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 Kazuha despertó bajo un techo de madera desconocido

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 Kazuha despertó bajo un techo de madera desconocido.

Motas de polvo danzaban entre los anaranjados rayos del sol que se filtraban por las pequeñas hendiduras cuadradas de las ventanas de madera. Al intentar incorporarse, un súbito dolor de cabeza lo detuvo y lo obligó a regresar a su antigua posición. En algún lugar, una silla rasgó el suelo, pero desde su limitante ángulo fue incapaz de ver qué o quién lo causó. Una sombra no tardó en cernirse sobre él, pero apenas pudo reaccionar; la figura se abalanzó a un costado de la cama y hundió el borde con su peso.

—¡Kazuha! —era la voz de una mujer. La mujer tomó su mano entre las suyas, un tanto trémulas, y lo observó con un rostro cargado de pena, con un ojo sombreado por una noche que no había conocido sus sueños. Sus memorias eran habitadas por la bruma y el vacío, pero su rostro le era familiar, además, la forma en la que había pronunciado su nombre y lo tomaba de las manos le indicaba una cándida cercanía. El único ojo vidrioso que alcanzaba a ver le recordaron a los suyos; tenía el mismo color de las hojas que caían en el otoño.

—¿Madre? —preguntó Kazuha al borde de las lágrimas. La última vez que la había visto fue cuando su clan cayó en la desgracia y él lo abandonó para convertirse en un viajero errante, pero en su memoria, el rostro de su madre estaba borroso, como si en una pintura el agua difuminara los todavía húmedos trazos. ¿Por qué no podía verlo en su mente? ¿Por qué?

La mujer lo miró desconcertada y apretó su mano atrayéndola hacia ella, como en un rezo.

—¿Quién te ha hecho esto? —dijo exaltada.

—Yo... no lo recuerdo —mintió, pero anhelaba que aquellas palabras fueran la verdad o, al menos, que ese único fragmento que lo desgarraba por dentro se desvaneciera. Se estremeció en la cama intentando sacar de su mente como Tomo saboreaba la carne que le había arrancado.

—Kazuha, perdóname. —La mujer acarició su mejilla con suavidad—. Aquí estás a salvo, ahora descansa. —Abandonó su posición al pie de la cama—. Mañana volveré a verte. Juro que atraparé a quien sea que te haya hecho esto, pero antes debo encontrar quién te trajo aquí. Fue quien te aplicó primeros auxilios, podría haber visto algo. Una sacerdotisa se quedará contigo, así que si necesitas algo pídeselo a ella.

La tela rojiza del traje de su madre ondeó fugaz y desapareció de su vista. Volvió a intentar levantarse, pero su visión se oscureció y una punzada en la cabeza incrementó su tormento. Decidió obedecer al dolor y descansar, a pesar de que el encierro de esas cuatro paredes amenazaban con enloquecerlo. Con cada instante que yacía allí sentía que Tomo se alejaba, no podía permitirse volver a perderlo. Sacrificaría lo que fuera si el demonio aparecía una vez más frente a él y le ofrecía recuperarlo.

El dolor de su muñeca lo mantenía despierto, y no se atrevía siquiera a rozar la gaza que la cubría. La idea de sentir la tela hundirse como si una parte de él ya no estuviera allí era tal que su mente se negaba a concederla y lo hacía estremecer hasta lo más profundo en represalia.

Días Olvidados [Kazuha / Tomo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora