Capitulo II

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En lo más profundo del jardín, si uno se desliza entre briznas de hierba inmensas, y sigue esta galería de hormigas que se hunde en las entrañas de la tierra donde nacen las raíces de los árboles, encuentra la base de un viejo muro construido por el hombre.

En este muro erosionado por el tiempo, una pequeña fisura se abre entre las piedras. Pero, cuando uno mide apenas dos milímetros de altura, no es una pequeña fisura, es una sima impresionante, por cuyo borde avanzan nuestros tres héroes.

Selenia va en cabeza, evidentemente. La princesa no parece haber perdido en absoluto su vigor, y su misión parece ocupar toda su mente.

Sigue el camino como si recorriera los Campos Elíseos, haciendo caso omiso del vacío absoluto que lo bordea. Detrás de ella, sin alejarse nunca demasiado, va Arturo. El pequeño sigue fascinado por lo que le ocurre. Él, que hace unas horas estaba acomplejado por su metro treinta, está ahora orgulloso de sus dos milímetros. Y da gracias a Dios sin cesar por esta aventura que lo ha enriquecido y fortalecido de pies a cabeza.

Respira hondo, como para aprovechar mejor su estado; a menos que sea para hinchar más el torso. Eso es lo que hacen algunos animales durante la época amorosa. Hay que decir que Arturo fija menos los ojos en la sima que en Selenia.

Hay que admitir también que la muchacha es bonita. Un cuerpo de diosa y un carácter de perros. Una mirada de pantera y una sonrisa de bebé. Incluso de espaldas, se ve que se trata de una princesa. En todo caso, eso es lo que puede leerse en la mirada de Arturo, que la sigue como haría Alfred.

Betameche va un poco más rezagado, como si ir a la cola formara parte de sus funciones. Lleva a la espalda la mochila llena de miles de cosas que no le sirven para nada, salvo para, llegado el caso, lastrarlo para evitar que salga volando.

- ¡Corre un poco, Betameche! ¡No nos sobra el tiempo! -le recuerda su hermana, gruñona con él como siempre.

Betameche sacude la cabeza en señal de enojo y suelta un gran suspiro.

- Estoy harto de llevar las cosas. - Pero nadie te ha pedido que lleves la mitad del pueblo -replica la princesa, muy ácida.

- Podríamos llevarla por turnos, ¿no? Así, yo descansaría un poco y podría ir más deprisa -propone Betameche, más listo que el hambre.

Selenia se detiene de golpe y mira a su hermano.

- Tienes razón. Ganaremos tiempo. Dame.

Betameche se quita la mochila con cara de felicidad y la alarga a su hermana, que, con un solo gesto, la lanza hacia la sima.

- Ya está. Así estarás menos cansado y ganaremos tiempo -anuncia la princesa-. En marcha.

Betameche, aterrado, observa cómo la mochila desaparece en el precipicio sin fondo.

No da crédito a sus ojos. Si no fuera porque existe un músculo que lo impide, lo más probable es que se le hubiera caído la mandíbula.

Arturo se mantiene discreto. No tiene ninguna intención de mezclarse en esta disputa familiar y de repente dedica toda su atención a contar los cristales que recubren la pared.

Betameche está que echa chispas. La boca se le llena de insultos que quieren salir.

- ¡Eres realmente una... una malvada! -se limita a gritar.

Selenia sonríe.

- La malvada tiene que cumplir una misión que ya no admite más demoras, y si este ritmo no te gusta, puedes volver a casa. Podrás aprovechar para contar tus hazañas y dejar que el rey te mime.

- El rey, por lo menos, tiene corazón -replica Betameche, que los sigue de lejos.

- Pues aprovecha ahora, porque el próximo monarca no lo tendrá.

Arthur 2 y la Ciudad prohibida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora