3. CATA

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Nos adentramos, los cinco juntos y haciendo ruido, en el salón.

Cada uno toma asiento donde quiere, Rafa, en el sofá chaise longue blanco roto que tiene el exclusivo nombre de Pearl, sí, el sofá tiene nombre y aún sigo sin saber el motivo. Manu, posa su culo en la mesa auxiliar de madera de pino sostenible que Lola había colocado frente al sofá y David, se tira, literalmente, en la parte más amplia del sofá, a jeta no le gana nadie. Yo me quedo de pie, sin saber muy bien donde ponerme, al parecer de nada sirven los tres años y siete meses que llevo viviendo aquí.

―Como veo que estáis cómodos, voy a por el picoteito y tal.

Lola, se pierde por la puerta en arco que da a la amplia y sofisticada cocina con todos los chismes de Masterchef, que por supuesto, no utilizamos porque lo máximo que habíamos sido capaces de cocinar, al menos sin hacer un destrozo, había sido una tortilla de papas deconstruída, o sea, que al darle la vuelta en la sartén se desparramó por todo el plato y en vez de salir redondita, terminó siendo un amasijo. Lo importante es que estaba buena, por si os lo preguntabais.

― ¿Qué ha pasado, Cata? ―Rafa, la voz de la experiencia y el mayor de los cuatro es el primero en preguntar.

―Cuenta, cuenta.―Lo ayuda, Manu, elevando un poco el mentón para mirarme.

―Pues que le han echado del curro.―Sentencia David.

―Mira, Davilito, será mejor que te calles o al final la vamos a tener gorda tu y yo.―Protesto. Aspiro fuerte, intentando buscar una forma de empezar pero no la hay, de ahí que lo suelte a bocajarro.―Me han echado. Según el jefe, no tengo el perfil que buscan en el supermercado.

Veo las reacciones de mis hermanos a cámara lenta.

Rafa, se endereza, cuan largo es, cruzándose de brazos con actitud amenazante y podía serlo mucho con aquel traje de dos piezas en gris marengo, al más puro estilo Corleone, que se gastaba el muchacho. Manu, se sienta al filo de la silla y arruga la frente, de los cuatro siempre ha sido el más zen, como si viviese en una comuna llena de gente fumando hierba de la buena. Y David, ni se inmuta, a ese le da todo igual.

― ¿Estabas a punto de cumplir un año, no? ―La relajada voz de Rafa suena potente.―Digo yo que te habrán dado alguna otra explicación, no sé, quizás que has bajado el rendimiento en estos últimos meses...

―No le digas eso, Rafita, que la vas a hundir en el fango.―Esto es ya lo que me quedaba. Encima, David, porque no podía ser ninguno más, haciéndose el gracioso. Busco a mi alrededor y encuentro uno de esos cojines grandes que usa Lola pasa sentarse en el suelo, así que ni corta ni perezosa se lo lanzo.― ¡Me cago en la leche, Cata! ¡¿Qué os pasa hoy conmigo y las agresividades, leñe?!

La risa de Manu se escucha clara.

―Tío, eres un bocas...

― ¡Ea! Y a los ancianos no se les discuten.―Solté sin más.

―Queréis dejaros de tonterías y volver al tema importante, por favor.

Todos miramos al primogénito de los Molinas Torres, allí sentado imponiendo orden; Rafa siempre había sido de esa clase de chicos altos, fuertes y con carisma. Había tenido siempre el pelo dos o tres tonos más claro que el resto de nosotros y los ojos más azules que verdes, herencia de mamá y la abuela Carmen; también había heredado de papá la labia, el hoyuelo cada vez que se reía y la espalda de un ropero de cuatro puertas. Esa que le había servido como aval para liarse en el instituto con más chicas de las que recuerdo, hasta que conoció a Maddison, con la que dos años después de empezar se casó y con la que lleva diez años de feliz matrimonio. Fruto de ese amor desmesurado tengo tres sobrinos preciosos: Virginia, Hugo y Elena.

Tú, yo y aquel inesperado viajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora