Brinnade Storm Nº0 - El fuego del comienzo

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En una tranquila y silenciosa noche en Suiza, concretamente en un viejo aeropuerto abandonado, las puertas de verja que impedían el paso se abrieron lentamente, dejando entrar a un gran camión conducido por un hombre con un pasamontaña, el cual avanzó por el lugar hasta llegar adentro de uno de los hangares para, posteriormente, cerrar las puertas de aquel edificio dejando a dos hombres vigilando la zona. Toda esta escena, desde una distancia de unos cuantos kilómetros, estaba siendo observados por una figura de estatura propia de un joven de 17 años.

— Aja, conque una nueva base, ¿eh? — Comentó el chico para sí mismo mientras se alzaba —. Muy propio de ti, Ibyce.

Al ponerse en pie, la figura del chico se pudo observar con mejor claridad, viendo que su vestimenta consistía en unos pantalones y una chaqueta de chándal grises básicos junto con una bufanda que cubría desde el final de su cuello hasta su nariz, además de un guante que le llegaba hasta el hombro en su brazo derecho. Quitando esto, el chico dejaba al descubierto unos oscuros ojos rojos, un plateado cabello revuelto y una tonalidad de piel bastante pálida. El joven, tras ponerse de pie, comenzó su acercamiento hacia el lugar que estaba observando hasta llegar a una torre cercana al mismo, donde sacó de uno de los amplios bolsillos de su chaqueta unos prismáticos con unos auriculares conectados, con los cuales comenzó a observar dentro del lugar a través de un ventanal roto pudiendo escuchar el interior gracias a aquel artilugio. A los pocos segundos de colocarse y prepararse, los hombres con las caras tapadas terminaron de descargar las cajas que se encontraban dentro del camión.

— Ya están todas fuera, jefe — informó uno de los secuaces tras dejar la última caja.

— Perfecto, espero que el material este en buen estado — comentó un hombre con dos largos cuernos de cabra procedentes de su cabeza —. No queremos que nuestros invitados se lleven un producto de mala calidad.

Al concluir esa frase, otras dos personas se le acercaron. Una de ellas, una alta mujer cuya identidad se encontraba oculta por una robótica máscara de aspecto similar a la de una mantis religiosa mientras que, a su lado, se encontraba un corpulento hombre cubierto de pelos naranjas y cuyo rostro recordaba al de un orangután.

— Si, sería desastroso que tras casi tres cuartos de hora el producto estuviera en mal estado — dijo la mujer mantis con un tono elegante y con cierto acento alemán.

— Toda la razón, Maline — completó el hombre orangután con un tono grueso, grave e intimidante —. Me darían ganas de partir varias espaldas, y no querría ponerme agresivo con tus hombres, Ibyce.

— Vamos vamos, no hace falta ponerse agresivo, Kinglar — contestó el hombre de los cuernos tras ver como su socio miraba amenazante a sus secuaces —. Venga, os enseñare por lo que os he traído.

Finalmente, Ibyce abrió una de las cajas con sus cuernos de cabra, dejando ver una enorme cantidad de tubos de ensayo llenos de un líquido fluorescente azul claro y con etiquetas con letras diferentes en cada uno.

— Genes mutantes — expresó Maline mientras su cara tomaba una expresión en la que se combinaban sorpresa y alegría.

— Me cago en la leche — habló el chico sorprendido por lo que poseía el mafioso —. Y yo pensando que solo traficaba con metanfetamina.

— JAJAJA — carcajeó Kinglar de manera sonora —. Sabía que este negocio iba a ser interesante.

— Bueno amigos, ¿qué os parece si comenzamos a hablar de cifras con algo más de privacidad? — preguntó Ibyce mientras se llevaba a sus socios a la habitación trasera del hangar.

— Por fin — suspiró el vigilante mientras separaba los prismáticos de sus ojos —. Joder, como le gusta a Ibyce enrollarse.

Al finalizar su breve vigilancia, el chico se guardó sus prismáticos y bajó por la antena para comenzar su marcha hacia la puerta resguardada por los dos guardias con una gran confianza en sus habilidades.

The backstreets - OrigenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora