III

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Amity

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Amity

Sábado, 24 de julio (presente)

—¿Qué acaba de pasar? —susurré, sin poder apartar los ojos de la gruesa puerta del sótano.
Era pesada, probablemente estaba reforzada.
—Ha sido culpa mía. No debería haber cuestionado su autoridad — añadió Violet detrás de mí.
Retrocedí horrorizada y me volví a mirarla.
—¿Culpa tuya? Pero si no has dicho nada malo. ¿De verdad iba a apuñalarte?
Deseaba con todas mis fuerzas que al menos una de ellas me dijera que no, pero su silencio resultó de lo más elocuente.
—Ven y siéntate, Lily. Responderemos a todas tus preguntas —dijo Rose, acariciando la mano temblorosa de Violet.
No estaba segura de querer saber nada. Controlé los nervios y me senté en el borde del sofá. Si nos apretábamos, cabíamos las cuatro; debía de haberlo comprado con esa idea. Me sorprendía que fuera tan cómodo. Todo lo que había allí abajo, excepto el olor, era cómodo y hogareño. El suave tono azul pastel de las paredes, las superficies de madera clara y la mesa conseguían crear un ambiente acogedor. De no ser por el fuerte olor a desinfectante, sería una habitación preciosa. No era la típica guarida de un psicópata.
—¿Qué quieres saber? —preguntó Rose.
Sus ojos grises resultaban tan tranquilizadores como el color de las paredes.
—Iba a matarla, ¿no?
Rose se limitó a asentir. Yo respiré hondo, a duras penas, y añadí: —¿Porque intentó salir en mi defensa?
Era consciente de que hablaba con Rose como si estuviéramos solas, pero desde el mismo momento en que había llegado allí abajo, y me había tendido la mano, ella era la que había tomado el mando. Era como la hermana mayor.
—Así es.
Me humedecí los labios secos.
—¿Lo ha hecho antes?
Su mirada se enturbió y perdió toda amabilidad.
—Sí, así es.
—¿Y tú lo has presenciado?
—Sí.
—Murieron —dije, casi en un susurro.
Ella asintió, mientras todo su cuerpo se tensaba.
—Ha matado, sí.
Miré detrás de ella y vi a Violet (Boscha), que buscaba cobijo en Poppy (Viney). Ese hombre había matado a gente y nadie tenía ni puñetera idea. ¿Cómo era posible? Negué con la cabeza, con incredulidad.
—No lo entiendo. ¿Cómo se ha salido con la suya durante todo este tiempo?
Alguien tenía que haber echado en falta a todas esas personas, ¿no? Nunca había visto a Rose, a Poppy o a Violet en las noticias o en carteles pegados en postes.
—Suele elegir a chicas que viven en la calle. Nadie las echa de menos, así que no levanta sospechas —dijo Rose, y se pasó el pelo oscuro por detrás de la oreja—. Yo me escapé de casa cuando tenía dieciocho años. Nunca había tenido una buena relación con mi familia... Había mucha tensión. Mi padre... —Su gesto se endureció y encorvó el cuerpo—. Mi padre era un borracho y nos odiaba. —Parecía que la tristeza y el terror se hubieran apoderado de ella—. Poco después de cumplir los dieciocho me fui. No aguantaba más la situación. Cuando Golden se cruzó en mi camino, llevaba viviendo en la calle y en albergues diez meses. Y ahora llevo casi tres años aquí abajo. —Se encogió de hombros, como diciendo que vivir allí era lo más normal.
No salía de mi asombro. ¿Cómo lo aguantaba? Yo habría perdido la cabeza después de solo tres semanas. Sentí tanta presión en el pecho que pensé que iba a desmayarme. Aquello no iba a ser temporal.
—Por favor, no llores. Aquí abajo tampoco se está tan mal —dijo Rose (Skara). Me quedé mirándola fijamente, intentando decidir si de verdad había perdido la chaveta. Desde luego, eso parecía. «¿Que no se está tan mal?» Ese hombre nos había secuestrado. Nos mantenía encerradas en un sótano. Nos violaba cuando «se enamoraba» de nosotras y si osáramos resistirnos, nos mataría. Por supuesto que estaba mal. Era horrible.
—Por favor, no me mires así. Imagino lo que debes de estar pensando, pero si haces lo que te dice, todo irá sobre ruedas. Te tratará bien. Rose había perdido el juicio.
—Aparte de violarme, claro.
