Bajo las escaleras del chalé de dos en dos, porque si doy zancadas más grandes probablemente me abra la cabeza tratando de huir de mi madre, la cual no para de gritarme tonterías y digo tonterías por no ponerla de vuelta y media.
― ¡Lorenzo, figlio mio, ascoltami!1 ―Pongo los ojos en blanco un segundo. Después sigo mi descenso por las escaleras de caracol hasta el vestíbulo de la casa de mis padres.―Perché non vuoi ascoltami, eh?2
―Mamma, per favore3.
Ni siquiera sé por qué le respondo en italiano cuando habla mejor que yo el español, lleva en España casi tres décadas, pero cuando se cabrea con alguno de nosotros le da por sacar la lengua natal y ese acento marcado que Dios o el Diablo le dio.
―Per favore, da cosa.―Me señala con ambas manos y hace un aspaviento como si tuviese un par de moscas molestas delante de la cara.―Lorenzo, torna in te e...4
―Mamá, no voy a irme con vosotros de vacaciones.
―Santo Dio! 5―Da un fuerte pisotón al suelo, como si él tuviese la culpa de mi estado mental y me mira.―Figlio mio, no puedes estar hablando en serio, es descabellado hasta para ti, cariño.
Lo que me faltaba.
Fabrizia Rossi, Fabri, para todo el mundo que la conoce, siempre se ha sentido orgullosa de su ragazzino6, como tanto le gusta llamarme aunque tenga los treinta y cuatro rozando el horizonte; al menos hasta después de la lesión que sufrí en el terreno de juego en marzo de este mismo año y el anuncio, cuatro meses más tarde, de mi reincorporación al equipo. Desde ese crucial momento, la doña, se ha propuesto que parezca alguien que sufre un brote psicótico o algo parecido.
―Mamma.
―No lo entiendo, Lorenzo.―Odio cuando me llama por mi nombre, es casi como una sentencia de muerte o algo peor.― ¿Acaso te has cansado de la vida?
―Oh, Dio!7 ―Ahora el de los gestos raros soy yo.― ¡Mamma, no tengo cinco años!
― ¡Pues perdona que te lo diga, lo parece! ―Suelta tan pancha y se cruza de brazos con la mirada azul refulgiendo de rabia.
Mi padre, Diego Lujan Díaz, un hombre cabal, sensato y castizo de nacimiento, aparece por la puerta del salón; tiene una expresión severa en su rostro moreno y en sus ojos agua marina. Nos mira a ambos alternativamente, evaluando el próximo movimiento como en esas partidas de ajedrez interminables que echa con mi hermana pequeña, Michela.
―Enzo, eres un hombre ya, así que no voy a decirte cómo tienes que vivir tu vida, ―señala él mientras le lanzo una mirada a doña Fabri que dice « ¿ves? Papá lo entiende»―sin embargo, en esta ocasión tu madre tiene razón.
― ¿En serio? ―No doy crédito.―Mira, tengo que irme...
―Enzo...
― ¡¿Qué?! ―Gruño.
―Tienes una lesión...
―Lo sé, papá.
― ¿Y ya está?
―Sí, ya está.
Giro el pomo de la puerta para marcharme.
― ¿Dónde vas a estar?
Lo miro por encima del hombro, está rodeando a mi madre por la cintura de forma protectora.
Suspiro y me vuelvo hacia ellos para abrazarlos con fuerza, porque en el fondo sé que todo este lío es solo su preocupación por mí manifestándose; pero estoy bien, la operación salió bien y el médico ya me había dado el alta, únicamente era cuestión de recuperar el tono físico y listo.
―Florida.―Deposito un beso en la frente de mi madre.―Voy a pasar el mes de agosto entrenándome con Paul.
Paul Fisher, es el mejor entrenador personal con el que me he topado en toda mi carrera como jugador de rugby; por eso, cuando el doctor Ortega dio su visto bueno para que regresase al equipo contacté con él para que me pusiera en forma. No tenía intención de alejarme tanto de España considerando que a Michela, le quedaba poco para dar a luz a mi primer sobrino; sin embargo, ahora creía que un tiempo lejos de mi familia me sentaría de maravilla.
―Os llamaré cuando esté allí.―Sonrío intentando relajar la tensión del ambiente.―E intentaré volver para ver a la pequeña Naomi, ¿sí?
―De acuerdo, figlio mio.
―Ti amo molto8.
―E noi a te9.
1. ¡Lorenzo, hijo mío, escúchame!
2. ¿Por qué no quieres escucharme, eh?
3. Mamá, por favor.
4. Por favor, de qué. Lorenzo, entra en razón y...
5. ¡Santo Dios!
6. Niño pequeño.
7. ¡Oh, Dios!
8. Os quiero mucho.
9. Y nosotros a ti.
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Tú, yo y aquel inesperado viaje
ChickLit¿Qué la vida te da limones? Pues ya sabes, haz limonada fresquita o un par de margaritas. Cata, -bueno, sin mentiras, María Catalina Molina Torres- es la pequeña de tres hermanos varones, con todo lo que eso implica, e implica mucho. Además ha lucha...