Jugando con fuego

362 30 9
                                    

En cuestión de mitología, hay una cosa que todo semidios odia aún más que los tríos de viejas damas: los toros. El verano anterior Percy había combatido con el Minotauro en la cima de la colina Mestiza. Pero lo que se observaba allá arriba esta vez era peor; había dos toros, y no toros cualesquiera, sino de bronce y del tamaño de elefantes. Y por si fuera poco, echaban fuego por la boca.

En cuanto se bajaron, las Hermanas Grises salieron a escape en dirección a Nueva York, donde la vida debía de ser más tranquila. Ni siquiera aguardaron a recibir los tres dracmas de propina. Se limitaron a dejarlos a un lado del camino. Allí estaban: Annabeth, con su mochila y su cuchillo por todo equipaje, Tyson, Percy y sus huevos, todavía con la ropa de gimnasia chamuscada

Annabeth: Oh dioses.

Lo que más le inquietaba a Percy no eran los toros en sí mismos, ni los diez héroes con armadura completa tratando de salvar sus traseros chapados en bronce. Lo que le preocupaba era que uno de sus huevos mostraba signo de fractura. Aquello no era posible. El ciclo de nacimiento se estaba acelerando, no había preparado nada para cuando eclosionen y destruyan todo en un radio de 1km a la redonda.

Annabeth en cambio estaba preocupaba era que  los toros corrían por toda la colina, incluso por el otro lado del pino. Aquello no era posible. Los límites mágicos del campamento impedían que los monstruos pasasen más allá del árbol de Thalia. Sin embargo, los toros metálicos lo hacían sin problemas. Uno de los héroes gritó:

Héroe: ¡Patrulla de frontera, a mí!

Percy: ¿Qué hago? Solo quedan unas semanas ante que eclosiones o tal vez meses-murmurando-

Annabeth: Es Clarisse. Venga, tenemos que ayudarla

Normalmente, correr en socorro de Clarisse no habría ocupado un lugar muy destacado en la lista de prioridades de Percy; era una de las peores abusonas de todo el campamento. 

Cuando se conocieron trató de introducir la cabeza  de Percy en un váter. Además, era hija de Ares, y Percy había provocado una grave humillación a su padre el verano anterior, de manera que ahora el "dios" de la guerra y todos sus hijos lo odiaban. Aun así, estaba metida en un aprieto.

 Los guerreros que iban con ella se habían dispersado y corrían aterrorizados ante la embestida de los toros, y varias franjas de hierba alrededor del pino habían empezado a arder. Uno de los héroes gritaba y agitaba los brazos mientras corría en círculo con el penacho de su casco en llamas, como un fogoso mohawk. 

La armadura de la propia Clarisse estaba muy chamuscada, y luchaba con el mango roto de una lanza: el otro extremo había quedado incrustado inútilmente en la articulación del hombro de un toro metálico

Percy solo le entrego los huevos a Tyson, mientras se preparaba para luchar.

Percy: Tyson, quédate aquí. No quiero que corras más riesgos. Protege los huevos, será un caos si llegan a eclosionar.

Annabeth: ¡No! . Lo necesitamos

Percy: Es un mortal. Tuvo suerte con las bolas de fuego, pero lo que no puede... Además, conmigo basta y sobra.

Annabeth: Percy, ¿sabes quiénes son ésos de ahí arriba? Son los toros de Cólquide, obra del mismísimo Hefesto; no podemos combatir con ellos sin el Filtro Solar FPS Cincuenta Mil de Medea, o acabaremos carbonizados.

Percy: ¿Qué cosa... de Medea?

Annabeth hurgó en su mochila y soltó una maldición

Annabeth: Tenía un frasco de esencia de coco tropical en la mesilla de noche de mi casa. Tenía que haberlo traído, jolines

EL ÚNICO ALFA SOY YODonde viven las historias. Descúbrelo ahora