CAPÍTULO 1

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Lunes 27 de Agosto de 2018

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IRINA
Durante la madrugada todo el hotel quedó sin energía, las baterias que dejamos conectadas para que se cargaran durante la noche están muertas.
Me aplaudo mentalmente por ser precavida y tener otras ya cargadas en el bolso de reserva.

La falta repentina de electricidad no es cosa nueva en Herāt, o en cualquier ciudad del país.
Mi celular también está muerto y eso se debe a Lando. Mi compañero suele pasarse horas viendo series durante la noche y, a falta de bateria en su propio celular, va hasta mi habitación y toma el mío.
¿Pide permiso? Si. ¿Me molesta? No. Pero reprocharle que no podré comunicarme con mis padres hasta subir al auto y cargar allí el celular es entretenido. Ver su rostro y ese pequeño puchero es divertido.
Estoy segura de que Lando no tiene idea de ese gesto con labios fruncidos que hace cada vez que algo le apena o disgusta.

—Lo siento, Irina. —se disculpa mientras se arregla su tradicional ropa afgana de color azul claro.— No volveré a tomar tu celular.

—¿No es eso lo que has dicho practicamente desde que llegamos? —me acerco y le entrego su pañuelo verde oliva.

La tela que aquí utilizan para cubrir su cabello fue un regalo de su madre. Ella se encargó de que un costurero le colocara sus iniciales bordadas en él.

—¡Eso no es cierto! —se queja.

—Hace meses que me quitas el celular. —comento viendo mi reflejo en el pequeño espejo que él tiene en su habitación a la vez que me coloco, al rededor del cuello, el pañuelo negro que me pertenece.

Pese a no estar obligada a usar el pañuelo, es mejor tenerlo conmigo y así, ante cualquier inconveniente, sólo debo levantarlo para cubrir mi cabello.

El resto de mi ropa es básica. Botas oscuras, un pantalón y una camiseta verde de manga larga.
Aunque no necesito llevar la vestimenta típica de mujer que aquí se utiliza, sí debo tener el cuerpo cubierto. Por eso, pese al calor, mis brazos y piernas no se ven.
Mi compañero tampoco se exime de esta regla, Lando está igual de cubierto que yo. La diferencia es que él ha optado por utilizar prendas tradicionales del país.

—Primero... —por el espejo lo veo enumerar con su mano derecha.— no es desde hace meses. —se queda en silencio, parece estar pensando.— Bueno... quizas dos, pero no más que eso. Y segundo, no te lo quito, siempre pido permiso. —frunce sus cejas.

—¿Un mes? —me río.— ¿Sabes qué podemos hacer? Podríamos preguntarle a mis padres si hace un mes que no pueden comunicarse con su hija a la hora planeada. —propongo.— Te apuesto que dirán algo un poco diferente. —agrego sabiendo que estoy a punto de lograr lo que quiero.

—¡No es a propósito! Este lugar se queda sin electricidad dos o tres días a la semana. —se defiende.— Intento dejarte treinta por ciento de batería.

—Los celulares suelen perder un quince por ciento de carga si están en temperaturas muy altas. —explico.— Y este país es asquerosamente caluroso. Así que ese treinta por ciento no resiste.

—Oh, no lo sabía. —confiesa antes de que sus labios adopten el gesto que yo estaba esperando causar, el puchero por fin apareció.— Ya no lo haré más, ¿de acuerdo? —continúa.— Disculpa, Irina.

—Tranquil, hermano. —retengo mi sonrisa.

Lando tiene 22 años y es malditamente adorable.

—Llamaré a mis padres en el auto. Ahora es momento de bajar, son siete y diez. —agrego, decidiendo cambiar de tema pues ya tendré tiempo de darle mi celular cargado y decirle que puede seguir mirando sus series en él.— Qayoom pasará por nosotros en veinte minutos, debemos darnos prisa si queremos desayunar.

EL PLACER DE HABERNOS CONOCIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora