Capítulo 20: Desastre

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El maestro Doug Hansard, enseñó a la clase un común palo. 

—Existen encantamientos sencillos como el «Arma Bendita», cuyo propósito es simple —la vara, iluminada con ilegibles símbolos verdes, cambió su forma convirtiéndose en una lanza—. Crear un arma. Cuanto mayor sea el poder puesto, más peligrosa será. Quiero que intenten crear una a partir de éstos lapices. Excepto usted, señor Smulders.

Acostumbrados, nadie lo espio para ver que hacia, Neal repasó los encantamientos vistos ayer. 

Eier... plytr nuuv jap foli ¡Trupp! ¡Lo logre! Diablos, yo quería una espada, no unos nunchaku —dijo Marian, observando el objeto cual obsequio navideño equivocado.

—Inténtalo de nuevo.

—No se como deshacer el encantamiento, Neal. Ni modo, ¿quieres qué haga una para ti? Nada más préstame algo.

La menor le arrancó varios pelos del cráneo.

—¡Au! ¡Mari!

—Perdón. ¿Qué quieres? ¿Una katana o un arco y flechas?

—No creo que funcione así.

Marian cerró los ojos, apretando firmemente el cabello, repitió la formula, teniendo éxito.

—¡Si salió, y lo que imaginé!

—¿Acabas de hacer un arma con un pelo?

Neal quedó atónito, aquella mortífera espada; azúl plateado de un solo filo, debía sobrepasar el metro diez.

La menor silbó, jugueteando con su creación.

—¿A qué es asombrosa? Y es toda tuya.

—¿No están prohibidas las armas aquí?

—¿Me deja verla señorita Enchz? —pidió el maestro Hansard, habiendo llegado sin previo aviso—. Bravo, tengo que felicitarla por lograr crear un arma de manera tan peculiar y tener éxito.

—Uso pelos míos, no sabía que se podía hacer eso.

El maestro devolvió la espada a Marian.

—Se puede, señor Smulders. Cualquier cosa es válida, dependiendo de la voluntad y el alma. Esa espada a diferencia de los nunchaku que creo la señorita Enchz, tiene ambas cosas. Permitiré que se la quede, siempre y cuando no la use para jugar en los pasillos.

—De eso ni se preocupe, porque se la voy a dar a Neal.

—¿Qué?

—Sin rezongar, la hice para ti.

Neal acepto, aún dudoso de tener objetos punzo cortantes.

—Gracias Mari. ¿De verdad esta bien qué la tenga, maestro Hansard?

—Procure tener mucho cuidado, existe un taller de esgrima en nuestro instituto, bien podría sacarle provecho.

—Se me ocurre una idea —susurró Marian.

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Marian obligó a Neal cargar el sable hasta el almuerzo, lo que le costó algunos regaños.

—¡Carajo! ¿Y esa cosa? —interrogó primero Megan.

—La hice yo. Estamos viendo el encantamiento de Arma Bendita.

—Vaya. Sí, ya veo.

—Es una espada hermosa —terció Amanda—. ¿Me la prestas, Neal?

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