ella había estado demasiado ocupada siendo madre y haciéndose un hueco cada vez más grande en el Ministerio. Además aún quedaban facciones de ex mortífagos en distintos puntos de Inglaterra y Harry había pasado ese año terriblemente ocupado, intentando deshacerse de todos ellos con varios grupos de aurores. Por eso, Minerva había esperado hasta entonces para pedirles que acudieran al baile.

Era difícil saber que pasaba por la cabeza de la antigua profesora de Transformaciones.

Hermione tomó una copa de vino de elfo y se apoyó en el muro de piedra porque desde allí podía ver el Gran Comedor al completo. Todo era muy similar a cómo había sido tantos años atrás cuando ella entró en ese mismo lugar del brazo de Viktor Krum. Sonrío al recordar aquel momento tan especial, porque ese día se sintió hermosa, admirada. Como una princesa de cuento en un gran baile real.

Nunca había sido dada a ensoñaciones o fantasías, pero estaba ávida de un poco de afecto. Ella siempre había sido la amiga estudiosa y asexuada de Harry, la de los dientes grandes y el pelo encrespado, la comelibros y marisabidilla que pasaba más tiempo en la biblioteca que Madame Pince.

Y entonces, apareció Viktor y la vio.

Sonrió aún más y bebió un sorbo de vino sintiendo la calidez de la bebida bajar por su garganta, de la misma forma que los recuerdos entibiaban un poquito su corazón.

Fue una noche mágica

Hasta que Ron se la fastidió, claro.

Miró a Harry que hablaba con Minerva sujetando la cintura de Ginny y pensó en lo maravilloso que era verlos juntos, incluso ahora, tantos años después, parecían una pareja perfecta.

Y lo eran, Hermione bien lo sabía.

Harry adoraba a su pequeña pelirroja. Ginny decía que no era el hombre más romántico del mundo, pero que sabía cómo demostrarle lo mucho que la quería a diario. Al parecer, según le había contado su amiga en una noche de chicas de las que hacían años atrás, el día que Harry le propuso matrimonio y ella, toda una estrella de las Arpías de Holyhead, dijo que sí, él juró que nunca se arrepentiría y que cada día de su vida le recordaría lo importante que era para él. Hermione suspiró. Merlín sabía que se alegraba por ellos, si había alguien en el mundo que mereciera ser feliz era Harry.

Ron estaba a su lado. Su querido Ron. Ojalá lo suyo hubiera salido bien, habría deseado que su historia fuera tan hermosa como la de Ginny y Harry.

Al instante se reprendió a sí misma porque sabía que no podía ser tan injusta, había sido preciosa, al menos mientras duró y no fue culpa de ninguno de ellos ni de terceras personas que sus caminos acabasen separándose poco a poco. Ella le quería mucho y sabía que Ronald siempre formaría parte de su vida, eran familia, eran amigos y quizás por eso no habían sabido ser otra cosa. Lo habían intentado, durante un tiempo realmente pensó que ese cariño, esa confianza y esa necesidad eran amor, pero con el paso de los años, quizás también al ver tan de cerca a Ginny y a Harry, a Luna y a Rolf o a George y Angelina, se había dado cuenta de que ellos no tenían ese vínculo romántico tan profundo. Se amaban sí, pero no como debían hacerlo.

Lion et serpentDonde viven las historias. Descúbrelo ahora