—Será mejor que no uses esos términos delante él —me avisó. Desvié la mirada de ella. No daba crédito a lo que oía. ¿Cómo podía pensar así? Estábamos con un psicópata, y ella seguía defendiéndolo. Aunque imaginé que tuvo que haber un tiempo en que no fuera así. Tuvo que haber una época en la que Rose fuera consciente de que esa situación era una pesadilla y la odiara tanto como yo. ¿Cuánto había tardado en lavarle el cerebro? Poppy, Violet y Rose se levantaron a la vez, perfectamente sincronizadas, y fueron a la zona de la cocina. Hablaban en susurros, así que apenas podía oír lo que decían, pero, por la forma en que Violet (Boscha) me miraba, resultaba obvio que hablaban de mí. Pero a mí no me importaba lo más mínimo. Ni siquiera intenté oír lo que decían.
Por mucho que se esforzaran, jamás me convencerían de que estar allí abajo no era tan malo o de que Golden no era un cabrón psicópata. Alguien me encontraría pronto. Yo no venía de la calle como ellas, tenía una familia y amigos que se percatarían de mi ausencia. No pasaría mucho antes de que avisaran a la policía y empezaran a buscarme. Me preguntaba quién sería la primera persona en darse cuenta. ¿Mis padres, cuando no volviera a casa? ¿O Luz, cuando no respondiera a sus llamadas o a sus mensajes? ¿Intentaría ponerse en contacto conmigo esa noche? Cuando salíamos cada una con nuestros amigos, no acostumbrábamos a enviarnos mensajes de texto hasta llegar a casa o, si lo hacíamos, nos limitábamos a mandarnos uno o dos.
Entorné los ojos e intenté apartar la imagen del rostro de Luz de mi cabeza. Ni siquiera podía pensar en mis padres. Estaba haciendo lo imposible por contener el nudo que sentía en la garganta, incluso me clavé las uñas en la palma de la mano. «No llores.»
—¿Y tú cuánto tiempo llevas aquí, Poppy? —pregunté.
Ella esbozó una media sonrisa y volvió a acercarse al sofá. Se sentó a mi lado y rodeó con su mano mi puño cerrado.
—Poco más de un año. Mi historia es parecida a la de Rose. Vivía en la calle cuando él me encontró y también tenía dieciocho años.- Era mayor de edad. ¿Por eso se había enfadado tanto Violet? ¿Qué más daba los años que tuviéramos? Además, él tampoco tenía modo de averiguarlo. Entonces, me pregunté qué edad aparentaría yo. Daba lo mismo, Golden era un asesino y un secuestrador, ¿por qué iba a importarle la edad? —¿Y por qué me ha elegido a mí? No tiene sentido. No soy mayor de edad como vosotras.
Tal vez le importara más completar su familia que el detalle de que sus víctimas fueran adultas. Negué con la cabeza, mientras la ira hervía en mi interior.
—Mi familia me buscará. Alguien nos encontrará —añadí.
—Quizá —dijo Poppy (Viney), con otra sonrisa tenue.
No me importaba que no me creyera. Sabía que no se rendirían. No pensaba pasarme años ahí abajo como ellas.
Entonces, la puerta del sótano rechinó: se me revolvió el estómago y casi se me sale el corazón por la boca. Él de nuevo. Me esforcé por escuchar, pero no conseguí oír nada, hasta que el pomo chirrió ligeramente. ¿Cómo es que no lo había oído merodeando por arriba? Me quedé sin aire, me sentía como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Las paredes del sótano tenían que estar insonorizadas.
No podíamos oír nada de lo que pasaba fuera y, lo que era aún más importante para él, nadie podía oírnos allí.
Rose se levantó y fue a recibirlo al pie de la escalera. ¿Cómo soportaba estar cerca de él? El mero hecho de verlo tan repeinado y pulcro, con su cara de engreído, me daba ganas de vomitar.
—Voy a pedir pizza para cenar —anunció—. Creo que hoy nos merecemos todos un premio, y así daremos a Lily la bienvenida a la familia. Sentí otro retorcijón en el estómago. «Está loco de atar.» Se volvió hacia mí y sonrió.
—Lily, solemos pedir dos de queso, una de pepperoni y una de pollo a la barbacoa. ¿Te parece bien? Puedo pedir otra cosa si lo prefieres. Lo miré estupefacta. ¿De verdad pretendía que habláramos de la cena como si nada, después de secuestrarme y amenazar con un cuchillo a otra
persona? Era un psicópata retorcido. No quería hablar con él, ni entonces ni nunca. Poppy (Viney) me dio un ligero codazo y me urgió a que le respondiera. Temblorosa, cogí aire y dije:
—Es... está bien...
Él sonrió, y pude verle los dientes, demasiado perfectos y blancos. No le podías sacar ninguna falta: ni a su piel inmaculada, ni a su pelo, ni a su ropa perfectamente planchada, ni a sus malditos dientes. La expresión de «lobo con piel de cordero» le iba que ni pintada.
—Estupendo. Sabía que encajarías aquí sin problemas. Voy a hacer el pedido. No tardaré.
Sin decir nada más, volvió a subir despacio. La puerta del sótano había estado abierta todo ese rato.
Lo vi cerrarla y oí cómo echaba el cerrojo, enfadada conmigo misma por haber perdido la posibilidad de escapar.
—No... no lo entiendo —mascullé.
Noté que me escocían los ojos, porque la estupefacción me había impedido incluso pestañear. Todo parecía un sueño. Tenía que serlo. Ni a mí ni a nadie a quien conociera le pasaban cosas así. Poppy (Viney) sonrió. —Todo irá bien.
Cerré los ojos y procuré respirar hondo. Tenía que salir de allí antes de que ese cabrón me pusiera un dedo encima.
Alguien me despertó sacudiéndome ligeramente el brazo, era una molestia que me resultaba familiar. Sonreí y miré hacia arriba, esperando ver la sonrisa de Luz, pero, en su lugar, me encontré con la larga melena grisácea de Rose y sus ojos del mismo color. Santo cielo, ¿cómo es que me había quedado dormida?
Me levanté sobresaltada y tuve que reprimir un grito tras ser consciente de que todo aquello era real y no una pesadilla horrible; sin pensar, me pegué al respaldo del sofá, lo más lejos que pude de ella.
—Siento haberte asustado, Lily. Golden ha vuelto con las pizzas —me dijo en un susurro—. Ven a sentarte con nosotros.
Dejé de respirar, sentía un peso enorme en el pecho, como si un elefante se me hubiera sentado encima. ¿Sería capaz de sentarme con él y comer? ¿Acaso tenía otra opción? Rose me puso una mano en el hombro y me empujó hacia delante.
—Ven, siéntate al lado de Poppy.
¿Ni siquiera podíamos decidir dónde sentarnos?
Con el cuerpo completamente en tensión, me senté a la mesa. Él estaba delante de mí. Era evidente que no se daba cuenta de lo retorcida que era la escena; para él, eso era lo normal. En ningún momento mencionó haberme secuestrado. Parecía que creyera que yo siempre había estado allí. Como si de verdad todos fuéramos familia. Estaba convencido de que éramos una familia. ¿Hasta dónde podían llegar sus delirios?
La mesa estaba cubierta con un inmaculado mantel de algodón blanco, y habían colocado un jarrón con lirios rosáceos. Habían sacado las pizzas de las cajas y las habían servido en dos bandejas, una a cada lado de las flores, que, según supuse, eran para mí, en honor a mi nuevo nombre.
—Por favor, sírvete —dijo él, señalando la comida con la mano. «Preferiría morirme.» Hablaba con un tono suave, pero la mirada severa de sus fríos ojos y la imagen del cuchillo que había sacado antes del bolsillo me recordaron que no tenía opción. Quería que comiéramos juntos como una familia, y ahora sabía cuáles eran las consecuencias si me negaba. Alargué un brazo y cogí el trozo que tenía más cerca; retiré la mano de inmediato para permanecer lo más lejos posible de él. Golden me sonrió con amabilidad y parecía satisfecho por su gesto. Bajé la mirada a mi plato de plástico y mordisqueé el borde de la pizza.
Mientras Rose, Violet y Poppy hablaban de qué cocinarían el resto de la semana, me obligué a tragar unos cuantos bocados en silencio. La comida me caía en el estómago como un objeto extraño. No tenía ningún problema con la pizza de queso, pero esa sabía a plástico, y cada vez que tragaba la comida hecha papilla, tenía que contenerme para no vomitar.
Rose levantó una mano y captó mi atención, aun cuando no me estaba mirando.
—Ah, Golden, antes de que se me olvide. Nos vendrían bien algunos libros nuevos.
Él asintió una vez con la cabeza.
—Os traeré unos cuantos.
—Gracias.
Rose (Skara) sonrió y tomó un sorbo de agua. Quería gritarle. ¿Cómo no se daba cuenta de lo jodidas que estábamos? Ella se sentía cómoda a su lado, su postura corporal así lo demostraba, pues estaba ligeramente vuelta hacia él,
mientras que Poppy y Violet miraban al frente, y yo intentaba ser una estatua y pasar inadvertida.
