La señora Crick al parecer no estaba tan loca como todos creían. Sí, es cierto que tenía costumbres bastante curiosas, sobretodo aquella extraña maña de cubrirse los ojos con una venda antes de dormir.
Era aterrador adentrarse en su habitación en la noche. Observar ese cuerpo arrugado por el pasar de los años reposando casi inerte en la cama.
Por eso las enfermeras reservamos diariamente esa decisión a los dados; le otorgábamos a las piezas el poder de decidir quién se introduciría en el pequeño cuarto y pondría en su boca las blancas pastillas, muy semejantes a su pálida piel. Ni siquiera los otros ancianos se aproximaban a ella. Era una suerte hasta para los médicos que la mujer no padeciera de graves enfermedades, ya era suficiente tortura el tenerla en consulta al menos una vez por semana.
Claro que la salud que gozaba su cuerpo no se extendía hacia las complejas regiones de su cerebro; y aunque el psiquiatra nos reprendió continuamente por usar esta palabra, para mí era la única que servía para describirla con precisión: loca.
Las enfermeras veteranas pasaban las noches asustando a las nuevas estudiantes que realizaban sus prácticas en el asilo con perturbadoras teorías acerca del origen de su locura; algunas lo suficientemente retorcidas y capaces de erizarle la piel a cualquiera. Muchos contaban que cubría sus ojos para evitar encontrarse con el fruto de sus alucinaciones, otros la relacionaban con un supuesto hermano pequeño que nació sin ojos y murió en la niñez.
Sin perder la ética y el profesionalismo, todos se empeñaban en mantener la distancia. Por eso el azar era quien tomaba la decisión. Se podrían contar con una mano las veces que sin más alternativa tuve que permanecer en el cuarto de la anciana.
En todo momento procuré acortar mi estancia en esa extraña dimensión; al menos eso debí haber hecho cuando ese día el destino me eligió para llevarle las pastillas a la señora.
Entré a su habitación para encontrarla buscando sin cuidado entre los vacíos cajones mientras balbuceaba palabras sin sentido. Resultó extraño verla tan tarde sin la venda en sus ojos.
-Él siempre los quiso...-comenzó a decir asustada cuando notó mi presencia. Asumí que buscaba con desesperación el pedazo de tela que ataba a su rostro cada noche.
Su aterrada expresión no me pasó desapercibido haciéndome sentir muy incómoda por lo que no quise averiguar sobre qué hablaba.
La llevé hasta su cama y deposité en su lengua las pastillas que la hacían dormir. Con sus envejecidas manos intentaba cubrir sus ojos mientras me hablaba.
-Me encontró; vendrá esta noche pero no se los daré, son míos. El pequeño Jimmy querrá los tuyos también porque ahora lo sabes...te los arrancará-susurró.
Apresurada salí de la habitación y aunque mi noche no fue nada tranquila, no quise darle al encuentro más importancia de la que merecía.
Compartir las locuras de una anciana me pareció ridículo, hasta el día siguiente en el que la "loca Crick" fue encontrada muerta y sin ojos en su cama.
El lugar se volvió un total caos y la noticia estremeció a todos aunque lo más inquietante fue la ausencia de los ojos y el culpable.
Intenté olvidar el suceso, tomé incluso unos días de descanso pero sinceramente me volví paranoica.
Quién o qué se llevó los ojos de la señora Crick y lo principal ¿será suficiente la lejanía para detenerlo?
Puede que también venga por mis ojos como repuesto, un nuevo par para la colección.
A veces me río nerviosamente cuando estoy sola, es muy posible que deba buscar una venda como la suya.
Hace un rato mientras dormitaba en el sillón de la sala algo susurró cínicamente en mi oído:
-¿Me prestas tus ojitos?
Fuese real o no, ahora escribo para mantenerme despierta. Mañana llegará mi hermano Joe de viaje, me sentiré más tranquila y al fin podré descansar. Solo debo batallar contra el sueño una noche más aunque el lápiz resbala de mis manos cada pocos minutos. Las luces encendidas y la enorme taza de café ya no son suficientes para mantener alejado al cansancio. Incluso parpadear me agota, debo hacer un gran esfuerzo para volver a abrir mis ojos que se cierran por largos minutos.
¿Sería una locura decir que siento incluso helados dedos recorrer mis mejillas cuando Morfeo secuestra fugazmente mi consciencia?
Siento como mil agujas perforando mi retina, estoy segura de que si quisiera llorar mis lágrimas brotarían tintadas de sangre.
Debí alejarme antes de saber a medias eso que aún no comprendo del todo. El intentar interpretar ese mundo, imaginario a nuestra percepción y tan real para unos pocos, será la perdición del nuestro.
Debe permanecer oculto eso que desea estarlo.
Es probable que mañana destruya esta hoja si consigo continuar despierta, intentaré estarlo por lo menos un par de horas más.
Como sea, tal vez la próxima vez que escriba ya no tenga ojos.
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Sombras.
Horror"La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido." Howard Phillips Lovecraft. Antología de Relatos