Ahí estaba, sentada frente a un gran escritorio, se sentía como una de esas películas históricas sobre México, donde un señor mayor afirmaba ser familiar del esposo de mi madre. Era un hombre bastante serio, se mantenía amable y cuidadoso al hablar. Al igual que su esposo, el familiar era europeo, así como director de la preparatoria.
Apenas llevaba unos minutos ahí, pero ya deseaba irme.
Me explicaron todo lo que ya había deducido sobre mis estudios, desde la enorme cantidad de idiomas simultáneos hasta mi casi nulo contacto con las ciencias aplicadas, a excepción de matemáticas, lo cual me hacía sentir mejor. En su lugar tenía materias como mercadotecnia, derecho, inteligencia emocional y muchas otras que te gritaban "sé un empresario", como si no pudieras ser un empresario con otros intereses, lo cual se me hizo muy básico para una escuela de ricos. El plan de estudios era bueno, pero no para mí. La parte que me agradó fue la gran cantidad de espacios que decían optativa en mi hoja, lo cual me ayudaría a no sentirme tan robot, al poder hacer cosas a las que estuviera más acostumbrada. Nunca habría imaginado estudiar en una escuela así, yo recordaba haber ingresado al bachillerato general con la idea de elegir físico-matemático como especialidad, hasta donde recordaba aún no había elegido qué estudiaría, pues me debatía entre las ciencias exactas y la ingeniería, pero todo lo que había en esta hoja gritaba económico-administrativo y contacto directo con el cliente, "mi súper habilidad": tratar con personas. Sin embargo, mamá me comentó que al mudarnos había tenido que dejar esa escuela y decidí ingresar en esta, no comprendo cómo se me ocurrió esa locura.
–Hemos preparado a tus compañeros con la noticia, así que no tendrás que someterte a preguntas que puedan incomodarte –me explicó el hombre–. Igualmente esperamos ser de ayuda para tu recuperación.
Después de esa sesión donde el director me vendía el prestigio de su colegio, salí con mi madre encontrándome con una nerviosa cara de bebé que jugaba con sus pies mientras mantenía la mirada agachada. En cuanto nos escuchó salir sus ojos se encontraron con los míos, esta vez había un brillo especial en ellos y una sonrisa tímida se cruzaba por su cara.
Cada vez que lo veía, Sungmin se me hacía más tierno, sus pómulos y ojos eran lo que daban a su rostro ese toque delicado y dulce.
–Buenas tardes, señora Andersson. –Saludó a mi madre con una inclinación. Era incómodo escuchar a la gente dirigirse a ella con el apellido de su esposo.
–Cariño, gracias por venir temprano. –Le sonrió–. Me voy más tranquila ahora que Luna estará contigo.
"Y a mí, quién me preguntó mi opinión", pensé.
–Tranquila, yo la llevaré a clase.
–Bien, entonces me iré. –Se giró hacia mí–. Me voy, cielo. No te fuerces mucho, verás que poco a poco van a mejorar las cosas. Te veo en casa.
Y despidiéndose con un gesto se alejó en el auto.
–¿Lista para ir a clase? –preguntó con timidez.
–Sí, ¿sabes dónde es...? –Busqué mi primera clase en el horario e hice una mueca al descubrirlo.
–¿Inteligencia emocional? –se me adelantó.
–Cierto, somos compañeros –recordé.
Cuando ambos nos detuvimos frente a la puerta sentí el impulso de correr, me sentía extraña, hasta ese momento ni siquiera había reparado en el hecho de que era totalmente ajena a la vida de preparatoria, la poca experiencia que había tenido ni siquiera contaba tomando en cuenta que solo recuerdo un semestre en mi anterior escuela y no soy precisamente la persona más sociable. Este era el momento en el que agradezco al menos haber llevado buenas notas, esa parte resultó rara cuando Sungmin dijo que al principio no ponía atención, pero no me culpo, este lugar me suena a tortura empresarial.
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Línea en blanco
Fanfiction"No todo lo que la gente dice es verdad, no todos tienen buenas intenciones. La gente que amas no siempre lo hace también. Todos podemos tener segundas intenciones."