Capítulo 3

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Esperé al autobús sin antes recibir un golpe de viento que hizo estragos en mi uniforme. Traté de vencer al viento que jugaba con mi falda, pero era imposible, incluso llegó a levantarla hasta mi cara. Medio vecindario estaba pendiente de mi mala suerte antes de ir al colegio. Por esto odiaba ponerme falda en vez de pantalones. Aún no estaba en clases y ya no quería usarla.

Llegó el autobús para fortuna mía, pero al subir me percaté que había mucha gente adentro. Quedé sin aliento y me dio ganas de irme en patines. 

—¡Suba de una vez, señorita! —dijo con desdén el chófer malhumorado. 

Me subí y quedé apretujada con tantos pasajeros parados. Me sentí muy incómoda con el vestuario que llevaba. Era cuestión de tiempo para que un pervertido me metiera mano. Hubo roce a cada momento. Una mano desconocida me tocó el trasero y yo volteé enfadada. Busqué con la mirada al responsable, pero había mujeres mayores que me estorbaban. Fue un infierno hasta llegar a mi colegio.

Me dispuse a bajar y por un pelo no me caí de bruces, por la imprudencia de un chófer imprudente.

Era el primer día de clases y estaba muy nerviosa, mis piernas temblaban como gelatina. No podía sacar de mi cabeza aquel sueño extraño. Los alumnos corrían como búfalos yendo a sus aulas. Como en mi otro colegio, ya era costumbre encontrar al maestro rigorista, los alumnos rebeldes, la zorra, la tímida y el galán: aquel chico que moja las bragas de todas las chicas del colegio, menos a mí.

Al ingresar a mi nuevo curso descubrí a todos los que ya había mencionado. Ahí estaba el chico rebelde que sonreía de par en par y, junto a él, un montón de chicas de piernas cruzadas y bien coquetas. En este colegio permitían todo porque las faldas de muchas eran muy cortas, y eso les gustaba a los chicos, especialmente al galán que reía a carcajadas. Y a la derecha noté a un chico que parecía retraído y que escondía su rostro bajo un tocho de libro. Nadie parecía notar su presencia. Apenas se le veía el cabello negro, pero no llevaba uniforme.

Busqué una silla y el maestro de matemáticas llegó justo a tiempo. Las clases fueron aburridas tan solo ver a ese señor barbudo. Llamó lista y yo respondí con el último aliento, estaba nerviosa. Luego vino el turno del chico apuesto que se llamaba Frederick. Por último el chico tímido no respondió y el maestro siguió como si nada.

Mi travieso galán ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora