Capítulo 7: Avalancha ...

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No sabía cómo procesar esto, mi madre sentada frente a mí, tratando de explicarme lo que acabo de ver, rogándome con sus ojos porque lo pueda entender, rezando internamente porque su hija pueda recordar cosas como por qué no se encuentra mi hermano en la mesa, por qué sostiene la mano de alguien que no es mi papá, entre otras cosas extrañas que por más que intentaba, no podía comprender...

¿Cuántos años de mi vida, realmente he perdido?

—...entonces, están casados... —repetí mientras revolvía la comida.

—Cariño, no necesitas escucharlo todo en un solo momento, después podemos...

—De todos modos, tendré que enterarme, ¿no? —le recalqué— da lo mismo si es ahora o después...

No importaba que tan impactante pudiera ser, quería escuchar todo en ese momento, tener la oportunidad de pensar esa noche. Mañana deseaba levantarme y poder tener en mente lo que me esperaba, había pasado ya varios días sin saber nada, sólo observando, ¿era mucho, pedir un poco de ayuda? Unas cuantas respuestas no me venían mal.

—Hace cuánto tiempo que lo están— volví a preguntar

—Un año y 4 meses —respondió él.

Puse todas mis fuerzas en continuar.

—¿Qué día es hoy...? —pregunté despegando la vista de mi plato sin tocar.

—Hace casi un mes, cumpliste 17... —volvió a responder por mi madre.

Mi cabeza empezó a intentar centrarse en hacer cuentas. Mi madre no estaba tan equivocada, si no había escuchado mal, al menos perdí un año y 9 meses, mi hermano cumple años 2 meses después que yo y recuerdo perfectamente cuando cumplí 15 años, justo antes de graduarme de secundaria. Estoy segura de que fui a una fiesta con él 2 meses después de su fiesta de cumpleaños 18° ese mismo año...

¡Dios, todo era tan confuso!

Mi cabeza empezó a tratar de rastrear el último recuerdo en esa fiesta, pero nada, todo me regresaba al día que desperté en el hospital.

Sentí un nudo en mi estómago y mi cabeza doler, levanté mi vista y me encontré con los ojos curiosos de ese chico que me miraba extrañado.

"Genial, me convertí en su espectáculo", pensé con sarcasmo.

Estaba apretando mis puños bajo la mesa para ocultar mi desesperación, nunca me había sentido tan inútil y vacía, así me sentía al no poder ser capaz ni de hacerme cargo de mi propia vida, parecía como si hubieran tomado mis recuerdos y los hubieran escondido bajo llave en una caja e intentar abrirla era realmente imposible y fatigante.

Me levanté de la mesa, cansándome de revolver mi plato.

—Iré arriba —dije sin mirarlos.

—Pero no has comido nada, cariño —dijo mi madre preocupada.

—No tengo hambre, iré a descansar.

Me dirigí a la puerta.

—Por cierto, se supone que debo iniciar el quinto semestre de preparatoria, ¿no? —dije girándome antes de salir.

—¿Lo recuerdas? —preguntó mi madre sorprendida.

—No, pero si tengo 17 y estamos en agosto, pues mi cumpleaños fue el mes pasado, entonces debo estar de vacaciones, ¿no?

—Sí, parece que tu gusto por las matemáticas también regresó...

—¿Qué...? —pregunté

—Nada, algo sin importancia... —aclaró rápido— se supone que entres a la escuela en dos días, cariño, pero el Doctor Cristóbal recomendó que descansaras una semana más, tal vez recuperes tu memoria en ese tiempo, mientras estamos en casa, además tus heridas aun necesitan terminar de sanar y tú recuperar fuerzas...

—Ok ...

No pregunté más cosas, pues necesitaba salir de ahí para respirar, así que sólo hice un ademan con la mano para despedirme y me dirigí escaleras arriba.

Esa noche me sentí extraña, era raro vivir en una habitación que era tuya, pues había pruebas de que pasabas mucho tiempo ahí, pero que era tan diferente de lo que te gustaba que parecía la habitación de alguien más.

En cuanto llegué al cuarto lo primero que había hecho era entrar al armario y buscar algo que pudiera usar para dormir, parece que era muy ordenada, pues no tarde en encontrar unas pantuflas y un pijama gris con blanco entre todos los que estaban doblados en uno de los cajones, —muchos que jamás desearía usar, debo decir—, una vez que me bañé, tomé mi medicamento y me acosté a descansar, sin antes tener que inevitablemente pasar demasiado tiempo frente al espejo al secar mi cabello y peinarlo.

Yo, definitivamente, no era la misma persona, ni siquiera podía decir que mi reflejo lo era, mi cabello más corto, pero lo peor no era eso, ¡cómo es que me había vuelto tan loca, que arruine mi cabello negro natural por este desagradable tono castaño claro!, necesitaba de inmediato un tinte, esa era lo primero que haría.

Sabía, perfectamente, que necesitaba toda la fuerza posible para la avalancha que ya predecía, tarde o temprano llegaría.

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