—Gracias por la compañía de esta noche, chicas. Nos vemos por la mañana —dijo, y se levantó de su asiento—. Acabad de pasar una buena velada.
Tenía el cuerpo entumecido, como si hubiera pasado todo el día a la intemperie, en la nieve. Estaba rígida y me costaba moverme. Se inclinó y besó a Rose en la mejilla, después a Poppy y, por último, a Violet. Mi respiración se volvió agitada ante la ansiedad de que llegara mi turno. «A mí, no. Por favor. A mí, no.» Notaba los latidos del corazón en los oídos y unas arcadas incontenibles. No obstante, se limitó a saludarme con la cabeza, se dio media vuelta y se marchó.
Se me escapó un gran suspiro de alivio. No iba a permitir que me tocara. Se detuvo en lo alto de la escalera y abrió la puerta. No logré apartar la mirada hasta que Golden estuvo al otro lado de la puerta y echó la llave. Necesitaba estar segura de que se había marchado de verdad.
Rose y Poppy se levantaron y apilaron los platos para lavarlos. Él era solo uno, y nosotras, cuatro. Si nos uníamos, podríamos con él. ¿Lo habrían intentado alguna vez o habían estado siempre demasiado asustadas? Ni siquiera estaba segura de que Rose se mostrara dispuesta a apoyarnos.
—Ven a ver una peli con nosotras —dijo Poppy.
Cuando quise darme cuenta, todo estaba limpio y ordenado, y Rose estaba sentada delante del televisor.
Me uní a ellas en el sofá y clavé la mirada en la pantalla, pero no entendía nada de lo que pasaba. Me rodeé las piernas con los brazos y me hundí en el sofá, en un vano intento de desaparecer. Ya nada parecía real.
Debían de haber pasado horas, porque Rose apagó el televisor y todas las demás se levantaron.
—¿Lily? —dijo Violet (Boscha), con suavidad, como si hablara con una niña—. Vamos, arriba, tenemos que ducharnos y acostarnos. Te enseñaré dónde está el baño. Puedes entrar tú la primera.
Me condujo al baño y me dio un pijama. Ni siquiera me pregunté por qué me estaba duchando en lugar de desplomarme en la cama. ¿Y de quién era ese pijama?
Me dejó sola. No había cerrojo en la puerta. Deseé que lo hubiera para poder encerrarme y alejarme de todo. Abrí el grifo de la ducha y dejé correr el
agua hasta que se templó. ¿Por qué accedía a todo eso? Ah, sí, claro, porque si no lo hacía, me mataría sin pestañear. Me despojé de mi ropa, me metí bajo la ducha y me derrumbé en el suelo. Rompí a llorar, y cuando mi llanto se volvió histérico, empecé a jadear para poder respirar. Me agarré el pelo y cerré los ojos: mis lágrimas se confundieron con el agua caliente.
Cuando se me secaron las lágrimas y sentía que la cabeza me iba a explotar, me obligué a salir de la ducha y vestirme. Llorar no iba a llevarme a ninguna parte. Y no quería llamar todavía más la atención.
Me envolví en la esponjosa toalla, que olía a limpia, a recién lavada, y abrí el armarito del baño.
De inmediato, me di cuenta de que no había cuchillas, sino dos cajas rosas de bandas depilatorias. No había nada allí con lo que se pudiera hacer daño a alguien.
Al cerrar la puerta, cometí el error de mirarme en el espejo de la puerta del armarito. Tenía los ojos rojos e hinchados. Parecía salida de una pelea de lucha libre. Me di la vuelta porque no soportaba seguir mirando el aspecto horrible que tenía, vestida con el pijama de otra chica.
—¿Estás lista para acostarte? —me preguntó Rose cuando regresé a la habitación.
Asentí a modo de respuesta y crucé los brazos.
—Ven, te enseñaré dónde vas a dormir.
Me condujo a la habitación que había al lado del baño. Las paredes estaban pintadas de color rosa pastel, y todos los muebles eran blancos. Había cuatro camas individuales con colchas y almohadas blancas. En las mesillas de noche, había lámparas rosas idénticas.
La decoración era demasiado uniforme, como si la hubieran decorado para unas cuatrillizas.
—Esta es la tuya —me dijo, señalando la cama de la izquierda, junto a la pared.
Era mía. Tenía una cama. Se suponía que esa era mi casa.
Estaba demasiado cansada para discutir, así que me dirigí a la cama aturdida y me metí bajo el edredón. Cerré los ojos, y recé para que el sueño no tardara en llegar y me llevara lejos de allí, para que, al despertar, estuviera en mi auténtica habitación.

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