Francise estacionó el auto justo en frente de la casa de Nolan y Mary. Aquel hogar, a pesar de la fortuna que como una cruz se amontonaba en la espalda al viejo Callahan, no era muy grande. Aun siendo Nolan quisquilloso en muchas ocasiones para los inmuebles y diseños de interiores, era muy simple. Refunfuñaba todo el tiempo afirmando que la calidad de vida no radicaba en tener muchas posesiones y que todas estas fueran de lujo; solía alegar que para vivir tranquilamente, se tenía que poseer solo lo que necesitabas. Esto fastidiaba mucho a Mary, la cual gustaba de las cosas relucientes y brillantes o los inmuebles de aspecto antiguo. Nolan tenía un margen bien impuesto sobre el interior de su casa.
Para aquella época en Inglaterra, era parte de la cultura que casas y departamentos tuvieran mucha tapicería. En la casa de Nolan no se aplicaba eso. Odiaba la tapicería; así como las fotos familiares que le incomodaban y le hacían sentir observado -dentro de su hogar solo había unas cuantas de él y su mujer-. Las paredes eran decoradas por las numerosas pinturas en cuadros de paisajes e ilustraciones que tanto cautivaban a Mary y las colecciones extravagantes de Nolan: así como su colección de monedas históricas, su colección de libros antiguos y su colección de locomotoras miniatura de la revolución industrial. Básicamente, el interior de la casa de aquella pareja tenía un aspecto antiguo y memorable.
Nolan y Mary Callahan vivían en un tranquilo vecindario algo apartado del centro de Londres, en sí poca gente residía allí. De manera exacta, el número de casas dentro del conjunto residencial no alcanzaba las cien, siendo solo ochenta y tres hogares los que yacían alrededor de toda la urbanización. La casa de los Callahan llamaba un poco la atención, ya que siendo las demás del típico porte y aspecto inglés (de dos pisos, mayormente en madera, con mucho papel tapiz en las paredes, muebles en conjunto a la tapicería y muchas bibliotecas), la casa de Nolan y Mary carecía de un segundo piso, dada la discapacidad en la pierna derecha del viejo que le impedía subir muchos escalones. Además de que las paredes eran de madera y yeso pintado de un color blanco grisáceo, la casa era minimalista, siendo rescatado el detalle de la antigüedad gracias al amoblado que hizo Mary, dándole un toque interesante y de alta clase al hogar. «Por mí la casa solo tuviera un sillón y una cama» solía gruñir el terco Nolan. Otro detalle a destacar, era la prominente chimenea que estaba en la sala, que se lograba ver desde afuera en la calle por uno de los ventanales, y la gran iluminación de los candelabros de bombillas eléctricas y lámparas de sobre mesa, que daban un aspecto brillante y vivo al hogar. Si en algo coincidía aquella pareja sin igual era que una casa a oscuras, aparte de generar mal aspecto, atraía a la mala fortuna (y a los ladrones).Nolan apenas arribó a su hogar, salió del auto sin siquiera despedirse de su joven chófer, abriendo la cerca y cruzando el jardín para llegar a la puerta principal. Mary se sintió muy apenada y avergonzada, así que decidió tomarse su tiempo para despedirse de Francise y agradecerle por la paciencia que este tanto había tenido. El joven Winters afirmó que no había de qué preocuparse y cuando Mary bajó del auto, este procedió a estacionar el vehículo dentro del garaje de los Callahan, donde se quedaría bajo llave protegido a cal y canto. Nolan creía fervientemente que con un auto a su disposición como lo era un Roll Royce de los años cuarenta, cualquiera intentaría robárselo. Francise entró en su auto que siempre solía estar aparcado en frente de la casa de los Callahan y partió en viaje directo a su casa.
Llegando el viejo a la entrada principal, buscó en el bolsillo izquierdo de su abrigo las llaves para abrir la puerta, pensando buscar el sofá de la sala, encender el televisor, quizá beber algo de licor, desmayarse y no recordar aquel día nunca más. Casi pegaba un grito al cielo cuando por el zarandeo interminable de sus manos el llavero cayó al piso. Por la edad le costaba un mundo agacharse y ese simple hecho: el hecho de sentirse torpe e inútil, le hacía arder en ira dentro de su propia consciencia, donde solo él escucharía los alaridos de agonía que tanto quería exclamar... Mary se lamentaba por ver a su marido así, la pena que le daba no se comparaba a la impotencia de saber que aquello, la vejez y el paso del tiempo, no podrían ser curados con nada en el mundo. Se acercó y al ser unos cuantos años más joven pudo recoger las llaves más fácilmente y abrió la puerta principal. Resaltante era esta, puesto que tenía una pieza metálica de decoración pintada de color dorado en el centro de la puerta; con una fuente elegante y delicada, se mostraba la «C», inicial del apellido influyente que esa pareja poseía.
Mary abrió la puerta del hogar de los Callahan y dejó pasar primero a Nolan; este callado solo la miró con arrogancia y entró con su característico y lento paso. Tal cual quería seguir su plan aquel anciano amargado y perdido, pues se dirigió directamente a la sala principal de la casa y buscó el sofá. La sala era la parte más decorada del lugar, siendo la sección donde se exhibía la mayoría de cuadros de Mary, sus estanterías y la biblioteca: donde Nolan ponía sus libros y tenía la televisión. El armazón de aquella biblioteca fue fabricado para que tuviera un segmento donde iría el televisor, estando en el centro de la biblioteca; un pequeño agujero serviría como vía para apoyar el camino de los cables en dirección al enchufe. Las paredes de la sala se dividían en dos segmentos: la primera mitad era de una madera refinada y tallada de manera elegante de abajo hacia arriba en relieve y la segunda mitad, que era de yeso; aquí se colocaban los cuadros y algunas fotos familiares. Nolan llegó a la sala y saltándose los interruptores de la luz, fue directo hacia la chimenea y la encendió, luego, se dirigió al sofá en frente de la biblioteca y se sentó, casi echándose sobre él. Dejó el bastón colgando del brazo izquierdo del sofá y se acomodó, dio una gran bocanada de aire y soltó un fuerte suspiro, cerrando los ojos con él...
Estando inmerso en la oscuridad de su mente, unos gritos se presentaban cual fantasmas del pasado atormentándolo y juzgándolo por lo que había hecho; los alaridos que una vez soltó luego de que aquel hombre impertinente, el Señor Stephens, se retiró de la escena volvían a Nolan culpándolo de arrogante y de necio; reprochándole sus acciones y sentenciando su actitud... Aquellos espectros, como chillidos y gritos desgarradores se amontonaban tras sus oídos como demonios queriendo salir; el dolor que eso representaba en Nolan era insufrible... Aquel pobre viejo solo conocía una forma de lidiar con ese dolor. Borrando los recuerdos de su memoria.
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Háblale a mi tumba
Ficțiune generală-Ganadora del concurso Book Universe #8 edición. -Tercer lugar en los Premios Gemas Perdidas 2023 -Novela de Drama. Buena ortografía. Nolan Callahan es un viejo veterano de la segunda guerra mundial, que vive desesperado por los fantasmas de su mem...