III

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Los días se tornaron imperecederos; sólo el cielo parecía comprender el paso del tiempo

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Los días se tornaron imperecederos; sólo el cielo parecía comprender el paso del tiempo. Kazuha se esforzaba en mantenerse distraído con las tareas del barco, pero se encontraba demasiado ansioso y su mente no tardaba en divagar.

Llevaba consigo siempre el talismán dentro de una pequeña bolsa que colgaba de su cintura. Por las noches, cuando se encontraba en soledad, verificaba que la extraña energía que desprendía no se haya disipado.

Las marcas rojas sobre su piel tardaron días en desaparecer y su cuello vendado, que ocultaba las marcas que el demonio le había dejado, lo obligaban a recordar esa tarde.

Cierta culpa lo azotaba, sentía que de cierta forma, había traicionado a Tomo. ¿Qué opinaría él de lo que hizo? Pasó la punta de los dedos sobre la gaza y percibió la forma de la herida debajo. Rasgó la cicatriz con curiosidad hasta que el dolor se tornó insoportable, pero continuó. Sus dedos de repente se humedecieron y un sollozo se escapó de sus labios. No lo comprendía. Aquella extraña sensación, ¿a dónde había ido? Aún en la incertidumbre de su porvenir, encontró cierto alivio; quizá, sólo recordaba mal aquel encuentro.

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Durante el ajetreo del arribo al puerto de Ritou, Kazuha se desvaneció de la vista de la tripulación. Ocultó su rostro bajo un sombrero de paja y sorteó las calles hasta abandonar la ciudad portuaria. No podía evitar sentirse culpable; se había marchado sin despedirse de Beidou. Aquella mañana, lo había invitado a la proa a que contemplara con ella lo hermosas que eran las tierras de Inazuma vistas desde el océano, aún cuando la voluntad de la Shogun materializada en tempestades hacían que se perdiera como un espejismo. Ella lo había mirado sonriente en búsqueda de una felicidad compartida, y él había correspondido con gentileza, incapaz de defraudarla, cuando en realidad, su sonrisa era una falsa máscara. Tanto había hecho ella por él que un adiós era lo menos que merecía.

Pero así lo prefería.

Las nubes, preñadas de tormenta, liberaron su torrencial humedeciendo la arena bajo sus pies. La visión era dificultosa, pero de momento sólo debía asegurarse de no desviarse del sendero de los viajeros. Se internó más en sus tierras natales hasta que la civilización desapareció entre la niebla.

La lluvia y el terreno dificultoso lo agotaba más, como si pudiera inferir sus intenciones; el camino de tierra se había convertido en barro y ascender por la ladera se había tornado en un castigo. Al menos, el dolor que aquello acarreaba en su cuerpo y las precauciones que lo obligaban a tomar lo distrarían de los malos pensamientos.

El sendero de tierra desapareció ante unas ruinas antiguas. Aunque fueran diferentes, los muros y las columnas talladas, azotadas por el tiempo, le recordaban a las de Liyue, en cuyas entrañas habitaba aquel demonio. Sorteó las ruinas a los pies de las montañas y con la ayuda de su Visión saltó del escarpe a un terreno más bajo salpicado por una cascada. Continuó por la elevación de tierra hasta un puente vetusto de madera y una vez más, se dejó caer.

Días Olvidados [Kazuha / Tomo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora