Capítulo III: «La Tormenta me sigue»

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En aquella algo lúgubre alcoba se podía observar el paso del tiempo y el cansancio que este conlleva ilustrado en un pobre viejo con resaca. Nolan dormía abiertamente estirado casi abarcando la mitad de la cama matrimonial. Sus ronquidos se lograban oír fuera de la habitación y un poco de baba corría por su mejilla. El reloj de sobremesa a su derecha dio las siete en punto de la mañana, dándole paso al despertador.

El anciano se vio despertado de golpe. Al parecer un sueño un tanto turbio se sumó a la repentina y atormentante alarma de su reloj. Una fuerte migraña se presentó en cada recoveco de su cráneo. Una fuerte frecuencia opacaba las cavidades de su oído izquierdo mareándolo un poco; tuvo que cerrar los párpados unos minutos hasta que esa potente nota se disipó en las antiguas memorias del viejo Callahan. Al abrir los ojos y soltar un fuerte suspiro, aún con los efectos de la resaca a flor de piel, pudo notar su cama vacía; la soledad repentina de la habitación lo hizo verse un poco descolocado. Al sentarse en el filo de la cama, vio su bastón tirado en el piso a un lado, su sombrero Fedora estaba tirado bocarriba en el suelo y su abrigo no se llegaba a divisar por la habitación. Un fugaz recuerdo llegó a su mente trayendo de vuelta a él, el sentir de una forma abrupta del cómo se fue a dormir. Con un breve vistazo a sí mismo pudo notar su apariencia desordenada que no dictaba nada más fuera del haber tenido una noche para olvidar. Aquello lo hizo sentir como si hubiese logrado un objetivo. Su pantalón se veía caído y flojo por una correa sin ajustar, y su camisa aparecía envuelta en arrugas con varios botones fuera del ojal; su cabeza daba vueltas sobre su entorno y sus manos temblaban un poco. Quizá el único sentimiento que perdurara en sus recuerdos sobre la noche pasada, fuera el sabor fuerte del Whisky. Con su consciencia ya un poco posicionada, logró meter sus pies en las pantuflas y recoger su bastón; con dificultad pudo levantarse y alcanzar el pomo de la puerta para salir de la alcoba.

Los pájaros cantaban sus hermosas melodías, la luz tenue y abrazadora de la mañana se escurría como rayos de sol a través del ventanal de la sala y una tranquilidad ferviente se podía percibir en el ambiente; pero para él el lugar seguía siendo el mismo: lleno de muebles viejos que se le atravesaban en su camino, paredes sin vida y fotos que solo le hacían recordar una vida que con amargura quería olvidar. Una incomodidad se guindaba sobre su espalda: como si sobre sus hombros colgara una gigantesca ancla de hierro llena de óxido y algas putrefactas. Era como si el peso de toda una vida y malos sabores a una nostalgia polvorienta se manifestaran sobre él... ¿O era simplemente el vacío pedante y soberbio de una promesa sin cumplir...?
Como era de costumbre en su paciente paso, afincaba el bastón en lugar de su pierna derecha y encorvado se dirigía a su caprichoso objetivo. Un buen vaso de agua le hizo limpiar el mal sabor petulante de la boca. Ya había pasado por la sala, pero al volver con misión de dirigirse al baño ubicado al fondo del pasillo pasado el living, pudo observar por el ventanal hacia la calle a su joven chófer Francise parado erguido y paciente a la llegada de su jefe; así como la mirada perdida y pensativa de Mary que con cierta expectativa veía a Nolan. Este solo pudo soltar un bufido exasperado.
Pasada su rutina de higiene personal, procedió a vestirse rápida e impacientemente. Sin salir mucho de su zona de confort, eligió como siempre las prendas monótonas que tanto lo caracterizaban. Decidió vestir una camisa de botones de manga larga negro azabache, con unas finas doradas cruzándola verticalmente; se colocó un pantalón negro de vestir con un cinturón de hebilla dorada; se puso unos mocasines café oscuro y por último exhibió su usual sombrero Fedora de color negro y su abrigo de lana beige. A momentos de salir de su casa, decidió tomar un vaso de Whisky; antes de empezar otro día más del montón, quiso apaciguar momentáneamente cualquier pensar lúcido que le hiciera reflexionar y debatir por qué se odiaba a sí mismo. Eventualmente salió por la puerta principal de su hogar cerrándola con llave, cruzó el jardín y atravesó la cerca, cerrándola también tras salir. Abrió la puerta de su Roll Royce y su esposa al mirarlo le hizo espacio en su común puesto derecho del pasajero.

Háblale a mi tumbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora