Capitulo III

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A Arturo le cuesta trabajo librarse de esta trampa. Los hilos están rodeados de una sustancia algo pegajosa que no facilita las cosas, y se lía cada vez más.
- ¡Estoy enredado, Selenia! -exclama

lo bastante fuerte para que su voz llegue hasta el camino.
- Pues ahí te quedas. Así aprenderás -le contesta Selenia, muy contenta de lograr por fin su venganza-. Tendrás todo el tiempo del mundo para pensar en lo que has hecho.
- ¡Pero si no he hecho nada! -se defiende Arturo-. Sólo te he obedecido y he tenido un poco de suerte. Nada más. No deberías tenérmelo en cuenta. Y, además, lo que has dicho de mí ha sido muy bonito.
Selenia golpea el suelo con el pie. Vuelve a enfurecerse.
- ¡No pensaba lo que he dicho! -se defiende.

- ¿Ah, no? ¿Por qué lo has dicho entonces? ¿Ahora dices cosas que no piensas? -replica Betameche, siempre dispuesto a meter baza.
- No, siempre digo lo que pienso - balbucea Selenia-. Pero esta vez es distinto. Me ha movido el remordimiento y la culpabilidad. Y he dicho cosas para tranquilizar mi conciencia.
- ¿Has mentido entonces? -insiste Betameche.
- No, yo no miento nunca -replica Selenia, que se siente cada vez más acorralada-. ¡Ya basta! Me estáis fastidiando -suelta por fin-. De acuerdo. No soy perfecta. ¿Contentos?

- Sí, mucho -concede Betameche, encantado con esta confesión.
- Pues yo no -dice Arturo, que acaba de ver a la araña. Aunque es impresionante, lo que asusta a Arturo no es su tamaño ni su aspecto, sino la dirección que ha tomado. El animal va directamente hacia él y lo más seguro es que no sea para decirle hola. Más bien será para decirle adiós.
- ¿De qué te quejas? -pregunta Selenia, inclinada hacia Arturo-. ¿Acaso te crees perfecto?
- En absoluto. Al contrario, me siento pequeño, acorralado y totalmente desprotegido. Y necesito ayuda urgentemente -responde Arturo, que

empieza a estar aterrado.
- ¡Qué bonita confesión! Algo tardía,
es verdad, pero agradable de oír -se felicita la princesa.
La araña sigue su ruta y va tragando el hilo que la conduce directamente hacia Arturo.
- ¡Selenia! ¡Socorro! ¡Una araña gigante viene hacia mí! -se desespera Arturo.
Selenia observa un momento la araña que, efectivamente, se acerca a él para comérselo.
- El tamaño de esta araña es de lo más normal. Tú siempre exageras - comenta la princesa, nada impresionada por el animal.

- ¿Selenia? ¡Ayúdame! ¡Va a devorarme! -grita el muchacho, presa del pánico.
Selenia hinca una rodilla en el suelo y se inclina un poco, como para que la conversación sea más íntima.
- Habría preferido que te murieras de vergüenza, pero devorado por una araña tampoco está nada mal -asegura, con una pizca de humor que sólo ella parece apreciar.
Se vuelve a levantar, le dirige una sonrisa enorme y le hace una señal con la mano.
- ¡Adiós! -dice con ligereza antes de desaparecer.
Arturo está a merced del monstruo.

Abandonado, petrificado, deshecho. En una palabra, muerto. La araña se lamería los labios con gusto si los tuviera.
- ¿Selenia? ¡No me dejes, te lo suplico! ¡No volveré a burlarme nunca más de ti! ¡Te lo juro por las Siete Tierras e incluso por la mía! -suplica Arturo, pero sus plegarias no encuentran eco. El borde de la sima donde estaba Selenia permanece desesperadamente desierto. Se ha ido. De verdad.
Arturo está destrozado. Por haberse burlado de los sentimientos de una princesa, va a perecer, devorado por un animal infernal con ocho patas peludas. Aunque el muchacho forcejea como una fiera, no hay nada que hacer. Incluso es

peor. Cada gesto lo pega y lo enreda aún más, y, a fuerza de gesticular en todas direcciones, termina por quedarse sin fuerzas. Está atado como, un rosbif a punto de meter en el horno. Un buen pedazo de carne que hará las delicias de la voraz devoradora.
- ¡Selenia, te lo suplico! ¡Haré todo lo que tú quieras! -brama en un último arrebato de esperanza.
La cabeza de la princesa aparece de golpe, como un muñeco de resorte salido de la cajita. Está justo encima de él, cabeza abajo.
- ¿Prometes no volver a burlarte nunca de su Alteza Real? -le pregunta con socarronería.

Arthur 2 y la Ciudad prohibida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora