1. CATA

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Un tono. Dos. Tres.

― ¡Me cago en todo, Lola, coño coge el móvil! ―Bufo.―Todo el santo día con él en la mano y cuando lo necesito no es capaz de darle al botoncito, cojones.

Nada que no hay manera. Me salta una vez más el contestador, lo de esta mujer no tiene nombre de verdad, vive del maldito teléfono y resulta que para coger las llamadas la señora está ocupada. Bufo, y lo hago porque en fin, llevo toda la puta mañana imitando a un toro de Miura, una más tampoco se va a notar tanto.

Suelto el bolso en el asiento que tengo al lado e intento encontrar al buda que tengo en alguna parte aunque no lo vea. Entonces el móvil comienza a sonar.

Lola.

― ¿Tú para qué tienes el teléfono si después no lo coges?

―Uy, cada vez te pareces más a tú madre, eh.―Y, eso, ha ido con retintín.

―Qué le voy hacer.―Resoplo. Por seguir con la tónica del día.―Me estoy haciendo mayor.

―María Catalina, ¿qué ha pasado? ¿Se ha muerto alguien? ―Arqueo una ceja, porque en mi interior pienso que Lola me está viendo.―Tengo catorce llamadas tuyas y ya no sé qué pensar.

―No han sido tantas.

―La leche que no.―Ahora la que bufa es ella.― ¿Qué cojones ha pasado?

― ¡El cara alpargatas! ¡Eso ha pasado!

Aspiro una bocanada de aire y le sonrío a la señora mayor que me acaba de mirar como si me hubiese poseído el Diablo. Puede que el tono lo haya elevado un poquitín, pero nada y menos, que remilgada es la gente, de verdad.

―No va y me dice: Señorita Molina, hemos considerado rescindir su contrato con la empresa, creemos que no encaja con nuestros parámetros de trabajo. ¡Los cojones que no! ―La señora se acaba de levantar y se ha cambiado de asiento en el autobús, santiguándose, por si las moscas lo mío se contagia o algo; ni que estuviese echando espuma por la boca, señora.―Total, que me han echado, a un mes de hacerme fija.

― ¡Será imbécil el cara alpargatas ese! ―Qué razón tiene mi Lola, leche.― ¿Dónde estás, Cata?

―En el autobús, que es lo único que me puedo permitir en un tiempecito.

Escucho una risita justo en el asiento que tengo detrás, se trata de un adolescente un poco desgreñado con pinta de ir a la playa, lleva un rato apañado mirándome de reojo y atento a mí conversación con Lola. Iluso. No sabe aún el futuro que se le viene encima.

―Vale, vale. Pues en casa hablamos con un vinito.

Lola todo lo arregla con un café o un vino, dependiendo de la hora del día.

―Pero del que compré el otro día en el Mercadona, eh. Que no tengo yo el bolsillo para pagarte los vinos esos franceses que te gustan a ti.

―Eso no se puede beber, Cata. Además, a este invito yo.―Chista, porque puede claro, las que estamos en paro pronto ni el vino de tetrabrik.―Tú vente y vamos viendo.

―Sí, sí. Ahora hablamos.

Cuelgo, guardo el teléfono en el bolso y suspiro.

Cuando me levanté esta mañana era feliz, chispa más o menos, tampoco nos vengamos arriba porque no. Pero al menos tenía un sueldo decente, si entendemos como digno que me explotaban en el trabajo y cobraba más o menos los mil euros mensuales. Vivía con Lola en el pisazo que se compró en pleno barrio del Limonar cuando de la noche a la mañana se hizo famosa; me empeñé en pagar un alquiler por eso de no vivir de gorra en el mejor barrio de la ciudad, y Lola se empeñó en poner el arrendamiento más ridículo que encontró posible y así fue como terminé ocupando la habitación de invitados con más metros cuadrados que la casa de mis padres en Nueva Málaga. Y os estaréis preguntando que de qué conozco yo a Lola. Resulta que es mi mejor amiga desde el parvulario, cuando se sentó a mi lado y me soltó: «Hola, soy Lolita, y sé hacer unas trenzas súper chulas», desde entonces hemos vivido de todo, todo. Incluso el tiktok en bikini y semiborracha que la hizo famosa. No es por ponerme flores y tal, pero si Lola es toda una estrella de las redes sociales es gracia a mí, que para eso le grabé bailando aquel hit veraniego en la piscina del camping, el que se hizo viral: «maletero, tubo escape. Puerta, puerta, maletero, tubo escape». Un mes después de aquello, tenía tantos seguidores que ni ella misma se lo creía, las marcas de cosméticos, ropas de alta costura, perfumes, se la rifaban para convertirla en parte de su marca. Un día nos íbamos con los amigos de camping y al otro le pagaban un viaje a Milán en primera clase y hoteles de lujo para ir a la pasarela de moda.

Suspiro.

El bus para y la señora que me ha mirado mal se baja muy digna ella con su bolso de Valentino bien cogidito del brazo, el bastón en la otra y me lanza una furibunda mirada. Señora, usted caga billetes de quinientos, para tener que rebajarse a subir en el transporte público, contrate un chofer y así nos ahorra a los que les pagamos los impuestos sus caras de alcachofa en mal estado. Gruño. Porque ya es una parte mía y es lo que hay.

El vehículo gira en una esquina y veo mi parada acercarse, está a pleno sol, como siempre, pero hoy hace un terral para morirse y la idea de tener que subir la cuesta hasta casa no me seduce en lo más mínimo, pero es lo que toca. Salgo del autobús con el bolso en el hombro y con ganas de quedarme en sujetador y braguitas del calor que hace; así que acelero el paso para ver si así llego antes a casa, muy inteligente por mi parte, pues como yo ya sabía lo único que consigo a cambio es comenzar a sudar como un pollo en pleno asado y llegar al portal asfixiada.

―Buenas tardes, señorita Molina.―Roberto, el portero me mira como si de pronto me hubiesen salido dos cabezas, pero tan solo estoy resollando un poquito más fuerte de lo normal.―Señorita, le ha llegado hace un momento un paquete a la señorita Martín, ¿podría subirlo usted?

Estiro la mano para que me dé el paquete, porque si hablo echo el pulmón por la boca y no creo que al bueno de Roberto le haga mucha gracia tener que limpiar el estropicio. Me alarga un paquete blanco satinado con unas letras grabadas en negro mate precioso donde se lee perfectamente: Chanel. Ya ni me emociono. La primera vez que el portero me pidió por favor que le subiese un paquete a Lola y vi que se trataba de una caja de Jimmy Choo casi me da un infarto en el portal, Roberto, tuvo que sentarme en su garita y darme un vaso de agua.

Subo en el acristalado ascensor a la tercera planta la cual compartimos con un inglés de la edad de nuestros padres que pasa más tiempo fuera de Málaga que en ella, cosa que nos viene genial, porque más tranquila estamos. Cuando abro la puerta del piso lo primero que escucho es un «¡me cago en la estampa del cara alpargatas ese!» lo segundo es una risa prolongada proveniente de Lola, la voz ya me temo yo que es de David.

― ¡¿Se puede saber que mierda haces tú aquí?! ―Grito cerrando la puerta.

Porque, oye, el día no estaba siendo bastante entretenido, no, tenía que ponerle la guinda el señorito.

―Pasaba por el barrio...


El Terral es un viento cálido que trae consigo un aumento de las temperaturas y una disminución de la humedad que, a su vez, incrementan el riesgo de incendios en verano.

Tú, yo y aquel inesperado viajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora