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Jonathan no hace más preguntas sobre el estado de la cara de Billy una vez que entran, simplemente guía a Hargrove hacia el baño a lo largo de un pasillo estrecho y le indica que se siente en el banquillo de la esquina en dónde Will solía pararse para cepillarse los dientes cuando era demasiado pequeño para alcanzar el lavabo. Billy lo hace, sorprendentemente dócil a los pedidos de Jonathan considerando lo conflictivo que es Hargrove en la escuela, pero probablemente eso se deba a lo cansado que está. Con quien sea que tuvo un round de pelea, parece que lo perdió.

Billy observa a Jonathan buscar tranquilamente su botiquín de primeros auxilios en la repisa más alta en un silencio resignado, como si hubiera hecho esto muchas veces antes, tal vez para alguien más, tal vez para sí mismo, Billy no puede decirlo pero, como todo lo demás en Jonathan Byers, le intriga.

Jonathan saca una pequeña botella de alcohol desinfectante del botiquín y empapa un algodón con esta.

—Va a arder un poco —murmura, levantando la mano y presionando suavemente el algodón sobre el corte en la frente que Billy consiguió cuando su padre lo arrojó contra la estantería.

Lo hace, arde, pero Billy no emite ningún sonido. Lo único que demuestra que lo sintió fue que su cuerpo, que se tensó ligeramente.

Permanecen en silencio mientras Jonathan limpia sus heridas con pulso de hierro, sus manos firmes en cada toque, y una tranquilidad extraña considerando quién es Billy. Pero no es nuevo, Billy ya aprendió que no intimida a Jonathan Byers con su presencia como lo hace con todos los demás que lo ven. Y está... bien. Es una sensación mucho más agradable de lo que pensó que sería.

Jonathan pone con cuidado (como si Billy fuera una persona que cuidar y no de la que tener cuidado) una curita en el corte en la frente, extendiéndola con los dedos. Billy no se da cuenta de que estuvo conteniendo la respiración, abrumado, hasta que deja escapar un resoplido cuando Jonathan se aleja de su rostro para ordenar el botiquín y tirar al basurero los algodones sucios.

Billy se aclara la garganta, dispuesto a romper el silencio.

Jonathan se voltea hacia él y avisa:—Te daré hielo para las costillas y el ojo.

—Realmente juegas bien el juego de la enfermera, ¿verdad, Byers?

Jonathan sacude la cabeza, pero para Billy no pasa desapercibido que esconde una sonrisa. Se siente extrañamente satisfecho con eso.

—No habrías venido aquí si no fuera así, ¿no? —se encoge de hombros, aunque hay una curiosidad cautelosa reflejada en sus ojos.

Honestamente, Billy no puede responder a eso porque no tiene idea de porqué vino aquí en primer lugar. Estaba aturdido por los golpes más que adolorido (con el tiempo, te acostumbras al dolor de una paliza. Su madre tenía razón en eso) y solo tenía que salir. Huir de esa casa horrible, de su padre, de su madrastra, de los ojos indescifrables de Max. Solo quería salir, y recordó cuando despertó aquí, en la casa Byers, había sido tan cálido y tranquilo que... se encontró conduciendo hasta aquí, hasta Byers. Y a la mierda, por supuesto que no puede responder nada de eso.

Así que en cambio se contenta con responderle con una sonrisa bobalicona, para luego seguirlo por el pasillo de vuelta a la sala de estar. Para el hielo. Todo con mucho silencio ya que aparentemente el pequeño de los Byers tiene el sueño ligero.

Incomoda un poco a Billy, lo integrado que tiene Byers en sí mismo su papel de "gran hermano mayor". Tal vez porque a él ni en un millón de años se le hubiera ocurrido pisar despacio para tener cuidado de despertar a Max. Habría visto una oportunidad de molestarla y la habría tomado, como si ella fuera... como si fuera su saco de frustraciones. Es la primera vez que lo piensa de esa manera y no es una perspectiva agradable.

Panic Room | Byergrove.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora