6. CATA

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Los domingos están para descansar, relajarte y pasarte todo el día en el sofá sin hacer nada, a lo sumo con una copita de vino como diría Lola, como en cualquier casa normal, menos en la de mi familia, no señores; para ellos los días del Señor significan almuerzo en el chiringuito y posterior partida de parchís para acabar todos enfurruñados por la mala leche que se gasta David comiendo fichas.

― ¡Qué mala sombra tienes hijo! ―Mi madre, doña Concha, acaba de padecer lo que David llama «dos por el precio de una» que no es otra cosa que la habilidad para, en la misma tirada, comerte dos fichas de la misma persona.―Yo no sé a quién habrás salido, desde luego a mí no.

―Este ha salido a tu hermano Fermín.―La sabiduría de mi padre no es del todo bien recibida por su señora, la cual le lanza una de esas miradas que dicen «no me toques el moño que me revuelvo, Valentín».―No se te puede decir nada mujer, todo te lo tomas a la tremenda.

―Tengamos la fiesta en paz, eh. Suficiente tengo con el malaje1 este.―Señala a mi hermano.

David, que lo de sentirse aludido le trae al pairo, les lanza una sonrisa a ambos y además en el caso de mi madre, encima, tiene la poca vergüenza de darle un beso en la mejilla.

―Mamá, venga, si soy tu ojito derecho, no me regañes.―Ruedo los ojos y alzo las cejas.

― ¡Anda y déjate de rollos!―Sonríe ella como si tal cosa.―Cata, tira a ver si remontamos una mijita2.

―Muchas esperanzas estas poniendo en tu hija, Concha.―Papá, a veces, me cae muy mal.―Si tiene dos manos izquierda y siempre saca unos o dos.

―No me estás ayudando nada.

―Solo digo lo que hay.

Tiro para dejar de escuchar los cuchillos volar por encima del tablero y efectivamente, estaba cantado, me sale un dos bien hermoso en los dados y el muy capullo de mi padre asiente satisfecho con la cabeza y una mirada socarrona. Yo no sé ni para qué me empeño en jugar y más con David implicado, peor, con él y mi padre implicados, si son los dos tal para cual.

―Espero que en el amor te vaya mejor, Catita, porque en el juego estás perdida.

El bocachancla de mi hermano se relame, claro normal, le he dejado mi ficha a tiro tres para hacer carambola y barrer de un plumazo las dos que tengo repartidas en el tablero. Suspiro, poco puedo inventar ya para no terminar de nuevo en la casa; le toca el turno al cabeza de familia cuando suena el timbre de la puerta.

―Anda ve y abre, Cata, esa debe de ser la descarriada de tu amiga.

Y sí señores, me levanto porque en fin, quedarme a ver cómo me destruyen las pocas posibilidades de meter una ficha en casa cuando solo estoy a tiro dos para entrar en la recta final, no me va hacer sentir mejor. Con paso lento llego a la puerta y al abrir me veo a Lola con un vestido corto, con miles de flores y unas sandalias de tacón que le hacen sombra a la Torre Eiffel de París.

― ¿Dónde vas? ―La sutileza no es lo mío.

―Ahora, si me dejas, a tu casa, después al concierto de Romeo Santo en el Starlite.―Pasa, las dos sabemos que da igual que no le haya invitado, en esta casa es una hija más. Se mira en el espejo y se ahueca la melena corta y ondulada.―Tengo un reservado. Y debo pasarme toda la noche haciendo stories del concierto y las botellas de Puerto de Indias que me vayan trayendo.

― ¿No te sobrará una entrada no, Lolita?

David, el cual vete a saber cómo ha llegado hasta aquí cuando lo había dejado comiendo fichas en el parchís, mira a mi amiga con una sonrisa lobuna y una ceja alzada.

Tú, yo y aquel inesperado viajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora